Una mujer de apariencia cansada camina por las calles que la dirigen a su hogar luego de haber bajado de ese colectivo que la dejaba más alejada de su destino. A propósito, también toma un camino que retrasa su llegada. Viste un tapado largo y unas botas con los tacones levemente manchados de barro. En su mirada se cruza el almacén del barrio, situado en la ventana de la que solía ser la habitación de una casa, adornado con carteles hechos a mano y un toldo que permanecía abierto desde su instalación, inclusive en días nublados, como era el caso.
«Kiosquito “La Solución”» Se lee sobre la lona gastada.
Toca el vidrio con el nudillo y espera, sin saber lo que quería en verdad. Un minuto después, un hombre sale por detrás de una cortina, era robusto y lucía un bigote, un estereotipo Italiano en carne viva. Él estira el brazo y abre la ventanilla, saludando a la muchacha.
Carraspea antes de saludar.
– Necesito algo para el dolor. ¿Tiene?
– ¿Corporal?
La mujer hace una pausa.
– Emocional. –Dice, sin darle mucha importancia a la respuesta
Para su sorpresa, el hombre le contesta con normalidad. –Le puedo ofrecer chocolate.
– … Ya intente con eso.
–Entiendo, es un dolor intenso, entonces, un cigarrillo.
– ¡¿Un cigarrillo?! – «¿Qué clase de persona ofrece un cigarrillo para el dolor?» Piensa, más sin irse aún.
El hombre asiente.
–¿Cómo es que me puede ayudar? ¿No se supone que enferma?
El hombre se apoya con ambos brazos contra las rejas de la ventana para ver mejor a la muchacha.
– El humo que entra por la garganta es capaz de llegar al corazón y abrazarlo durante unos segundos, es como si estuviera dándole una caricia luego de su pérdida o desilusión.
La mujer se queda tensa por la respuesta. Con el semblante lleno de confusión, decide retirarse.
– Tenga, pruebe.– La mano del hombre aparece de repente, tenía un cigarrillo entre su pulgar e índice, pasándola por entre la reja de la ventana. Ella lo mira, mira el cigarro y al hombre otra vez. Para su sorpresa, lo toma y prende con el encendedor atado con un hilo de plastico al hierro de la ventana.
Tose con siquiera prenderlo, pero decide darle una oportunidad más, girando la cabeza hacia el hombre que la miraba con una sonrisa amable.
– Inhale. – Dice. La mujer lleva el cigarrillo a su boca, una pitada de un segundo e inhala. – Y cuando exhale el humo…
Las lágrimas de la mujer comenzaron a caer como catarata al igual que el humo escapando por su boca y nariz. Comienza a sollozar, ahí, parada frente a un kiosco en un desolado domingo.
– Perdón, disculpe, no sé qué me pasa. –Dice como puede.
Sin mostrar ningún gesto el hombre se limita a decir. –Es el efecto secundario.
Ayuda a liberar el dolor reprimido acá.– El hombre señala su garganta
–Yo no quería esto.
–No le di lo que quería, le di lo que necesitaba.
Hay una pausa, ambos se miran, ella aun con lágrimas da otra pitada al cigarro.
Misma situación, solo que esta vez caen simples lágrimas.
–… ¿Cuánto le debo?
El hombre hace un gesto que le indica que no se preocupe.
Ella sonríe, aún entre lágrimas y le señala un paquete de chocolate con la etiqueta amarilla que marcaba el precio más alto que divisó.
Mientras agarraba su compra después de pagar, mira de nuevo al hombre.
– ¿Entonces, los fumadores…?
Vuelve a apoyar los brazos cruzados sobre la reja. –Todo fumador tiene un dolor arraigado al alma, pregúntele a cualquiera y notará cómo al instante decide prender un cigarrillo, les ayuda a liberar su dolor de una manera que poca gente logra ver.
Se queda en silencio, hace un gesto de despedida con la cabeza después de un gracias.
Camino su hogar, el cigarro aún entre sus dedos, la ceniza consumiéndose sola, da otra pitada, otra y otra hasta que termina. Lo apaga con la suela de su calzado y lo mete dentro de una bolsa de basura perteneciente a la casa de una vecina. Extrañamente, se sentía mejor.