Hacen 28 grados y no sé cuánto de térmica, pero si te quedas al sol un momento sentís el infierno comenzar a penetrarte por los poros. En medio de esta situación, pasa por la vereda una madre con su hija de la mano. La nena va cantando y saltando como si fuese infalible al infierno penetrando por los poros, como si su alegría infantil le venciera a la realidad material ante la cual todos los seres humanos de esta ciudad hoy nos enfrentamos: el calor de mediodía.
En ese instante breve de observación me doy cuenta que le envidio muchas cosas. Por ejemplo, envido su edad, porque tiene el derecho de ser frágil y vulnerable ante los brazos maternos. Su despreocupación ante las condiciones y hostilidades de este mundo, propio de su inocencia, porque es la cualidad esencial que le permite tener la energía suficiente para ir saltando y cantando, borrando, al parecer, la existencia de lo material inevitable, es decir, el calor. Le envidio también su carencia de nostalgia a la infancia, que como muchos románticos ingleses yo también padezco. Ella no tiene pasado que añorar, está viviendo en cuerpo y alma el estado de ignorancia más pleno y lúdico.
Yo, en cambio, de cuerpo y alma joven-adulta vivo los 28 grados de calor y no sé cuánto de térmica con la mente cansada, pasada por una mala noche de sueño y detestando tener bastante la claridad sobre el estado contrastante que hace a la existencia y a la realidad en términos sociales, económicos, comunicativos, emocionales, que no me permite tener la energía suficiente para siquiera esbozar una sonrisa bajo este sol caliente infierno.
Tengo 26. Soy de Bahía Blanca. Estudio Letras en la UNS.
Escribí un libro de cuentos y poemas «Contrastes, un poemario «Poemas Siniestros para un suspiro» (subido a Trafkintu) y «En el vacío también transcurren las horas» (también de poemas). Podés seguirme en insta @dama.rixx