¿Te acordás de mi sobrino Baltazar? El chiquito, cumplió 4 el otro día. Llegué al festejo justo cuando mi primo estaba haciendo trucos de magia para entretener a los amiguitos. Pasó que cuando fuí a saludar a Baltazar, En medio del barullo el flaquito agarra y me pregunta: ¿Qué es la magia?

 Me quedé boludo un rato, anonadado por la serenidad de la pregunta en medio del caos de una fiesta de agasajo para su persona. Pensé un poco, pero no me salían palabras, porque en el segundo que la palabra “magia” llegó a mi cerebro, pensé en muchas cosas al mismo tiempo, pero todas eran sobre vos.
Porque pensé en lo mágica que era tu sonrisa, que salía de tu cuerpo y se pasaba a cualquiera que se te acercara.
Pensé en lo loco que era ver cómo, en la oscuridad de mi cuarto, vos brillabas.
La manera milagrosa en la que hacías aparecer y desaparecer las lágrimas que caían de mi rostro.
La maestría con la cual dejabas mi mente en blanco con el simple hecho de existir cerca mío.
Tus maniobras de escapista para evitar momentos incómodos y dejarme en soledad, sin un sí o un no.
Porque nada de eso era magia, sino que era yo, un ingenuo. Y eras vos, que te sabías aprovechar de mi ingenuidad.
Porque la magia está en todos los lugares donde no está, porque solo existe para aquellos que crean que es magia, y existe, transmutada en trucos para los que no creen en ella.
La magia no está en las varitas ni en los cuarzos, la magia está en los corazones persistentes de aquellos que deciden creer en algo más que lo mundano.
Le terminé diciendo a mi sobrino que la magia es la esposa del magio. No lo quise traumar con existencialismo berreta. Él se rió y yo me reí. Él por la «gracia» del chiste, yo del alivio. Cuando crezca ya va a crear su significado de la palabra. Espero que me lo cuente y podamos hablar un rato sobre qué, o a lo mejor quién le hizo creer en la magia.