Meter la pata es una tarea inconsciente y muy sencilla a la vez, se trata de hacer comentarios inoportunos, no tener delicadeza, conseguir una pata cualquiera, y ¡boom! Infiltrarla en toda situación sin problemas. Será que mis preferidas son las de jabalí, y me dedico incansablemente a implementarlas, en cualquier lado. Recuerdo “la mejor metida” cuando mi amiga me presentó a su nueva pareja y exclamé:

—Mirá que vivaz se ve tu abuelito.

 “Nos llevamos un par de años” me había comentado dos semanas antes, Silvia se veía histérica, concentrada, ¡dispuesta a que todo sea perfecto! Comentarios cuidadosos y programados.

—Carlos, mirá… te voy aclarando, Ramón es un hombre bueno, tiene un corazón inmenso, me entiende, me escucha y… me dobla la edad pero no tiene ni un gramo de malicia.

— ¡Quiero conocerlo!

— ¿Para qué?

—Para felicitarlo —contesto.

—A él le fastidia que hagan bromas, ¡por favor! Es un hombre serio, de buenos modales, no como vos. Seguramente no entienda tus expresiones…

 Ignoré sus advertencias, ¡qué va a ser! Tenía una pata a mano y aproveché.

Había puesto el pollo en la mesa, con los manteles casi planchados y el detallismo al máximo, el cuadro en la pared, todo demasiado calmo. Lo primero que distinguí fueron las patas, ¡ella fue la descuidada!

— ¡Asqueroso! Dejá de refregarme la pata en la cara —gritaba.

 “De tantas patas soy un patudo que la mete a menudo” ese es mi himno.

 Cómo olvidar cuando un ladrón entró a casa y le rogué que la asaltara a la estúpida de enfrente, esa vende droga delincuente, resulta que eran hermanos, me vació la propiedad y ni hablar de los palazos… Nunca se confíen, una pala puede ser más mortífera que un arma.

 Se habrán dado cuenta… ¡me divierte meter la pata! Es tan placentero, se vuelve adictivo, quiero ser desubicado y desafortunado sin respiros. Tanto que me hartó la metáfora y voy metiéndoles a todos las patas, o mejor dicho, las famosas “trabas”. Me divierte ver cómo caen y se golpean las caras, los dejo sin ganas de decir:

— ¡Qué costumbre desubicada!

 ¡Qué les arde la boca! Ahí está… ¡tráguense sus malditas palabras! Y la sangre cayendo a torrentes, como la cascada más pura y merecida de la vida, las cosas sangran, los órganos, los objetos, ¡incluso el pasto! Especialmente cuando no cubren sus rostros con las manos…

 Yo no ando con vueltas, me la hiciste dos veces y ¡boom! Te meto la pata. Puede tener diversas significaciones pero, para que no se burlen, ni interpreten mal, mi “meter la pata” hace referencia a no ser oportuno (por si escucha la policía). Será que no me avergüenza y gozo al admirar la disconformidad ajena.

 No creo que esté clasificado como delito; ser inoportuno y meter patas a menudo. Claro… hasta que le agregué cuchillas a los zapatos y un par de tijeras a mis tobillos.

 Explico por si les interesa: Se trata de rodear tus piernas con una soga, (te corta la circulación un poquito pero no importa), buscas todo tipo de cuchillas y las añadís sin pensar, estirás las piernas hasta que las rodillas te duelan… ¡La meta está cumplida! Se cayeron cinco personas y mejoró mi vida, o al menos una porción de ella.

 Ese breve momento donde me siento mi propio humorista, ¡y ahí va! Y ahí lo estoy sintiendo, ¡hace cosquillas en los huesos! Habita las mil maneras de ser feliz con poco o nada de dinero, sin explotar niños o recurrir a la cría de perros, La plenitud, el goce, ¡la diversión a costas del sufrimiento! ¡Qué me importa! ¡Que se den la nariz contra el cemento! Les ahorraría el trabajo de recurrir a cirujanos…

— ¡Meto patas! —grito, ¡exclamo!

 No estoy hablando del sexo femenino del pato, estoy dirigiéndome a esas personas que tienen merecidas la incomodidad por ser tan perfectos, maravillosos, sublimes, con los cordones bien atados y la postura ideal, ¡derechos, elegantes! Mirando hacia arriba como si arrasaran con uno que los observa desde abajo, ¿Ah, sí? Te reís de mi altura, ¡tomá! Soy petizo pero te meto la pata en un minuto…

 ¡Ay Dios Santo! ¡Creo que me desmayo! Las señoritas perfección cayendo con la parte trasera, enrojecidas, ¡avergonzadas! ¡Con ganas de desaparecer inmediatamente!

 Pero no pueden, algunas optan por mirar un punto fijo y no hacer nada, otras por enloquecer, alterarse, subir y bajar, ¡volver a caer! Y la segunda vez realmente no les puse el pie…

 No hay un momento igual, juro que me llena el alma, hasta me siento mejor persona, muy lógico ¿no?

 Ahora que están así, en el piso, puedo conseguirlo, ¡puedo lograrlo! ¡Me río! ¡A carcajadas! ¡Quiero que todos se caigan! Te lo dedico a vos pendeja de cuarto grado, ¿te acordás? Cuando me pusiste la pata, pata de tero inmunda, así era la tuya, ¿De qué carajo se reían todos? ¿De qué me habías partido el diente? ¿De qué caí arriba de la torta de cumpleaños del profe? Me dijiste que era horrible y no querías darme un beso, preferías ponerme la pata. Ese día no le ví la gracia, pero ahora por alguna razón es lo único que puede sacarme una sonrisa y mejorar mi humor.