«La vida se trata de eso; divertirse con un arcoíris y empezar desde cero», dice mi abuelo.

—Violeta, ¡concentráte! Divertirse en exceso puede volver todo negro —amenazan repeliendo cierta gama de colores, y contradiciéndose—. Ustedes, turquesas manchados ¿entienden?

Claro, naranja se cree superior por haber nacido con mucha saturación. Quizás nos están mintiendo, terminamos por descubrir que lo que creemos divertido en realidad es un cumulo de aburrimiento. Qué se yo, la realidad es que uno ve a gris, y se queda dormido, estuve conversando una noche con él, me contuve, ¡lo intenté! Pero a los dos segundos ya estaba roncando. Lo peor es que el desgraciado se cree divertido, si al menos fuera consciente de lo monótono que es, no se le burlarían tanto. Me causa gracia cuando anda en monopatín, va saltando, trata de tomar riesgos pero siempre sigue el mismo lineamiento; hablarse con el negro, discutir con el dorado, y tratar de seducir a Violeta, sabemos que nunca le va a prestar atención, igual lo incentivamos.

— ¡Tu color gris es el mejor! —gritamos, mientras bostezamos a la vez.

Tengo que ser divertida, porque nací morada, no es el mejor color de las gamas. Me conformo con saber que me eligen en mochilas, cartucheras, paredes y prendas. «Cada quien tiene la diversión que se merece», comentan mientras nos bañan con pinceles. Y si bien mi diversión se basa en decir que soy divertida y acusar a los que no lo son, me siento un poco vacía.

— ¿Vacía de tonalidades?

—No, vacía por dentro.

—Pero, ¿te pintaron cada parte del cuerpo? Nena, ¡tenés que hacerte ver! Por ahí el morado no te llegó al cerebro.

Definitivamente la toxicidad aún no se apropió de todas mis neuronas, y por eso me mantengo cuerda, capaz de diferenciarlo: en realidad no nos divertimos un carajo, ¡estamos todos hartos! El regodeo y el espacio creativo es una mentira más grande que naranja. ¡Bah! Ese estúpido se cree grande porque no sabe que lo pintan con pinceles de plástico, ya que es tan delicadito que se queja de los raspados, ¡tarado! A mí me pintan como se debe, con pinceles de púa, se cree el más divertido de los colores, como si en esta vida miserable la diversión fuera lo único importante. Claro que lo es, porque divertirse es fantástico, no voy a ser como la zorra esa de las fabulas que por no alcanzar las moras aseguró no necesitarlas ni quererlas. Yo quiero la diversión y la amo, pero a mi manera, conociéndola en exceso y luego desconociéndola, adentrándome en sus sombras, en sus silencios compensativos luego de la adrenalina máxima, en los vericuetos excluidos del paisaje y de las andanzas inconscientes. La diversión no es tan fácil como plantean, menos si uno quiere diversión constante sin terminar luego, blanca como una hoja, pálida por haber experimentado los cinco niveles de colores juntos. Ahora bien, voy por el morado clarito, que se vayan todos al carajo, salto los niveles y me voy al morado intenso, que se jodan las guías de entretenimiento, no necesito leer un instructivo estúpido para divertirme.

Naranja se cree «piola» por sabérselos de memoria, el desubicado se lo aprende como una enciclopedia, pero cuando le preguntan que entendió no sabe un carajo, repite como loro el desgraciado. Divertirse parece ser todo; infancia, adolescencia, y adultez, ¿y si quiero vivir aburrida toda la vida? Claro, te dejan el menaje subliminal en las púas del pincel:

—Divertíte hasta olvidar qué es la diversión,

Bueno, parece ser lo que me pasó. Ahora como perdí conciencia de la definición, cualquier naranja, verde, turquesa, o amarillo, me dice que ser de determinado color es divertido y cambio mi morado, casi acuoso e indefinido.

Estoy dirigiéndome hacia al agua con lavandina, para desteñirme entera, para volverme pálida. Ya ví el arcoíris, ya lo conocí y siento, literalmente, que más no me puedo divertir. ¿Y si lo que resta de camino es aburrimiento? ¿Y si lo mismo que me dio color ahora me deja negra como el pavimento? Acá ser negra significa ser lineal, triste, nostálgica, ¡discriminada! Esa frase perturba la psicología de todo colorcito; «tenés que ser blanca», pero luego cuando místicamente llegas a obtenerlo, (porque rapaste tu color contra el cemento), te dicen que no posees fuerza, que estás incompleta. ¡Qué se decidan! No les conforma ni la oscuridad, ni el exceso de luminosidad, tenés que mantenerte a un nivel medio, donde la vulgaridad de los colores coloquiales se apropian de tu cerebro. Lo cierto es que ninguno de los extremos conduce a la diversión, mi morado tiembla, mi cuerpo se entumece, estoy derramando matices sin pasión.

— ¡Pinten bien las maderas! —gritó.

Nosotros que no sabemos o que nunca tuvimos la oportunidad de conocerla, creemos que trabajar significa diversión, mientras vemos a otros niños jugando con muñecas, camiones y robots, o al menos haciendo las tareas.

—Divertirse es romperse el lomo.

Aseguré en la clase de ciencias sociales, hoy la profesora me abrió los ojos, y dijo que eso se llama explotación.