Horacio Quiroga escribió en el cuento «Yaguaí»: 

(…) las palmeras negras, recortándose inmóviles sobre el río cuajado en rubí, infundían en el paisaje una sensación de lujoso y sombrío oasis. 

Quizás la sensación de ver un paisaje de lujoso y sombrío oasis, sea la mejor que describe un paseo por Misiones.  Tal vez podrán comprobarlo de manera un tanto errática buscando fotos en Google o visitando el lugar con Google Maps. Errática, sí. Porque dudo que la auténtica sensación lujosa y sombría pueda experimentarse a través de una simple pantalla, o por lo menos no con la intensidad de vivir ese paisaje con los propios ojos. Mi padre, que es Nelson en esa provincia y Javier en el resto del país, nos llevó hace unos años a recorrer algunos lugares de su tierra natal.

-Ese arroyo se llama El niño perdido ¿Saben por qué?

-¿Por qué? – Pregunté, mientras mi hermana de, por aquel entonces, unos 12 años observaba en silencio el paisaje.

Papá respondió con postura de sabio ancestral que pasa en su relato oral parte de la herencia de su pueblo: – Hace ya mucho tiempo, después de haber llovido, el caudal del arroyo creció muchísimo. En ese tiempo este puentecito no existía- dijo señalando el pequeño conector entre ambos extremos del arroyito-. El niño perdido es un afluente del Paraná.

-Es un hilito de agua nomás ¿cómo se ahogó el nene?

-Y… ahora tiene poca agua porque últimamente no ha llovido. Pero si se fijan… tiene un cauce de unos 4 metros de profundidad. El nene intentó cruzar con su caballo uno de esos días en que el arroyo estaba crecido y el agua se lo tragó.

No sacamos ninguna foto. Solo me queda el recuerdo en imágenes mentales modificadas por los años, a la antigua pensarán ustedes. Y efectivamente vivimos con mi hermana esa experiencia a la antigua: sin fotografías, solo el relato oral en un recorrido de memorias. En aquel entonces existía solo Facebook y Twitter. No había Instagram. Y no teníamos acceso a internet en la casa de mi abuela, lugar donde nos hospedabamos. Eso contribuyó a una experiencia un tanto más orgánica.

Sigo con el relato del lugar.

El monte bastante caluroso en pleno julio estaba decorado de árboles, yuyos, casitas taperas y el arroyito que lleva por nombre un acontecimiento que se respira en el lugar con cierto misticismo. Es que Misiones es una provincia sin ninfas, pero con fantasmas que revisten su geografía de relatos.

El árbol a un costado de El niño perdido era testigo directo del acontecimiento y su posterior repercusión: imagínense el guayuvira revestido con una especie de altar dedicado al niño, donde dejaban cintas, prendían velas, entre otros símbolos rituales. Papá nos narró historias de su lugar en español bonaerense, excepto cuando nombraba cosas en guaraní, de esas que se resisten a una traducción. Si no saben cómo es un guayuvira pueden googlearlo… yo lo tuve que hacer… ¡La memoria es frágil en estos tiempos digitales!

Nelson habla español guaranítico (con expresiones como traele acá o no seas taburongo) y Javier español bonaerense (con expresiones como trae eso para acá o no seas boludo), diría Fontanella de Weinberg. Yo no sé guaraní, salvo alguna que otra palabra perdida (como angaú/engaú), porque Javier no me enseñó esa lengua… Es que en la provincia de Buenos Aires estamos orgullosos (pareciera) de ser de la provincia de Buenos Aires, como si tuviésemos la sensación histórica de ser la civilización de la barbarie, que vendría a ser el resto del país no-Buenos Aires. La centralidad del territorio se traduce en prejuicios lingüísticos. Sé que ustedes lo saben tanto como yo ¿no es así? Y quizás saberlo y fomentarlo sea tan lamentable como la existencia de esa división bipartita que nos persigue. O, tal vez, no nos persigue sino que no conocemos, hasta ahora, otro modo de construir y reconstruir lo histórico-social de una manera distinta que no sea un boca-river. 

Y si antes nombré el árbol guayuvira, hay otro que no puedo dejar de mencionar. El Sarandí es muy importante para Candelaria, el pueblo de papá Nelson. Bastó con que Belgrano reposara en él a la costa del Paraná, para transformarse en casi un emblema del pueblo. Es un orgullo y un símbolo de pertenencia a la narrativa histórica del país. Mantuvieron el árbol en el centro del poblado desde 2003 hasta hace poco. En aquel paseo, fuimos a la plazoleta donde estaba ubicado y lo miramos… simplemente eso. No había mucho más que hacer, salvo fantasear con alguna cosa que el prócer pudo haber dicho en su efímero reposo sobre el sarandí. Papá: – Piensen qué hizo Belgrano cuando descansó en el árbol. Capaz hizo algún comentario sobre el río, sobre el país o sobre algún plan a futuro para la patria.

Creo que por mi juventud llamar a Argentina como patria me parece extraño. Pero en el registro de papá Javier no suena raro. Por mi parte, patria me resulta del 1800 y algo, como una palabra que fosilizada y tiesa, se recorta de aquellas épocas y trata de insertarse en la actualidad de manera poco compatible.

Regreso al recorrido de ese día.

Volvimos a la casa de mi abuela, ubicada a pocas cuadras del árbol, y tomamos mates con torraditas. Papá Nelson y la abuela charlaban en español guaranítico con gesticulaciones toscas (o ucranianas, según mi padre). Mi hermana y yo comentábamos en español bonaerense la coloración rojiza o cuajada en rubí -diría quizás Quiroga- que estaban tomando las suelas de nuestras zapatillas a causa de la tierra colorada. Mamá estaba en la cocina a leña hirviendo la mandioca que iba a acompañar la carne recalentada para para la cena. La casa de madera y barro había sido actualizada con materiales menos naturales. Las paredes sostenían cuadros y fotos antiguas de antepasados inmigrantes. Imaginen esas paredes con sensación de museo, pero más íntimo que una exposición pública de antigüedades. Traten de proyectar en sus mentes el patio enorme y verde rodeando la casa y sus elementos constitutivos como el gallinero, el horno de barro, el pozo de agua, la huerta y tantas plantas como árboles. Era como descubrir recuerdos familiares y respirar naturaleza. Todo eso junto. Aquel día, incluso aquel viaje, se sintió como la fundición de elementos oníricos, históricos, oscuros y verdes naturales. Recorrimos más lugares, como Posadas, Santa Inés, las magníficas Cataratas del Iguazú, entre otros. Pero las experiencias de esos sitios se las comentaré en otra ocasión.