La llama se dirige hacia la punta del lápiz, estoy inmóvil, no me resisto. Lo sobrenatural no me asusta, muchas veces escuché que los objetos se mueven solos, no iba a alterarme, ni a llamar a nadie, no era una cuestión de rescate, me negaba a pedir auxilio. Era solamente un humano cansado que veía a un lápiz volar.
Lo provoca hace mucho, siempre cerca de mi rostro, en línea recta, está buscando algo, no me pregunten qué. Miro el sacapuntas de reojo y la canilla que gotea, sin embargo, me resigno. Probé muchas veces en tirar el lápiz… Para mi sorpresa, siempre puede manifestarse otro. Se toma el trabajo de aparecer reiteradamente. Prendo sahumerios, medito, me relajo, pero la situación no cambia. Tampoco me desespera, estoy alerta por si llega a incendiar la cocina, o hacer un par de travesuras. El color del lápiz es irrelevante, tengo que describirlo como un rojo chillón, gastado en los bordes, nada especial. Su hábitat está acá, antes vivía en la cartuchera de jean vieja, ahí se ubican todos, mirándome, pendientes de mis movimientos.
Creo que no es siempre el mismo lápiz, igual no me interesa. Necesita atención, últimamente se está tomando el trabajo de seguirme a todos lados, cuando salgo, si me distraigo… En fin, se convirtió en una especie de amuleto especial. No hago nada me quedo quieta, resignada… Aunque él no piensa lo mismo. Agarra el encendedor y juega con la hornalla, yo dejo que se vaya. Estuve conversando muy seriamente para que manejemos una especie de horarios, algo más formal para tranquilizarnos y no cansarnos el uno del otro.
—Mirá, a la mañana tres horas, a la tarde seis horas, y a la noche dos horas —le explico muy serenamente.
—Está bien —dice mientras se acerca otra vez.
—¡Pero te dije que ahora no es el horario!
—Estoy acá por si me necesitas…
Pensé que unos minutos no iban a provocar daños. Así que decidí hacerle caso. Pero no se alarmen, que acá, ¡yo tengo la autoridad! Me llevo bien con los objetos que se mueven. Llama poderosamente mi atención que sólo ocurra con lápices. ¿Dónde están los muebles, las sabanas, las repisas, las ventanas? Quietitas, duras, tiesas, ¡no hacen nada! Acá yo tengo el control, le ordeno “vení” y él viene. Le digo que no y viene igual, pero solo por el temor que me tiene, creo…
Acá yo manejo esta extraña y rutinaria situación. Él sabe los días en los que debe volar con velocidad, y también los días que me agrada su lentitud. ¡Estamos bien! ¡Estoy perfecta! Las manos me arden un poco pero no me importa, siempre es mayor la satisfacción que el riesgo a las consecuencias. El tema de los horarios lo dimos por descartado. Estoy sentada, veo como se acerca, conoce en detalle mi boca. Yo estoy perfecta, no se angustien, me siento bien, no me pasa nada. ¡Todos hacen esto! ¿Quién no se dejó llevar alguna vez por un lápiz volador? ¿Quién no escuchó al fuego gritar, absorber, necesitar, enloquecer? ¿Dependiente de vos, o vos dependiente de él? La llama se dirige hacia la punta de este mismo, suena el teléfono. Atiendo mientras mantengo contacto con el lápiz.
— ¡Hola hija! ¿Y? ¿Conseguiste los puchos?
—Papá ya te dije, no los necesito, puedo estar sin ellos.
—Bueno, te preguntaba para saber, eran para tu hermano igual.
— ¡Ah! ¿Tiene lápices en su casa?
—Supongo que sí. ¿Por qué? ¿Qué tiene que ver?
—No, por nada, decile que voy a visitarlo mañana. Pasaron dos horas, la cartuchera ya está vacía, no tengo ni cigarrillos, ni lápices, no hay nada a mi alrededor que me ampare, todo parece externo, todo parece dejarme sola, aislarme de la tarea respiratoria, y me quedo con… ¡conmigo!, al costado las sombras, un pedacito de presencia imita el ruido de las agujas, aprobando el conteo de minutos. Noto que si me quedo quieta la birome se aproxima. Estoy enloqueciendo, algunos dicen que puedo morir intoxicada, pero yo no tengo tiempo para eso, menos ahora que se me está prendiendo fuego la casa, la madera destrozada, los papeles hechos cenizas, el gato llora, ¡qué me importa!, estoy atenta a la birome nueva que me habla…