Pasan y han pasado cosas en el mundo, y se ha escrito sobre cosas que más o menos han pasado o no han pasado pero están escritas. Le duele la pantorrilla de la pierna izquierda. Va a salir a caminar a ver si se aflojan los músculos de la pantorrilla esa. Es una decisión mecánica, no tan literaria como parece. Sale a caminar de noche como a las dos de la mañana. No encuentra un crimen en esta cuadra o en la otra, ni una escena horrorosa, ni se imagina algo fantástico que pueda escribirse, ni se acuerda de alguien de la familia que lo deje contar algo. Sí se encuentra con la noche que es un poco oscura en la ciudad pero esta noche no sirve para nada. Podría más o menos decir lo que tiene: un dolorcito en la pierna, pero no cree que alcance. Un pibe bienintencionado, de esos que creen en la literatura sin haberla leído, tomaría el motivo: hay demonios o aliens o zombies invisibles que se ocupan de darle cada vez más dolor a la pierna y entonces, mientras camina, el asunto sería cierta batalla del doliente contra esos bichos, hasta que termine bien. Un autor medio acomodado no se ocuparía para nada de eso. Hay que hacer con bastante prolijidad algo un poco sorprendente y actual y urbano y tal vez intimista. En su deambular rengo, la narración y el narrador se encuentran con una jovencita rubia abajo de un farol que le pide fuego para prender un porro y tiene un brazo artificial. Fuman el porro, van a nadar a escondidas a una pileta de un club del barrio, la chica se saca el brazo antes de tirarse al agua, él se sorprende, después se pasan una toalla por el cuerpo y cojen mal, etc. El héroe visita mientras anda por la vereda los pocos clásicos que tiene en mente. La oscuridad o la ciudad son la ballena de Jonás que se lo traga de alguna manera y, luego de dos páginas oscuras, oníricas, húmedas y tubulentas, el protagonista sale impregnado de algún tipo de revelación. O, si no, se cruza malamente en un bar con un antagonista que después de romperle la cara será su contraparte necesaria. Decubrirá luego, solo frente a la puerta de su edificio, que el otro era Sancho Panza, o Patroclo, o Bucowski. Onírico, ahí está: la pantorrilla le duele muchísimo, va a la guardia del hospital de madrugada y todo el personal sanitario es zoomorfo, como en los grabados esos de Brueghel el Viejo. Esa gente de guardapolvo no solamente es animalesca en apariencia, sino que piensa y actúa como animal. “¡Cómo razonan estos animales!” piensa que escribe el autor in media res citando, para quedar bien o mal con los lectores, a Caroll. Vamos que Dios anda en los detalles. Una baldosa grisácea cuadrada hecha con cemento de veinte por veite centímetros de lado que tiene a lo largo hendiduras de medio centímetro cada centímetro y medio, otra baldosa grisácea cuadrada hecha con cemento de veinte por veite centímetros de lado que tiene a lo largo hendiduras de medio centímetro cada centímetro y medio. Dios mío, la parodia no es suficiente. ¿Bartelby no es una parodia? “I would prefer not to” puede ser un sonsonete o un buen final, un final que agrade a los anticapitalistas. Pero hay una basurita en la cuarta baldosa, hay que decirlo. Esa roña inesperada en la vereda es una hoja chiquita amarilla del otoño, o un papel plateado de un atado abierto de cigarrillos o la escupida casi transparente y rígida de un viejo que pasó por ahí hace siete horas. No importa mucho la cualidad de la basura, lo importante es que interrumpe la monotonía en la caminata nocturna del que está tranquilo mirando para abajo porque no va a escribir esta noche, y eso lo vuelve loco. Enloquecido, el escritor ha encontrado, como es de esperar, un lugar, y se apura a borronear una nota: Hola Estella. Quiero decirte que sos muy linda y cariñosa y cojés genial, y que me voló la cabeza cuando me regalaste ese libro de Girondo, pero me animo también a decir esto porque estoy en pedo: tu olor me resulta imposible. No sos vos, es tu olor, el olor de tu piel. No es que no te hayas bañado o perfumado o cambiado, es el olor que tiene siempre tu piel por lo que no puedo encontrarnos de nuevo. Perdoname que te diga esto, sé que es feo pero es la verdad. Además me duele y siempre me va a doler la pantorrilla izquierda, pero eso es una excusa. Me parece que es mejor ser honesto y contarte lo que me pasa, y no venirte el día de mañana con boludeces. Asi que Estella no respondió nada y fue seis días después al departamento y lo mató al escritor que estaba dormido, reventándole algo de fierro contra la cabeza varias veces. Después se fue a su casa y se pegó una ducha.