Cuando el cura estaba diciendo esas palabras yo estaba corriendo afuera de la iglesia, desde una esquina hasta una parte donde había un árbol, sin apuro por llegar a uno de los dos lados , y el sol dijo algo no tan general como lo que estaban escuchando adentro. Parecía hablarme de cosas chicas, parecía susurrarme su verdad a medida que iba creciendo:
Un día en el jardín hice de sol. Mi abuela me vistió de sol a las cuatro de la tarde, y llevó al sol de la mano hasta la puerta del jardín. Yo estaba triste y perfumado, tanto que cuando veo la colonia pibes en la cooperativa obrera, se me sale un sol de adentro, mientras mi abuela sigue buscando en la góndola de lácteos, ese postre shimy que a mí tanto me gusta.
El patio del jardín tiene un arenero, el sol da justo en el arenero. A mí me pica la arena y el sol, me hundo y me caliento. Cuando nos vamos, una parte del arenero y el sol se me quedan en los bolsillos a vivir para siempre.
La primera vez que te vi traías el sol en la cara. Yo iba de un lado a otro como para verte de cerca, pero me irradiabas ese sol tan fuerte que yo tenía que ir un rato a la sombra como para no quemarme.
Un día nos hicieron un gol por tu culpa, yo era el último defensor y la pelota venía bajando del cielo hasta nuestro arco. Me encandilaste, así que dije “sol de mierda” y el árbitro casi me amonesta.
Cuando me siento en el arroyo Alfalfa vos bajás y te sentás al lado, y me cubrís por los cuatro costados, y después de eso no sé cómo hacer para volver a casa sin sol y sin arroyo.
A los días de fútbol y sol yo no sé como ponerles nombre, quiero escribirlos y no tengo palabras. Debería esperar al menos cinco vidas para decirlos como ellos se merecen.