Un 9 de julio donde entendemos que la independencia nos pone a prueba.
Donde entendemos que la independencia no se consiguió sola. Donde entendemos la lucha de cada época.
Un 9 de julio donde estamos dispuestos a no bajar los brazos, por contrario, estamos decididos a alzar la bandera como si no hubiese otra cosa en el mundo más que el patriotismo, como si no hubiesen otros colores que esos: blanco y celeste, un sol en el medio nos ilumina y conmueve.
Un 9 de julio donde comprendemos que la tradición no se trata de imitar cosas banales sino razonar con memoria y corazón todo los sucesos que han hecho de la Argentina lo que es hoy.
Ya no hay cadenas, hay personas que entrenaron para romperlas.
Ya no hay sometimiento, hay personas preparadas para poner el grito en el cielo.
Ya no hay miedos, porque hay personas que asumen sus temores y eso las vuelve más fuertes.
Un 9 de julio donde el contexto no nos separa, donde la adversidad nos invita a bajar las armas, a poner el pecho, a dar más que una ayuda, a ser empáticos, a ser familia.
Un 9 de julio donde, entendemos que la libertad es lo más preciado para una persona, para un ciudadano, para una sociedad.