Cuando dios se volvió diplomático
Breves consideraciones sobre la religión y el poder
Murió Jorge Mario Bergoglio, el papa que supo disfrazar con «humildad» las miserias de una institución que, bajo su mando, continuó perpetuando abusos, discriminación y dogmas caducos.
El hombre que pidió perdón por los abusos sexuales en la iglesia, pero que redujo sanciones a sacerdotes condenados. El que admitió la esclavitud sexual de monjas por parte de clérigos, pero no desmanteló las estructuras que lo permitieron. (Ver)
El mismo que, mientras hablaba de inclusión, utilizó expresiones homofóbicas como “demasiado mariconeo” para referirse a seminaristas homosexuales. (Ver)
El que criticó la pobreza en Argentina, atribuyéndola a “mala administración”, sin reconocer el rol histórico de la Iglesia en sostener sistemas desiguales. (Ver)
Murió el hombre que jamás permitió que su religión desaparezca. El hombre que, para no verla agonizar, la moldeó a todos los contextos donde pudiera aún respirar. El que convirtió la fe en un discurso políticamente correcto, y la cruz en un logo de marketing espiritual. Murió el papa de los gestos, de las palabras suaves y las reformas a medias. El símbolo de una iglesia que sacrificó la razón teológica en el altar de la modernidad.
Murió el que hizo de la incoherencia su doctrina y del relativismo su cátedra. Murió, pero su imagen ya estaba disecada: hacía tiempo que hablaba sin decir, que actuaba sin cambiar, que rezaba sin escuchar.
Murió la contradicción pensante. Murió el máximo referente de la mediocridad disfrazada de virtud.
Grandes verdades se han pronunciado en este artículo, condensaste los pensamientos de muchos, yo incluido.
un gusto
Una cruda critica no solo al difunto lider si no a la estructura de la religion. Un material Fascinante
muchisimas gracias!
buenaa broo
El ensayo “Cuando dios se volvió diplomático” invita a una meditación profunda sobre la naturaleza contradictoria de la realidad espiritual y su expresión en las formas institucionales del poder. En esta obra se revela, con una claridad que interpela al alma pensante, la paradoja esencial que acompaña a toda manifestación humana: la tensión entre el ideal del espíritu —la búsqueda incansable de la verdad y el bien— y la caída inevitable en la trampa de las estructuras mundanas, aquellas que encadenan la libertad en redes de diplomacia, autoridad y apariencia.
¿Acaso no es este conflicto el mismo que hemos explorado desde tiempos inmemoriales, cuando la voz interior que nos impele a indagar se ve constreñida por las voces externas que dictan dogmas y conveniencias? Platón nos enseñó que las sombras en la caverna no son la realidad, sino meras representaciones, y así también la religión institucionalizada puede tornarse en un juego de máscaras, donde lo sagrado se disfraza de protocolo y se olvida de la esencia.
En este sentido, el devenir del espíritu y la historia es un proceso dialéctico: la verdad no es un punto fijo, sino una tensión dinámica que se despliega en la contradicción misma entre lo absoluto y lo contingente. La religión, como manifestación humana, participa de esta dialéctica y, cuando pierde su capacidad crítica, se convierte en un instrumento de alienación, separando al individuo de su autonomía reflexiva, convirtiéndolo en mero espectador de su propia fe.
Así, el ensayo nos convoca a recuperar el arte socrático del cuestionamiento, esa mayéutica que socava las certezas complacientes para dar a luz el conocimiento auténtico. No basta con condenar a los guardianes visibles del poder, sino que es menester examinar la sombra que cada uno lleva dentro, aquella tendencia a conformarse, a aceptar sin indagar, a silenciar la voz interna que clama por la verdad.