Domingo es por la tarde, puse un disco de los cafres y desde que me levanté tipo 12:35 no hago más que beber agua, la resaca es feroz; a tal punto que como desayuno cayó como manta en madrugada de julio ese Alikal sabor naranja.
Los latidos en la cabeza que no hacían mas que ejercer presión, a tal punto que transformó el abrir de mi ventana en una verdadera tortura. Siguiendo con los atenuantes ¡lluvia! de esas que funden el juego de transmisión de mi zanella en las dos cuadras de barro que debía atravesar hasta llegar a la avenida. Llegue tarde al laburo, la morocha a quien debía suplir el turno, ni me saludo por la bronca calculo qué, y acá estoy, resumido a no poder mas que escupir sensaciones a través de la prosa.
Inevitablemente, como en cada resaca te vuelvo a pensar, la tarde sigue indecisa, las nubes amagan cual Maradona contra los ingleses entre dejar que las ráfagas de sol hagan de las suyas o si vuelve a llorar de rabia, como ella esa tarde de octubre cuando decidimos dejar de ser… ¿por qué lo hicimos? me sigo preguntando, con la misma frecuencia que prometí «no vuelvo a tomar así nunca mas».
En cierto punto llego a pensar que sos una parte de la resaca, un efecto mas de la pos ingesta excesiva de alcohol cuando se muy bien que ya no me da el cuero para hacerlo, pero llega el sabado por la noche y la sed peligrosa me hace caer otra vez, y llega el domingo y llegás vos y así, hasta quién sabe cuando.