Ya no hay nada que esperar,
ya no vamos a volver,
ya no hay nada que temer
y no pensé que iba a ser triste.
No te vi cuando me viste,
no escuché tus percusiones
y ya no escuché las canciones
que tocaste antes de irme.
No eras vos aquella noche
aunque casi me lo creo:
tus ritmos no eran más lentos,
tu risa era de color…
Pero había algo en tus pupilas,
como una luz que encandila,
proyectaba en mí y pedía
que no busque que no había
nunca más, un “Vos y Yo”.
Me dedicaste tus llantos…
“Te deseo lo mejor”.
Fuimos humo de un prensado,
fuimos la última pitada
de un cigarrillo barato.
Fuimos eso que pudimos
y eso que nunca intentamos,
fuimos almas.
Somos raros…
Fuimos un «Voy a cambiar»
y fuimos ese esperar
asustados de que llegue,
pero hundidos en la angustia
de que algún día vendrá.
Y ahora vernos de pasada
aún se me hace un poco raro,
ya ni reconozco el auto,
veo de lejos el pasado.
Tampoco creo que sea en vano
pero no creo en milagros
ni en “Todo pasa por algo”
y hasta apuesto a que los dos
nos cansamos de escucharlo.
Y aunque la gente me mira
viendo mis manos vacías
sin las tuyas, ahí colgando,
sin caminar a tu lado…
Aunque cuando pisé el pueblo
me desmoroné de nuevo,
cuando frío, entre tus nieves,
nos rompimos como siempre.
Con el arte me despido:
ojalá que no te quiebres,
queda dejarte morir
y me queda irme con esto
a quemar aquellos restos
y a fingir que no existís.
De las que escriben en insomnios