No sé nadar muy bien y una vez me tiré para cruzar la parte angosta de un balneario. Había nadado mucho y estaba totalmente exhausta, pero mi objetivo permanecía siempre a la misma distancia, como si no avanzara. Derrotada, me giré para volverme, cuando para mi asombro descubrí que la orilla de la que había salido estaba lejísima. Estaba casi a mitad de camino, agotada. Me largué a llorar de la desesperación, no había forma de que tuviera la fuerza para llegar a ninguna de las orillas. Estaba encerrada en la inmensidad.
Estar mal para mí no es estar sumida en la oscuridad, que la siento acogedora, tibia y segura como el vientre materno. Estar mal es justamente lo opuesto, es encontrarse desnuda en la vastedad de la nada, cegada por la luz dura que me oculta una de las dimensiones de la realidad.
Esta foto la hice hace algunos meses en el marco de un desafío de @magaliagnello y hoy la vuelvo a compartir a partir de un tema que se habla en sus historias: la medicación psiquiátrica.
Durante mi tratamiento me han recetado diferentes medicaciones, algunas me han hecho mejor que otras. No voy a nombrarlas, no porque me de vergüenza, sino porque las adecuadas para cada persona debe indicarlas une profesional.
Ninguna pastilla es mágica, no vas a sentirte mejor a la media hora de tomarla. Quizá te sientas peor al principio. Yo sé que estás agotade, que todo parece una montaña imposible de escalar. Pero hay salidas. Te mereces estar mejor.