Días de semana: 

—Mi color preferido es el blanco, encuentro en él luz, transparencia y felicidad. Acabo de comprar unas cortinas blancas y una heladera blanca, pintura del mismo color, para embellecer las paredes, y todo lo que encuentre. Debe estar a la altura y semejanza de mi expectativa, ¡de mis necesidades! Del sueño que puja por realizarse y al ser tan perfecto sólo se deshace, por eso compré a Manchitas. Manchitas es blanco y no tiene manchas, pero le puse así por las dudas, ¡puedo salpicarlo! Luego recuerdo que no se notaría, de todas maneras es blanco.

—¿Y por qué elegiste ese color?

—Elegí ese color porque me gusta, recuerdo cuando mamá se vistió de blanco, si yo hubiera existido en ese entonces, y me hubieran invitado a la boda, corregiría ciertos errores que se situaron. Uno es que papá no estaba vestido de blanco, ¡que injusticia! Ella toda paranoica cuidando de no ensuciarse, pendiente de que el dulce de leche de la torta no manchara su escote, ni su cintura. Él, en cambio, agarraba el dulce de leche con las manos y todos se reían. Los ojos estaban atentos, admirando que el cierre del vestido no cerraba, pero nadie se fijaba en el pantalón del novio. Otro error eran la alianzas, el sacerdote roncando (tuvieron que despertarlo), y el cielo estúpido que justo a esa hora se le ocurrió ponerse gris. ¿Dios no podría haber ayudado? Claro… porque Dios ya sabía que ese matrimonio no iba a durar un carajo. Si yo hubiera estado ahí le advertía a mamá, le decía que yo quería que papá sea mi papá, pero sin que ellos estén casados y así se ahorrarían millones de disgustos que al final únicamente sirven para joderse la vida. ¿Es extraño no?

—¿Qué cosa?

—Que papá sea tan buen papá pero tan mal esposo, y… mamá me miraba de reojo cuando yo espiaba las fotos, cuando yo le preguntaba sobre lugares, fechas y cosas estúpidas que al correr de los años se olvidan. Ya no importa cómo se conocieron, ni qué fue lo primero que pensaron el uno del otro, ni si creyeron que iban estar juntos para toda la vida. Cuando uno crece, sólo importa lo que está pasando, te congelas en el presente, te clavas millones de cuchillas en el pecho para simular que las cuchillas del pasado no se sienten, estás todo desecho y roto, ya no interesa si antes te gustaban las lentejas y ahora los porotos. Uno tira las lentejas.

—¿Y por qué las tira?

—Porque el día que ellos se conocieron habían comido de esas, esas… ¡cosas redonditas y feas que no me gustan! Te quedan atragantadas en el paladar, ¡son una porquería! Tenés que bajarlas con 5 litros de agua para no quedarte atragantada. Antes me encantaban no sé cómo, ahora mamá sólo hace porotos, y papá lentejas, y mamá porotos y papá lentejas y cuando voy a la casa de uno critican la comida del otro, y me dan salado y dulce, aceitoso y sin aceite, que el colesterol y la diabetes. Papá me dice que viva la vida, ¡es una! Y que le dé a la comida chatarra, mamá dice que voy a terminar como la tía Clotilde y me trauma. ¡Qué se decidan! Algo que tengo bien presente es que estas legumbres estúpidas nunca se mezclan: los porotos están en una punta y las lentejas en la otra. Cuando uno crece ya no piensa en las fotos, las guarda en un álbum, entre la humedad y esos cajones que nunca terminan de cerrar, te acordás que están ahí un día de lluvia, cuando tenés ganas de… deprimirte un poco, pero no tienen valor alguno, por eso pienso que es mejor usarlas como servilletas. Te limpias boca con la cara de uno de esas tías que no ves nunca y el tema se soluciona, después si sobra otra fotito la usas para limpiar el pis de los perros, ahí tenes que elegir una prima que te cae mal, siempre hay una pedante en el árbol genealógico, eso es un hecho.

Fines de semanas:

Mi color preferido es el negro encuentro en él misterio, refugio y felicidad, sobra quietud y calma, entre sus virtudes hay que destacar que te pone en forma, ¡te adelgaza! Combina con todo y te da satisfacción, compré unas cortinas negras y una heladera negra, pintura del mismo color, para pintar las paredes y todo lo que encuentre. Debe estar a la altura y a la semejanza de mis expectativas, por eso eché a manchitas. Mejor lo veo otro día, ahora tengo a un pitbull negro y le voy a poner manchitas igual, aunque se llame Roberto, porque yo quiero tener al blanco y al negro, juntos, ¡al mismo tiempo! Retroalimentándose, originando diferentes tipos de querer, pero manchitas y Roberto no se llevan bien. Yo trato de juntarlos les digo que los quiero mucho, que me hacen falta, que no quiero regalos, me los dejan todos los días en la puerta del baño, ¡asquerosos! ¡Van a dormir al patio! No me importa, que se lleven como quieran, ¡que se desconozcan! Me voy a comprar un gato y que esos dos perros se vayan al carajo. Es que… no me gustan los gatos, son independientes y yo quiero cuidarlos, saber que requieren de mí y yo de ellos. Gatos de porquería que se escapan de la ventana de mierda porque Maritza, la novia nueva de papá, les cocina arroz con leche, y los felinos no quieren saber nada, ¡una colitis les agarra! Después me hacen limpiar el piso a mí.

—¿Y por qué elegiste ese color?

—¿El negro? —pregunto.

—Sí.

—Elegí ese color porque me gusta, recuerdo cuando papá se vistió de negro, si yo hubiera existido en ese entonces y me hubieran invitado a la boda corregiría ciertos errores que se situaron, uno es que mamá no estaba de negro, ¡que injusticia! Ella toda radiante y el todo opaco, a nadie le interese ver lo que tiene puesto, en cambio la novia se lleva todos los aplausos y premios. Tranquilamente él podía ensuciarse todo el traje con dulce de leche y nadie lo notaria, ¡muriendo ignorado! Los ojos estaban atentos admirando que el cierre del vestido no cerraba, pero nadie había notado que él tenía los pantalones al revés, claro… siempre importa el blanco. Otro error eran las alianzas, el sacerdote roncando, y el cielo estúpido que justo a esa hora, se le ocurrió ponerse gris. ¿Dios no podía haber ayudado? Claro… porque Dios ya sabía que este matrimonio no iba a durar un carajo. ¿No podía haber nacido antes? Si yo hubiera estado ahí le advertía a papá, le decía que yo quería que mamá sea mi mamá pero sin que ellos estén casados. Así se ahorrarían millones de disgustos que al final no sirven para otra cosa que para joderse la vida. ¿Es extraño no? Que mamá sea tan buena mamá pero tan mal esposa, y… papá me miraba de reojo cuando yo buscaba las fotos… sabía que él no era tan sentimental, y que las había quemado justo cuando se dio esto del… ¿cómo se llama?

—El divorcio.

—No, lo otro.

—¿La separación?

—¡No! No importa después me voy a acordar, pero la cosa es que en lo de papá no hay fotos, hay panchos, hamburguesas, pizza y… me tengo que acordar que con Manuel me gustan los porotos, el color negro, los ambientes oscuros y fríos, el masoquismo y bueno… tengo que peinarme distinto, decir que llegué más tarde porque fui a visitar a mi tío. Mi tío que padece de una enfermedad muy extraña, y que está tirado en la cama, porque se encuentra paralitico. Tengo tanta mala suerte que justo cuando se pone intenso el asunto, llama… en la mejor parte debo contenerme y excusarme, mencionarle que este tío que agoniza me necesita, y que se llama Carlos, luego debo anotarlo en algún lado. Las mentiras son así uno engaña, engaña, se ceba demasiado y después no se acuerda ni de lo había confesado. Estoy perdiendo la imaginación, ¡estoy colapsando! No me quedan más vestidos negros, y tampoco blancos, quiero de los dos, pero se contradicen, ¡chocan! Se repelen y me dejan acá… ¡en la indecisión! Porque después me tiene que gustar las lentejas, ¿entendés? Y también los porotos, y… ¡tengo que vestirme de blanco! Me tienen que agradar los ambientes cálidos, ser dulce e inocente, cambiarme de peinado otra vez y decirle a Leonel que lo amo, (un tipo de amor extraño donde amo a otra persona de la misma manera). Y si me preguntaran: ¿a quién queres más? Diría que a los dos por igual. Debo confesarle que llegue tarde por culpa de mi tío Humberto, pero resulta que me confundí de nombre, esos nombres de porquería que me invento. A Leonel tendría que haberle dicho que era mi tío Carlos y a Manuel que era mi tío Humberto, ahora piensan que tengo dos tíos que se están muriendo, si es que ya no sospechan la situación… cuando se enteren no sé qué voy a hacer, ¡enloquecer! ¡Seguir negándolo! ¡Romper en llanto! Voy a decirle que todo es culpa de los colores y…

—¿No estás un poco alterada?

—Es que no sé qué va a pasar cuando lo sepan, cuando se enteren que estoy con vos, no van a llegar a procesar la primera infidelidad y ya van a encontrarse con otra.

—Soy tu psicólogo y sólo sos mi paciente, te acabo de conocer hoy.

—Bueno… no importa, pero es que necesito un tercero, ¿querés? Un color intermedio entre el blanco y el negro. Porque siento que se repite en mi cabeza: “¿A quién querés más?”, llega un momento en el que me estresa tanto que opto por no querer a ninguno… Así que… ¿En qué estábamos? ¡Ah, sí! En lo nuestro. ¿Te gustan los porotos o las lentejas? ¿Morocha o rubia? ¡Me tiño! ¡Me pongo una peluca! ¿Alta o petiza? ¿Rebelde o sumisa? O… puedo ser ambas… Puedo cambiarte el nombre, ¿puedo decirte gris? Si te negás, por la cara que estás poniendo es lo más probable, tendría que volver al pasado, tendría que haber nacido 20 años antes, decirle a mamá que no se moleste en tener nada con papá, no se daba el accidente, no se cansaban, mamá no me paría y entonces yo no tenía tantos problemas… Te aviso que el gris es un buen color, por las dudas de que te arrepientas.