—Mentalicen lo que desean, cierren los ojos, atrapen el tiempo. ¿Lo conocen?, ¿lo tienen? Ahora es el momento; colóquenlo con cuidado y dejen que la licuadora se encargue amorosamente de cumplir sus sueños.

—¿Pero no hay que triturarlos primero?

—No Benjamín, calláte y seguí haciéndolo, más adelante cuando quieras perforarlos te dejo, hasta ahora solo admitimos violencia pacífica contra ellos.

No sé qué será la violencia pacífica pero todos celebran y gritan:

—¡Sí!, se licuaron por completo.

Claro, porque los ingenuos utilizan «potencia máxima», como si al hacerlo con más furia e intensidad uno se sentiría completo.

—Estoy vacío —exclamo.

—Ahora por eso vas a batirlos a mano.

Batir tus sueños no es para nada didáctico, mucho menos artesanal, el grupo entero se ríe de mi castigo, y licuan con más felicidad. ¿Qué les pasa?, ¿tanto les gusta cocinar?

—Cada quien tiene la licuadora que merece, no se quejen —casualmente a mí me toca la más ruidosa.

—¿Si hacemos eso nuestros sueños van a multiplicarse y llegar al cielo?

—Sus sueños ya están en el cielo hace mucho, pero ahora van a poder venderlos.

Tamara es así, ama vernos licuar con mucho esmero, es buena porque nos da de comer, y además nos compra cosas; ni peluches ni ropa, ¡licuadoras!:

—La mía es azul.

—La mía roja.

—La mía tiene lentejuelas y algunas piedras.

—La mía dice «en oferta» —digo.

—Eso te ganas por ser un «licuador» negativo.

Parece que nadie se da cuenta; pasó la noche entera y seguimos abrazando licuadoras, porque en la locura competitiva de ver quien tiene mejores sueños licuados nos encariñamos. Estoy trascurriendo la primera etapa; batir hasta que el brazo se me caiga, me quedo largos lapsos sobre la cabina de foco, la luz parece dominar y controlar mi cuerpo, pero si alguien pregunta, solo estoy desarticulándome el codo. Poco a poco, cuando la licuadora haga explosión y llegue a sitios impensados, mis sueños habrán sido realizados o modificados por otros. Hasta ahora nos concentramos en… ¡adivinen en qué!; ¡en licuarlos! Tarea bonita, ¡bah! Si uno se tapa los oídos y cierra los ojos. En cambio, si dejas que la breve curiosidad se aparte de los supuestos intereses propios, la licuadora parece condimentar.

—¿Condimentar con ají? —pregunta Carlitos—. ¿Es picante?, ¿quema?, ¿arde?

—No, es un líquido rojo.

—Definitivamente nuestros sueños son saludables, ¿ves? Vos los criticabas y ahora resulta que consumen tomates —contesta mientras aprieta el botón con mucha fuerza, el estúpido se hace el responsable pero el del baño no lo aprieta, siempre que voy me encuentro con varias sorpresas.

«¿Sos infeliz? Licuá».

 «¿Tenés gana de dormir? Licuá».

 «¿Tenés hambre? Licuá y se te va ir».

Admito que licuando el apetito se esfuma pero tampoco para que lo idealicen tanto. No niego que se ven tentadores, etéreos, ¡trasparentes!, hasta que se convierten en eso; un licuado rápido, con trozos de tomate, y pedazos de ajo.

—¿Vos estás seguro que una vez licuados son más ricos?

—¡Qué sé yo! Habrá que probarlos —los llevábamos a los labios, conduciéndolos lentamente hacia el descubrimiento bucal, planeando un análisis gustativo.

—No —gritó Tamara. Nos quitó las licuadoras de un tirón.

—Mis chiquitos, acuerdensé lo que les dije, los sueños se licuan, los sueños no se prueban, ni se investigan. Los sueños se venden y el dinero se deja en aquella fuente.

Entonces emergió de mí una duda jamás oída:

—¿Qué son los sueños?

—Ventrículo izquierdo, ventrículo derecho, y aurículas. De eso están compuestos, si te seguís quejando vas a ir a la sala de procesamiento. ¿Querés saber lo que es arrancarle un sueño a alguien?, ¿querés sentir como la decepción se apropia abominablemente del otro?, ¿querés eso?

Debe ser que soy pequeño y todavía no lo entiendo —pienso—, solo sé que el licuado se derrama en billeteras, y que las billeteras crecen después de eso, ¡qué cosa más rara! Ya se lo dije a todos los inconscientes estos:

—Cuando crezca no voy a tener billeteras —no terminé ni de pronunciarlo que ya me regalaron una.

—De todas formas el dinero va en la fuente —aseguró.

Tamara mencionó algo sobre el tráfico, dice incoherencias constantemente, pero… ¿habrá muchos accidentes automovilísticos?

—Los sueños a veces se arrebatan y otras veces solo se aprovechan las condiciones dadas. ¿Se cansaron de trabajar?

—Siempre pensé que jugábamos.

—Bueno, es parecido. A ver, ¿quién quiere convertirse en sueños? —gritó—. Adentro de la licuadora todo es mejor…

Tengo mis dudas, ¡temo!, todos levantaron las manos desesperados, menos yo.

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