Leer, leer, leer y leer.
Leer con la avidez que se toma el vaso de agua fresquita después de una tarde de verano trabajando.
Leer como si corriera una carrera contra un fuego invisible que me quema las hojas que no devoro lo suficientemente rápido.
Leer para ponerle letra a la música que me suena adentro.
Leer como si pudiera achicarme hasta tener la altura de una a, o de una d, y esconderme atrás del libro.
Leer hasta que me ardan los ojos y mis párpados, pesados y cansados, pidan tregua.
Leer porque sólo cuando nado entre letras soy libre, para que cuando cierre el libro, recuerde que no se nadar.