Acabo de descubrir algo muy extraño, los gatos no comen papel, ya intenté veinte veces.
— ¡Michi, Michi!
Se lo acerqué al hocico, me tomé el trabajo de picarlo, romper pedacito por pedacito, ¿saben cuánto me costó? Al principio pensé que el papel de revistas era duro y como ya está viejito, las muelas no llegan a triturarlo. De ahí en más, comencé a usar hojas de carpeta, pero no había caso, tenía miedo de que se muriera de hambre ¡No probaba bocado! Se quedaba sentadito en su colchón y me miraba por horas.
—Seguramente querés decirme algo Michi, ¿qué es?
Pero no me contestaba, hace cinco días que el gato dejó de hablarme, antes por lo menos me decía «buen día». Ahora observa la manera en que me siento, me preparo el té, como las tostadas con queso, y deja que escuche eso… ¡el mismo silencio!
— ¡Me parece una falta de respeto, Michi! —decía mientras él se relamía el cuerpo—. A mí no me sacás la lengua, chiquito.
Pero el felino se quedaba dormido. Eso me sucede por dejarlo escapar, resulta que pensé que ya estaba grande como para tener todo cerrado con llave… El muy descarado empujó la puerta (con la patita) y se fue un rato. No era una travesura de las que haría cualquier gato, ¡no! Dejó con gatitos a varias felinas –después yo soy la que me tengo que hacer cargo– se cambió de color, paso del blanco chic al negro con reflejos en gris, se cortó los bigotes, y regresó absolutamente cambiado, ¡hasta con los dientes blanqueados! Se quitó el suéter azul tejido por mis manos, reemplazándolo por una campera de cuero.
Teresa, mi vecina, me comentó que estuvo haciendo bastantes locuras…
—A los gatos hay que retenerlos, darles el mejor papel que puede haber, consentirlos, adiestrarlos y mimarlos, lo suficiente como para que no quieran probar otra cosa —me aconseja.
— ¿Vos decís, Tere? Pero quise darle una oportunidad y mirá lo que me pasó, ¿y si ya no me quiere?, ¿Y si se consiguió otra dueña experta en el empapelado?
—Eso porque te gustan los salvajes, tu error está claramente en no ponerle aceite; cuando mi gato estuvo por abandonarme, yo les hice unos papeles fritos, con azúcar y… ¿Sabés cómo volvió? ¡Necesitado! ¡Hambriento! Deseoso… De que le dé más y más, ¡más y más!, ¡y más! ¡Lo tenía en la palma de la mano! —aseguraba mientras hacía gestos extraños.
— Conclusión… ¿lo retenés con comida? Pero yo no quiero que se quede por comodidad, quiero que esté conmigo por cariño.
—Sí nena, ¡qué cursi! Tenés que aprender, yo sé que es tu primer gato, pero todos estamos acostumbrados, quizás es tu cara.
— ¿Mi cara?
—Sí, es muy angelada, cambiala, poné cara de que vas a alimentarlo, ¡a llenarlo! ¡A dieta no vive nadie, querida! Tenés que jugar con el menú, experimentar, crear, ¡inventar! Si le das todos los días lo mismo es obvio que se va a cansar y va a escapar —decía mientras absorbía la bombilla del mate. Un día de estos se va a ahogar y me voy a reír mucho—. No sé si te conté, pero el mío ya sabe leer.
—Sí, creo que me lo dijiste una vez —contesté riéndome. Cuando empezaba con esas estupideces me sacaba de quicio, como si su gato fuera mejor que el mío, el más intelectual y completo, ¡por Dios! Faltaba que ostente como le enseñó el abecedario, si supiera que su gato jugaba con Eugenia, la de la esquina, no se jactaría tanto. ¡El mentiroso le decía que iba al gimnasio!
En algún punto el que presume, carece; entonces tomaba con pinzas sus comentarios. Decidí hacer algo divertido con el papel, quizás decorarlo, empecé a hacerle unas florcitas y luego un prado, inventarle con colores un momento de ensueños, servirle la belleza misma para que la triture, la saboree y la consuma, entregarle un manjar con el único objetivo de verlo tragar, enmudecer frente al plato que le estaba por brindar, pero Michi me miraba desinteresado.
Yo me acercaba lentamente, como aquel que tiene la felicidad en una fuente, le servía cientos y cientos del más delicioso de los papeles y él… ¡nada! No se dignaba ni a maullar. Se iba corriendo, casi asustado como si le estuviera pegando, ¡pobre! Quizás hice una cara demasiado expresiva y me quedaba fatal. Planeé entonces abollar el papel, arrugarlo, pero parecía peor… Quizás el problema era ese, lo intentaba demasiado, ya harta me largué a llorar.
— ¡Ni el gato me quiere! —lo tenía al lado y me estaba mirando—. Michi, si me querés algo… ¡decime una palabra!
Se sacudió, me miró fijo y escapó. Sé que cuando alguien se va de tu lado, no tenés que perseguirlo, sería arrojar tu dignidad al barro, pero como era un día soleado…
De repente estaba frente a mis ojos la locura más grande del universo, la irracionalidad jamás vista, el quiebre de la cordura, yo quedando completamente enmudecida; ¡Michi había trepado el árbol! ¿Un felino trepando un árbol? ¿Dónde se vio? Estaba angustiada, ¿y si el indefenso no podía desenvolverse solo? Pero el ingrato hasta parecía cómodo, se ató a la rama con la correa. Fue entonces que comprendí todo… Michi era un proteccionista, ¿cuándo comenzó su obsesión con los árboles? No sé, quizás tendría que llevarlo al psicólogo.
—Tere, ¿estás? Creo que no necesitaba algo más rico.
— ¿Cómo? A todos los felinos les interesa eso.
—Bueno a mi gato no, ponete a pensar: la satisfacción de saborear el papel dura solo un momento, en cambio el amor dura una eternidad.
— ¿Y cómo le das amor? Es un gato, de vos solo quiere comida, ¡nada más, nena! Todos se comportan así. Le des papel, pálido o bronceado, liso o arrugado, lo devora, ¡ya está! Ahora decime que lo querés y listo, ¡no te aconsejo más!
—Sí, lo quiero, no me aconsejes, fíjate dónde está tu gato, y si realmente va al gimnasio, porque no le estaría haciendo mucho efecto…
Y así fue como comencé a cuidar el papel y de paso inventé la comida para gatos. En realidad entendí todo cuando lo probé, definitivamente ese papel era un asco. No estaba en absoluto celosa del árbol…