La magia se rompió, tu magia negra se deshizo. Ese encanto bajo el que me tenías, esa luz que creía era mi norte y mi sur, esa luz no era más que el brillo de tu ausencia.
Deje de idealizarte, te baje del pedestal. Quemé tus laureles, despedacé tus ofrendas.
Te vi real, te vi vulnerable. Te vi de carne y hueso, con el corazón podrido, agusanado. Te vi el alma, con cadenas de odio y egoísmo. Disfrutando, abusando. Usando tu poder para corromper corazones, hacerlos tus adeptos.
Te vi en tu caja de cristal, sobre los vidrios rotos. Sangrante. Anteponiendo amor de verdad por el más mundano de los placeres. Sonreir al saberte triunfante, admirando como usas los cuerpos de los que matas como escaleras a la cima de tu egoísmo.
Te vi incapaz de amar algo más que tu reflejo, incapaz de ofrecer siquiera respeto.
Me diste lástima. Tus únicos amigos son los espejos.
Quería hacerte daño, pero pude ver que no es necesario, ya los estas haciendo por tu cuenta.
Quería lastimar tu corazón, pero no hace falta. No tienes.
Quería destrozar tu piel, arrancarte los labios, cometer el más atroz de los pecados. ¿Para qué? Si tus pecados han de ser más graves que el que yo pueda cometer.
Debes de estar bajo una maldición, arruinas todo lo que tocas.
Es mi deseo no verte más. Yo profeso no encontrarte, yo invoco a mis deidades. Que me cuiden de ti, que purifiquen mi alma, me quiten el polvo de tu recuerdo. Que besen las heridas que tu hechizo dejó.
Que me protejan si te acercas, que me guíen si me asechas. Ser inmune a ti. A tus recuerdos, y tu sádica sonrisa.