FilosofíaLiteratura

La Biomecánica de Aferrarse al Mundo

Primer movimiento – Tracción

Damían sostiene toda su vida con la fuerza de sus dedos, y reza para que la palestra colabore.

La primera pulsión de vida en años lo llevó a esto. Una “escapadita” de la oficina que terminó por dejarlo en alguna cara de alguna montaña, a cientos de kilómetros de su punto de partida.

“Me gustaría saber dónde estás” rezó su última notificación antes de perder la señal.

“Un poco más” piensa, mientras intenta balancear su cuerpo para hacer un salto imposible. No escala por recreación, se aferra por supervivencia. Esta supervivencia tiene poco que ver con el hecho de que se encuentre a más de quinientos metros de altura, y que su equipo sean solo su corbata, ahora devenida en bandana sobre su frente, su camisa raída, alguna vez blanca, ahora una mezcla de amarillo y tierra con sangre, y los chicles sabor fruta en el bolsillo de su pantalón de vestir (Los mocasines tuvieron que ser descartados por su poca practicidad en la piedra)

Esta supervivencia se trata de que Damián ya no tiene otra forma de vivir.

Llega a ver una fisura horizontal. Una gran apertura en la piedra a más o menos un metro y medio más arriba de donde se encuentra, quizás un punto de descanso. tiene que apoyar sus pies en la piedra lo más firme que pueda, tomar impulso y lanzarse con todas sus fuerzas. Dicho de esta manera parece tan sencillo como seguir una ecuación, una secuencia de movimientos. Pero a la altura que se encuentra, con los pies descalzos llenos de cortes, los antebrazos hinchados y siendo su última comida un café tibio en una estación de servicio la noche anterior, parece que su vida depende de un golpe de suerte, o de un salto de fe.

No se queja, no maldice, no reniega de su situación ni por un segundo. Esto es exactamente lo que buscaba. Se aferra, con sus manos repletas de laceraciones, a la saliente de la cual se está por lanzar. Respira muy hondo, el aire gélido entra por su nariz, acuchilla sus pulmones y sale entre sus dientes. Por momentos, Damián es un animal rabioso. Fatigado, congelado, famélico, pero, ante todo, incansable.

Apoya los pies. Prácticamente no siente la piedra, ya que el frío entumeció por completo sus falanges. Tensa los músculos del tarso con la esperanza de que el flujo de sangre evite la necrosis por congelamiento. Algo había leído sobre eso, pero tampoco tiene idea. Así como tampoco tiene mucha idea sobre montañas, o sobre escalada, o sobre sí mismo en general. En ocasiones, ha llegado a reconocer no conocer los verdaderos motivos de nada de lo que está pasando en su vida. Él no sabe por qué eligió ese camino, él no sabe por qué se metió a esa empresa, él nunca se preguntó cómo afecta su trabajo en el mundo, él jamás se imaginó cómo le afectaba su vida a sí mismo.

Hay solo una cosa de la que Damián está seguro. Una verdad que sabe en sus huesos que es innegable. Es la certeza de que aquél día, hace poco menos de una semana, algo se encendió. Y no paró de quemar hasta que tomó acción. No sabe qué exactamente es, pero sabe precisamente qué es lo que debe hacer. Y ahora mismo, es aferrar sus pies casi muertos en la piedra, aferrar sus manos que se siguen resbalando por la sangre que derraman y lograr ese salto.

Baja el nivel de su centro de gravedad, quedando sus pies a la altura de su cadera y sus brazos estirados. Toma aire y mientras lo expulsa, activa todos los músculos que hay desde su espalda, pasando por sus brazos y hasta la última punta de sus dedos. Se produce el estallido. Grita mientras su cuerpo se encuentra totalmente desprendido de la pared.

Damián, por fin, está vivo.

Damián, asciende.

Solo las últimas dos falanges de los dedos índice y medio de su mano derecha logran aferrarse a la piedra. Los siguientes segundos son cruciales si no quiere caer a su muerte. Rasguña las piedras con los pies, sin encontrar un punto de apoyo fijo, pero dando suficiente estabilidad para lograr ascender sobre la pared.

La fisura a la cual se está aferrando tiene una apertura en vertical de cuarenta centímetros, una profundidad de medio metro y una extensión que permite a Damián meter su cuerpo entero. Tan cómodo como un ataúd grabado en la piedra.

Dentro de su refugio, que no llegaba a ser una cueva sino más bien una cuchillada en la montaña, Damián siente la calidez de un hogar. Respira hondo, el aire helado sigue perforando sus fosas nasales y maltratando su faringe, está demasiado agitado para concentrarse en su respiración o qué consecuencias va a tener su predicamento actual. Damián solo piensa en su única certeza: Esta es la única forma de seguir vivo.

El encierro le recuerda a la primera vez que recibió un abrazo, a eso de los siete años. Un apriete que en un principio le pareció hostil, pero que al fin y al cabo resulta confortante.

Su intento de descanso es interrumpido por una visita. Esta visita se anuncia con un cosquilleo, casi una caricia en la planta de sus pies que, para alivio de Damián, todavía conservan su sensibilidad, a pesar de las heridas. Ese cosquilleo se convierte pronto en el terror que trae consigo la inequívoca sensación de que a uno lo está trepando una araña del tamaño de su mano abierta.

Solo puede levantar ligeramente la cabeza para confirmar visualmente sus sensaciones físicas. El arácnido trepa hasta su vientre, donde se queda quieto. Damián no se siente amenazado, sino más bien observado. Las pequeñas y múltiples esferas que forman los ojos de la araña penetran en los suyos. Se siente leído, como el paciente de una guardia psicológica. Después de minutos que se hacen sentir como horas, la araña toma una decisión. Lentamente arrastra sus ocho delgadas extremidades por su torso, subiendo hacia su pecho.

La araña, asciende.

Damián, se asusta.

Llega al bolsillo superior de la camisa maltratada de Damián, logra levantar la solapa del compartimento de tela y en un acto de contorsionismo, encoge sus patas y se esconde dentro. Justo por encima de su corazón. La nueva guarida le queda más bien ajustada, dado el relieve generado en la prenda. Pero sin embargo ahí se queda. Agazapada, protegida. Con sus múltiples ojos mirando hacia su nuevo anfitrión.

“¿Andás con frío?” se anima a preguntar. El huésped en su pecho no responde. Damián se sonríe, el terror comienza a abandonar su cuerpo. “Yo también”.

“Una aventura” piensa.

Segundo movimiento – Empuje

Abandonar su refugio tuvo sus complicaciones mecánicas. Damián tuvo que dejarse caer como quien se cae de su cama y usar sus manos como ancla para no caer al vacío. Luego de un susto y un dolor innombrable en sus pies al recibir el impacto contra la roca, Damián continúa su ascenso.

Antes de continuar su travesía, se despide mentalmente de la cueva y se cerciora de que su acompañante sigue en su escondite, sin certezas todavía de si es o no un producto de su imaginación, pero que de alguna manera lo reconforta. Damián se toma un momento para analizar la ruta por delante y se alivia al ver que no le queda demasiado para la cima, quizás ciento cincuenta metros, quizás más. Con fuerzas renovadas, continúa su intento.

Cada sujeción lleva consigo la fuerza de su rabia. La fuerza de un pasado sin vida y un futuro donde todo puede tener sentido, la fuerza de un presente sufrido, sangrante. “Algo tiene que haber” repite entre dientes como un mantra. Cada vez que su mano busca la piedra helada, sabe que su dolor no es en vano, que su rastro de sangre quedará para siempre como parte del muro que no puede soltar. Sabe que sus palmas, ya con parches despojados de piel, sangran con un propósito mayor.

O quizás no.

Quizás se está despedazando los dedos por nada.

Quizás las piedras que a las que se aferra lo están cortando por piedad.

Quizás sus heridas son una antesala a las cosas terribles que lo esperan más adelante. Una cima en donde no hay más que una muerte sin testigos. Un destino tan desolador como evitable.

Pero aun así, Damián no se detiene.

Damián, asciende.

Si es que en el final de su camino se encuentra cara a cara con la futilidad de sus esfuerzos, con su sangre siendo un mero rastro de su error, sus heridas abiertas una muestra de su estupidez, y su cadáver humillado una gran advertencia para aquel que ose seguir su camino, será por haber tomado acción. Y en la mente de Damián, cualquier muerte será digna si es causa de su libre albedrío.

Y así es como llega. Con sus extremidades temblando y fallando por momentos, puede notar que se acerca al borde de la cima. Todo está por llegar. El héroe finalmente se aferra a la orilla. Sintiendo que sus últimas falanges ya se agarran a una superficie plana, utiliza sus últimas energías para apoyar primero el codo opuesto, luego realizar un empuje vertical descendente para apoyar el torso en la piedra y finalmente rodar sobre la superficie helada.

Se pregunta si tendrá algo que ver con la altura, pero Damián siente que el viento se detiene por completo. Levantando la cabeza y llevando el mentón a su pecho, revisa a su huésped arácnido. Sonríe al ver que no se ha inmutado por la violencia de sus movimientos, solo lo sigue observando, inmóvil.

Hace su mejor esfuerzo para erguirse. Camina y recorre lo que solo puede describir como la cúspide del mundo. no tiene una bandera ni una cámara de fotos para anunciar su hazaña, pero sus pies van dejando una huella de sangre en el suelo mientras camina. Dejando un precedente biológico que, para Damián, será imborrable. Ya los últimos minutos del sol le permiten ver lo que vino a buscar…. Y ahí entiende.

Tercer movimiento – Éxtasis

Desde la cima, desde su torre de babel, puede verlo todo.

Y es hermoso.

Reconoce el camino y los senderos y los árboles y la roca y los ríos. Puede ver cosas que ni siquiera están en su inmediación, sino más allá. Puede ver el camino de vuelta a la ciudad, a su departamento, a su trabajo y finalmente puede ver a Beatriz. Ella está en la oficina, charlando con su compañera sobre el resumen del mes, o sobre la serie que estuvo mirando estos días. Damián piensa que, desde su lugar, ahora privilegiado con el don de la visión, podría verla para siempre, desde lejos, sin tocarla ni interferir con su vida. Solo verla vivir. Quedarse para siempre donde pueda verla ser feliz y ella no tenga que verlo a él. Desde la altura, Damián sabe todo de ella, pero ella ya no sabe nada de él. No quiere interferir. Damián es ahora tan solo un espectador de la gran orquesta que se presenta ante él. Damián escucha este paisaje.

Damián, danza.

Puede ver la música, y danza.

Eleva sus brazos, hincha su pecho y ¡danza!

Elevado su espíritu, expresa reconocer ser parte del fulgor que admira. Sus pies, ennegrecidos por la necrosis, recuperan su color. Eleva una rodilla sangrante y avanza sobre el mundo. La fatiga deja de hacer temblar su cuerpo, ahora extasiado. Ya no siente la pesadumbre de sus miembros. En la altura, su cuerpo se convierte en pluma. La sangre termina de salir de su cuerpo, las heridas se cierran para no volver a abrirse nunca más.

Ingresa al suelo gélido como parte de su baile. Hace tiempo dejó de sentir el frío. Contempla cómo el cielo estalla en luceros y se baña en destellos. Es una polilla frente a miles de soles.

Damián siente la levedad en su cuerpo, y siente el ascenso. Ya no escala, sino que se deja llevar por los cielos. Sus pies se separan del suelo. Su espalda reposa en las nubes mientras se deja levitar.

Damián puede ver la orquesta.

Damián, asciende.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *