Ya no queda nada,
ya no queda nadie
solamente ella baila por los rincones de los insomnios,
por las confluencias del pasado y el error
desparramada por mis cielos de color noche tempestad.
No queda nadie más.
Sola.
La siento,
me siente a mí.
Se acurruca a mi lado y raja las pantallas
me abraza y se aferra
cada vez que la empujo.
Sabe que sólo la tengo a ella.
Se aparece en cada sector,
por las paredes, por las grullas, disfrazada de carmesí,
se asoma por los moretones de mi piel.
Me recuerda su nombre,
casi olvido su nombre.
Sabe que no tengo más nada,
sabe que aprendí a volar
y que ahora juego con los ventarrones
chocándome las ventanas
una y otra vez.
Está conmigo
putrefacta
en el fuego tornasolado,
en un cigarrillo.
No se si alguna noche
en que, una vez más, me encuentre sonriendo con la lluvia,
tal vez
quiera irse
dejando que me reecuentre
con las penas que por ella dejé de escuchar
pero que siguen pateando la puerta
y los pies de mi cama.