Tengo el nombre más común de todo el dos mil en adelante,

soy muy joven para pensar en la melancolía,

los días que son más bien ordinarios puedo borrarlos, ocultarlos.

Me gusta la contradicción porque también sé que soy una más entre lagunas,

mares de gente,

como cuando camino por microcentro a las ocho y media de la mañana:

¿quién más está usando jean color jean y una camisa negra?

Inconclusa entre tantas cosas que ya tienen principio, desarrollo y final.

Estaría mintiendo si dijera que sé dónde estoy parada,

me da pánico tropezarme en especial cuando hay tormenta,

encontré una linda analogía con la poesía de la cotidianeidad

que te resguarda de la lluvia un viernes a la tarde.

Instrucciones para mi vida,

tengo miedo de estar perdiendo el tiempo,

tengo veintidós años y siento que ya sé cómo es ser vieja.

Muy ilusa, hace poco escribí:

“seré paciente y anciana,

creeré en algún dios por miedo a la muerte.”

Puede que al final me pasee por la vida con terrores mortales,

y que eso esté bien.

En mi lápida de vida (porque recordemos que la defunción es muy triste)

estará escrito:

“aquí yace un ego tan grande que a veces piensa que ella creó al amor,

pero también siente que sería un crimen enterarse que amó muy mal”.

Si el arte fuese un alguien

y nos cruzáramos por la calle

¿qué tanto me miraría a los ojos?

No sabe mi nombre entre la gente de microcentro,

y las camisas,

y los tropiezos.

Instrucciones para vivir mi vida:

no sé bien a donde llegué, pero quiero quedarme.

Estoy encimada en el precipicio de lo ajeno,

como ver gente besándose, pudriéndose, muchas veces mirándome

¿por qué me siento tan lejos cuando no soy yo la que digita?

Es perpetua mi condena a sentir amor y culpa en proporciones iguales,

tranquila,

ya te diste cuenta que entre tantos escritos al aire

no buscabas amores externos sino aceptar que todo estaba bien.

La mortalidad me atropella, me resguarda y me hace un té.

Me invita a acostarme con ella y me acaricia la frente,

no soy un dios aparte,

nada puede depender de mis riegos.

¿Si quise tanto al arte por qué no me mantuve anónima?

Me canso de ponerme peros, no volveré a mentir: jamás me reconcilié conmigo misma.

Entendí que en la vida se habla más de la muerte que en la muerte misma.

Tengo que decir todo ahora, quién sabe cuánto tiempo queda,

la dicha de las palabras la planto acá.

Duelé a bastante gente, los cuento inconscientemente,

ya van más de 5 y me aterroriza no tener la fuerza para duelar a los que quedan.

Soy ansiosa, me preocupo por anticipado:

¿entonces si me anticipo el dolor no duele?

Me imagino cien escenarios,

puede que el real nunca se me haya pasado por la cabeza,

creo que soy buena amiga,

soy enojona, me cuesta decir lo que pienso,

si me sentara a hablar de mi sangre puede que llore un poco.

El otro día comenté que mis poemas son larguísimos y realmente no están diciendo nada,

creo que este es el que más verdades tiene.

Quisiera ser como el tuco de una abuela, que cuando se va

solo queda la sensación de haber probado el mayor manjar en el mundo

y algunos se parecen, todo puede recordarte a ella.

Ninguno es igual.

Sentido de pertenencia en mi vida: no imagino otro lugar que no sea Buenos Aires a las cinco de la tarde y confieso que me cuesta entender como no todos lo sienten igual.

Escribiendo esto lloré porque confirmé que

nadie me pudo haber castigado más en esta vida que yo misma.

Al final no hay instrucciones para vivir mi vida,

solo que sueño con domingos de sol

y que a la noche las nubes revienten espuma

y me susurren al oído

que alguna vez seré todo lo que quiero ser.