Preparaba un trago,
yo preparaba la cama.
En la cocina los granos de azúcar tornaban distintos colores y confluían en las burbujas de un ballantines con energizante.
En la pieza el rojo de la frazada intentaba homogeneizarse para después levitar hacia el suelo.
Después de tanto…
Capaz no fue tanto,
pero a mí me pesaba el tiempo cuando no lo tenía en mi cama.
Cuando se iba la casa del Ser entonaba lúgubre y sombría un viento similar a un relato de Poe,
yo ya no preparaba la cama, porque a mi cuarto no lo decoraba felizmente el desorden de su ropa.
Pero ahora él está,
o quiero pensar que sí y que no me estoy sumergiendo en una nostalgia despertadora de madrugada:
Me acomodo
le sube a la estufa,
hacemos el amor escuchando los arctic.
Él es de esos que no se dejan impresionar con poco,
que le gustan los tragos amargos, pero no quiere amor si no tiene sabor a chocolate blanco empalagoso.
Él es de los que no pisan descalzos el frío del suelo
ni escuchan canciones para escapar de la realidad.
No le gustan las mentiras ni los besos a medias,
a veces necesita espacio, pero nunca quiere que lo deje durmiendo solo.
Él es de los que miran películas largas y encuentran algo personal en hacer una pizza, nunca quiere pedir pizza.
Él es de los que no ceden fácilmente a lo ficticio de la controversia,
pero si llora, empezás a mirar hacia atrás revisando cuidadosamente con qué te tropezaste, qué rompiste, en qué momento descuidaste sus manos anchas.
Él es de los que no empiezan bien el día cuando se quema el café
y yo le digo
que el único café que no soportaría encontrar descompuesto una mañana es el de sus ojos.
Él es de los que no hacen si no es con el alma,
tal vez es por eso que sabe tan bien cómo cuidar la mía.
Capaz no fue tanto…
No, definitivamente no fue tanto,
siempre volvemos a ordenar la cama,
nuestros pechos,
nuestra vida,
nuestro estar en un mundo que no elegimos, con un vínculo que ahora queremos querer,
con un conectar que, en una esquina amarilla, una tarde de abril elegimos necesitar.
«Sólo sé que no sé nada”
Pero qué hermoso no saber cuando abrimos las puertas,
escoltamos al Sentir por el pasillo,
con cuidado de no pisar los cristales,
dejamos que él haga lo suyo.
De las que escriben en insomnios