Miro la hora: son 11 y 11. “Pedí un deseo”, pienso.
Hay algo de magia en las simetrías, en las repeticiones, en los encuentros, como si de alguna manera fueran imposibles y pese a todo pronóstico decidieran existir igual.
Si entre todos los recorridos posibles, pudieron alinearse el Sol, la Luna y la Tierra. ¿Cuán probable era coincidir con vos entre tanta gente?
Miro la hora: son 22 y 22. “Pedí un deseo”, te digo.