«la inmortalidad, no importa si la imaginamos celestial o

                                                                       terrenal, es incapaz de consolarnos de la muerte, 

                                                                        cuando se ama tanto la vida» 

                                                                       (Una muerte muy dulce, Simone De Beauvoir, 1964)


No entres gentilmente a esa noche quieta

Los años viejos deberían arder y morir al final del día;

Rabia, rabia contra la muerte de la luz.

Aunque los hombres sabios en su fin conocen que la noche es cierta,

Porque sus palabras no han forjado ninguna luz

No entres gentilmente en esa noche quieta 

Buenos hombres, en su último oleaje, llorando por cuan brillante

Sus vidas quizás danzaron en la bahía verde,

Rabia, rabia contra la muerte de la luz.

Locos hombres que apresaron y cantaron al sol en vuelo,

Y aprenden, demasiado tarde, que lo duelaron en el camino,

No entres gentilmente a esa noche quieta.

Serios hombres, la muerte cerca, que ven con ciega mirada

Ciegos ojos que podrían ser meteoritos grises 

Rabia, rabia contra la muerte de la luz.

Y vos, mi papá, ahí en la triste altura,

Maldecí, bendecí, me, ahora con tus lágrimas furiosas, te ruego.

No entres gentilmente a esa noche quieta.

Rabia, rabia contra la muerte de la luz.