De la Unión de Español (blanco), con India, sale Mestizo
Del español con mestiza, sale castizo
Del español con castiza, sale español
De español con negra sale mulata
De español con mulata sale morisco
De español con morisca sale albino
De español con albina retrocede a negro
De indio con mestiza sale coyote
De negro con india sale lobo
De lobo con india sale zambaigo
De indio con zambaigo sale albazarrado
De indio con albazarrada sale chamizo
De indio con chamiza sale cambujo
De indio con cambuja retrocede a negro peloliso
Tal es la descripción que José Lebrón y Cuervo hizo de las “castas sociales” basadas en el porcentaje de sangre española contenido en cada segmento social. Según nos cuenta el historiador argentino Jorge Caldas Villar, en su Nueva Historia Argentina, se clasificaba así la sociedad que el Imperio Español pretendía para sus provincias americanas. La lista puede ser más extensa, habían: calpamulatos, cuarterones, genízaros, jarochos, tresalbos, diablos, y zambos, y el increíble “Saltapatrás”, uno que nació destinado a desandar la excelencia.
Otro Historiador, el Argentino-Venezolano Ángel Rosenblat, en la década de 1940, detalló el sistema de castas, en sus obras La población indígena de América, desde 1492 hasta la actualidad (1945) y La población negra de México 1519-1810 (1946), respectivamente. Rosenblat, el Mejicano Gonzalo Aguirre Beltrán y otros hispanistas, han aventurado que se buscaba profundizar el esquema de limpieza racial comenzado en 1492 con la expulsión de los judíos de España. El sistema de Castas funcionaba como un intento de asimilación de las tres sangres originales: Española, India y Negra, hacia una cada vez más española y cada vez menos india o negra. El premio de ese milagroso cruzamiento era ser un español hecho y derecho. Aunque, sobornando al cura se podía asentar al recién nacido como resultado de otra alquimia y pasar de mulato a español.
España quería eliminar las religiones rivales del cristianismo católico, y la Inquisición llevó ese concepto de pureza religiosa al campo de la pureza racial buscando la limpieza de sangre como instrumento de tal objetivo.
Al menos en los papeles, España y Portugal recibieron del Papa Alejandro VI (Rodrigo Borgia) estas tierras con la finalidad de Evangelizar, de sumar almas para la Iglesia. Y evangelizar significaba convertir a las demás etnias en cristianas. Se obviaba a la raza negra de ese propósito por considerarla inferior en humanidad. Pero en su magna bondad la Iglesia y su reino Católico diseñaron esta forma de ir deshaciéndose mediante cruzas sexuales de la sangre irredenta.
El ejercicio del Poder se establecía a favor del español blanco católico. El Estatuto de Limpieza de Sangre del Colegio de San Luis de Puebla de los Ángeles, Virreinato de Nueva España, establecía textualmente que: «los religiosos electos como becarios» debían ser “de linaje limpio, sin raza de judío, ni indio, ni moro, ni negro.”
Limpieza racial, no implicaba intención de exterminio, sino más bien persecución religiosa y estratificación para la servidumbre. La corona española era tan celosa de la pertenencia racial y religiosa como lo eran todos los pueblos de la edad media. Por ejemplo; había dictado a fines del siglo XVI normas que prohibían el asentamiento de moros o judíos conversos en las colonias. Sospechaban que no eran “sinceramente conversos” y podrían volver en secreto a sus ritos religiosos propios. Sin embargo, esto no se llevó a cabo totalmente, hay grandes evidencias de una participación activa de judíos en el comercio y la colonización en la época de los virreinatos.
La descripción de las castas, no aclara la categoría en que estaban los blancos que no eran españoles, aunque se deduce que eran menos aventajados. Ni los resultados en las cruzas sanguíneas cuando se integraban mujeres blancas esclavizadas, conversas de 12 años de edad, comercio que fue autorizado entre 1600-1700.
Si de limpieza de sangre se trataba, el único que la tendría sería el aborigen, y toda estratificación étnica no sería más que un ataque a esa pureza de sangre indígena la que ascendería socialmente cuanto más rápido se mezclara y perdiera así su fuerza y arraigo.
Imposible no preguntarnos: ¿De dónde sacaban los españoles su superioridad racial para semejante clasificación?
De la pretensión creo, a lo largo de la Historia por reivindicar nobleza de origen, derechos de conquista, superioridad racial, que es propia de conquistadores que se aprestan a disfrutar del botín. De la nobleza que sobrevendrá al obtener riquezas y nombradía, les llegaba cual reflejo de sus propios deseos un eco de prestancia que se apresuraron a llevar por adelantado.
El impulsor del “Día de la Raza”, el político español Faustino Rodríguez-San Pedro, dijo que era un homenaje «a la intimidad espiritual existente entre la nación descubridora y civilizadora y las formadas en el suelo americano». Veamos esa intimidad:
EL ESPAÑOL
Era el único al que estaba reservado el ejercicio del Poder en la función pública. Leamos a Caldas Villar: “…Habitualmente se creía que la circunstancia de pertenecer a la raza blanca hacía innoble al colonizador ejercer tareas manuales…” Un religioso español de aquella época, que los hubo muy críticos de la conquista, nos regala este simpático fresco: “…los españoles en las Indias no aran ni cavan, como lo hacen en España, antes tienen por presunción que se los debe tratar como a caballeros o hidalgos…” ”.. Y la razón de esto pienso, es que como su intención es enriquecerse y volver a España con haciendas, aplicansé a los oficios y ministerios que más comodidad tienen para ganarla”.
Otra. Del padre jesuita Cayetano Cattáneo que sobre 1730 decía: “Los españoles, por mas pobres que llegasen al Rio de la Plata, aunque no tuvieran que comer, se las echaban de grandes señores, siendo los negros los únicos que labraban la tierra”. Eran vagos.
Pero lo de vagos no le iba en zaga a lo malicioso. Para 1750, Buenos Aires contaba con varias colonias pequeñas compuestas por franceses, portugueses, holandeses, e italianos, que debían figurar en los registros como españoles (coimear) para obtener la radicación.
Solo los españoles eran considerados Vecinos. Y estaban obligados a formar parte de las milicias. Pero con una autorización oficial (coima), podían enviar a un esclavo en su lugar siempre que se hicieran cargo de los costos.
Los españoles, podían portar armas y tenían carta blanca para usarlas.
Los matrimonios autorizados, entre españoles y una casta inferior fueron muy pocos. Pero las uniones interraciales en concubinato fueron de un número alarmante. Son cuantiosos los registros de intervención de la Corona por abusos de poder, que habían llevado a los funcionarios a ejercer la poligamia. En Paraguay los españoles de mando tenían hasta setenta mujeres, y los más pobres más de cinco. Frente a situaciones como ésta la corona decretó en 1528, que se daría preferencia para puestos oficiales a los españoles casados y, en 1538, que la misma preferencia se observaría para las reparticiones de indios.
EL CRIOLLO
Nacido en estas tierras, pronto revelaría grandes aptitudes. Y a pesar de que la sangre española corría por sus venas, los venidos de allá recelaban de los nacidos acá, y de todas formas buscaban alejarlos de los ámbitos de influencia.
Fray Reginaldo de Lizarraga, autor de una: “Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile”, decía al hablar del criollo: “Es un hombre gentil, animoso y de buen entendimiento”. En cambio, no era esa la idea del mestizo que tenían los padres evangelizadores. De estos hablaba el cura Ordoñez de Cevallos, como de: “Gente con la que no debía perderse el tiempo hablando, ya que gran número de mestizos hijos de españoles con indias “…” se veían borrachos, perdidos o vagabundos”. Lo que echaba por tierra la idea de que los grupos étnicos inferiores se elevarían a la excelencia con el aporte de la sangre española.
Había excepciones, Garcilaso de la Vega (1539-1616), de padre español y madre india, descolló en las letras, rescatando la historia del Imperio Inca, siguiendo con un estudio sobre los indios, mestizos y criollos del, en sus palabras: “gran y riquísimo reino del Perú”. A este que en la escala de las castas figuraría como “un mestizo con el que no había que perder el tiempo hablando”, los españoles pusieron una lápida que reza: “Varón digno de perpetua memoria, ilustre en sangre, perito en letras, valiente en armas.”.
Se derrumba así otra verdad española. Garcilazo nos demuestra que “Lo que natura non da, Salamanca si lo presta”
EL INDIO
La corona española había dictado normas amplias y generosas para su absorción cultural tras la conquista. Era en verdad lo más generoso que un conquistador de la edad media podía ofrecer a un pueblo derrotado. En principio se prohibió esclavizarlos y se los catalogó como personas libres. Pero no fue lo que pasó. Los indios fueron sometidos a esclavitud desde la llegada de los primeros navegantes. Sin tener en cuenta la legislación Real. La explotación inhumana de los encomenderos, fue denunciada desde el primer Proceso a Colon por Avaricia. Las graves denuncias fueron asentadas y escritas por religiosos como Fray Bartolomé de Las Casas y los padres jesuitas, quienes invariablemente las elevaron durante siglos ante los monarcas españoles.
Los indios y el comercio de Las colonias, fueron doblemente victima de los reyes españoles y de los conquistadores. Al fracaso de la idea de extender por América una Nación Española, y quedando esa intención solamente en un saqueo de riquezas, se sumó la imposición de impuestos a los indios y el increíble monopolio español del comercio ente países y colonias propias, que para controlar lo incontrolable sumergía la economía en descabelladas normas que incluían innecesarios itinerarios, transportes inútiles y visajes caprichosos. Todo ello, porque de alguna manera debían hacerse de algún dinero del que se robaban los Adelantados, Conquistadores, Funcionarios reales, etc. que la corona enviaba a estas tierras muchas veces cobrándoles a ellos mismos antes de darles las cédulas reales, sabiendo que rara vez estos buscarían el beneficio del reino por encima del propio. De esto se desprende que nunca tuvieron intención de traer el progreso, Sino de llevarse los tesoros.
Buenos Aires no fue un centro de Encomiendas como otras provincias del Plata, caso Tucumán, Cuyo, Salta y Potosí. En Buenos Aires los indios hacían de sastres, zapateros, mecánicos, encendedores del alumbrado, etc. En las Misiones Jesuíticas Franciscanas, acaso la única y excepcional tarea de evangelización y progreso llevada a cabo en Sudamérica, llegaron a ser imprenteros, torneros y eximios constructores. Se los buscaba para cada proyecto importante. Sólo en la misión jesuítica el indio recibía educación, en el resto del territorio no se les permitía.
Los guaraníes fueron constructores y operadores de la primera imprenta del Río de la Plata en 1700, 50 años antes que la Universidad de Córdoba y 80 años antes que Buenos Aires.
Desde la Universidad de Córdoba; el padre Serrano en 1709, el padre Streicher en 1725, y el padre José Rico en 1745, pedían infructuosamente a la corona española que les enviara una imprenta y nunca lo lograron. Finalmente en “las cuentas”, escrito del padre Gervassoni; consta que llegó a Córdoba una imprenta de fabricación italiana en 1764. Con faltantes de piezas y sin papel. Desestimada la imprenta por la Universidad, un rector del colegio Monserrat de Córdoba se animó a operarla, con gran dificultad por el tema del papel, el cual finalmente consiguieron de fabricación nacional por 1767. Es probable que también los indios de las reservaciones Jesuitas fabricaran papel, porque editaron muchas obras, y porque en esos años (1769) se produjo su expulsión de las Provincias del Río de la Plata y consecuente reparto de sus pertenencias. No se sabe cómo (o no lo sé yo) ni porqué, al pedir el Virrey Vértiz que se enviara esa imprenta a Buenos Aires en 1779, le contestaron que estaba arrumbada en los sótanos de la casa de altos estudios
El arribo de la Imprenta a Buenos Aires fue otro “caso de escopeta” como diría mi madre.
Traída en una carreta de transporte de cereales, decidieron montarla en 1780, en unos talleres bajo la administración de la “Casa de Niños Expósitos”, con el fin de dotar a ésta institución para niños abandonados (pero con sangre de buena mezcla española), de algún recurso económico. El caso es que al momento de montar y operar la imprenta se hizo cargo el Bibliotecario y Librero del Rey Don José Silva y Aguiar, quien ostentaba tal dignidad y por lo tanto le correspondía la exclusividad del manejo operativo y administración a porcentaje. Pero pronto quedó en evidencia que el alto funcionario no tenía la menor idea de operar una imprenta y confesó enseguida que con él, dignidad y cargo estaban cubiertos, pero resultados: ninguno. Dado a la búsqueda de alguien que supiera operar la imprenta el Virrey encontró un cabo del Regimiento de Dragones en la frontera con Brasil, y éste, de nombre Agustín Garrigós, con un ayudante por él elegido: el artillero José Fernández, después de rearmar las maquinas que habían sido montadas al revés, finalmente pusieron en marcha la primer imprenta de Buenos Aires, 300 años después que México.
Los españoles al parecer, solo tenían semen para mejorar la sociedad de estas tierras. Pero Cultura nada. En los siglos XVI, XVII y XVIII, antes de 1780, España no enviaba ni promovía la educación formal. No había maestros con tal titulo. La enseñanza era ejercida por estudiantes crónicos, vecinos hábiles o soldados retirados que buscaban generarse un ingreso. Los cabildos intervenían para examinar a los improvisados maestros. El examen consistía en: 1) Aprobación del sacerdote. 2) tres testigos de domicilio y limpieza de sangre, 3) Prueba de lectura, escritura, conteo, y operaciones aritméticas básicas ante un escribano y dos comisarios. Las familias adineradas contrataban a “leccionistas” privados. Recién en 1750 se abrió en Buenos Aires un Instituto de estudios medios. Para estudios de otro nivel directamente había que ir a Córdoba o Charcas.
EL NEGRO
El último eslabón social. Sin derecho alguno, era un objeto del comercio local. Entraron a estas tierras entre los años 1600 al 1800. Su valor variaba desde los 15 a los 240 pesos y estaba directamente relacionado a su edad y condiciones físicas. Buenos Aires fue el puerto de mayor tráfico de esclavos. Entre los que ingresaron legal e ilegalmente, pudieron llegar a una cifra de 100 mil. Las principales compañías negreras eran portuguesas, inglesas y francesas. No podían sentarse junto a los niños blancos. Ni se les permitía adquirir educación. Juan P. Ramos cuenta el caso de un mestizo en Catamarca que fue azotado y encarcelado “por haberse descubierto que sabía leer y escribir”
ESPAÑOLES POBRES
Para el siglo XVIII y XIX, los españoles ya no tenían la jerarquía de Adelantados, ni conquistaban territorios desconocidos o Imperios indígenas a los que someter y saquear, no habían minas de riqueza incalculable que usufructuar, o cientos de bellas indias para elegir. Venían a un continente que ya tenía más de 200 años de Españolización, de estragos, de sustracción de los recursos, de daño irreparable. Estaban más cerca del inmigrante raso que del hidalgo conquistador. Venían a la Argentina a hacerse ricos, pero de repente se encontraban con una inmensidad inimaginada, sin rastros de adelantos europeos, desértica, vacía, retratada magistralmente por Esteban Echeverría en aquel verso inmortal de La Cautiva:
Gira en vano, reconcentra
su inmensidad, y no encuentra
la vista, en su vivo anhelo,
do fijar su fugaz vuelo,
como el pájaro en el mar.
Doquier campos y heredades
del ave y bruto guaridas,
doquier cielo y soledades
de Dios sólo conocidas,
que Él sólo puede sondar…..”
Y muchas veces deambulaban por ella sin saber qué hacer. Un testimonio recogido de Pedro Rada, consejero del Virreinato, reza que: “Nada les convence más de la realidad de estas tierras que la ninguna o poca mejora que han tenido en dos siglos y medio”.
A fines del siglo XVIII, algunas ciudades habían crecido y se habían poblado en el interior hasta Lima, siguiendo la ruta de los metales, principal industria del Virreinato del Perú mientras contaba con las provincias del Rio de la Plata bajo su órbita.
Buenos Aires comenzó a crecer raudamente al convertirse en Capital de un nuevo Virreinato a partir de 1776. Antes de eso variaba muy poco en su desarrollo por las condiciones que España imponía al comercio, impidiendo a Buenos Aires comerciar sino a través del Callao. Ni siquiera España dejaba comerciar libremente a las colonias españolas entre sí. El aspecto edilicio de la época pre-virreinal estaba bastante atrasado. En 1730, el único edificio era el de la catedral, las casas eran de barro y paja, algunas de ladrillo revocadas o pintadas con barro y cal, eran semejantes a nidos de golondrinas según el padre Carlos Gervassoni, que para dar razón de tal estado aseveró que: “Los españoles no entienden ni jota de edificación”
Sin embargo, de espaldas al favor de la metrópolis Buenos Aires crecía. El franciscano Pedro Parra decía en 1753: “Buenos Aires se va agrandando cada vez mas y en poco tiempo será tan grande que competirá con las cortes de Lima”. Concolorcorvo, en 1773 confirmaba: “Buenos Aires progresa, tiene casas muy bien edificadas, y con buenos muebles de madera del Sacramento (Brasil) y sus mujeres son las más pulidas de la sociedad americana”
El mejor negocio estaba en el contrabando. Para poner coto a ello, cedió la corona en dar a Buenos Aires su verdadera trascendencia como ciudad enclavada en un sitio estratégico, algo que sólo a los españoles les podía llevar casi 300 años en darse cuenta. Pero claro, ya España venía haciendo mil macanas desde hacía tres siglos. El arribo de Buenos Aires a la categoría de Capital del Virreinato del Rio de la Plata, fue contemporáneo con la llegada de ideas revolucionarias y emancipadoras. Fue un coctel explosivo la combinación entre nueva sede administrativa, e ideas emancipadoras. Buenos Aires no había necesitado más que del contrabando para generarse una clase social adinerada, y ahora el nuevo Virrey tenía que poner orden encarrilando legalmente la base de su prosperidad. Como agravante, el Virreinato del Perú resentido porque perdía el monopolio portuario y comercial, se aferró al tráfico de minerales y comenzó a llevarse toda la producción que salía por Buenos Aires al puerto del Callao, destruyendo las industrias logísticas del interior del naciente virreinato, que constaba de las postas de las caravanas, la crianza de mulas, carnes, aguardiente, vino, arreos, hospedajes, herrerías, fabricas de recipientes y de carretas para el transporte, etc. Dejando a Buenos Aires la tarea de administrar ese nuevo desorden.
A fines de 1700 y principios de 1800 se vivió una relajación de las normas de comercio que pusieron en marcha de hecho la libre transacción con otras potencias, más adelantadas tecnológicamente, por caso: Inglaterra. Quienes podían proveer cantidades enormes de mercancías a bajo precio, contra un Imperio en decadencia, arruinado económicamente, que había dilapidado en guerras ridículas, y perdido a manos de piratas ingleses y holandeses montañas enteras de plata del Potosí y todo el oro que se llevaron con destino a España en la famosa “Flota de Indias”, que llegó a contabilizar hasta cien barcos cargados de metales preciosos.
Tan solo una década le llevó quebrar al imperio. Las invasiones inglesas pusieron a prueba la fortaleza del pueblo de Buenos Aires para defender su territorio. La ocupación de España por Napoleón creó una inédita situación política, y el golpe de gracia fue la destrucción de la armada española en la batalla de Trafalgar que hundió para siempre el dominio español en los mares del mundo. En este contexto de crisis, mientras España entre 1808 y 1813 luchaba por liberarse de Francia, Argentina y Latinoamérica se preparaban para liberarse de ella..
Fuera de los límites de Buenos Aires todo era conflicto. Y no cambio mucho con los gobiernos patrios. Pero la preeminencia de una burguesía criolla en formación, estaba dando un salto de calidad en relación a la sociedad regida por el espíritu español.
Sedimentos negativos del sistema de castas, que llegó hasta principios de 1800, fueron los regimientos virreinales de pardos, que eran los mestizos y de morenos, ex esclavos liberados, llamados precisamente Regimientos de Castas. Y por supuesto el gaucho, ese paria que pobló sin ley y sin amparo nuestras pampas, haciéndose blanco del desprecio de la nueva burguesía, el abuso de los estancieros y la indiferencia de toda política pública.
La sociedad colonial del 1800 para acá es harto conocida así que me ahorraré el detalle. Nuestra noción general de la época colonial antes de 1800 es bastante pobre y difusa. Afecta nuestra perspectiva histórica. Da un salto inmenso entre la llegada de Colon con esporádicas menciones sobre ciudades del interior, y la vida social ya encaminada de los primeros años de 1800. Hay un oscuro periodo en el medio de más de 250 años, superior al tiempo que llevamos tratando de ser una nación. Quizá se deba al escaso protagonismo que tuvimos en ese periodo, de hecho tan solo 24 años fue Buenos Aires capital virreinal, contra los 320 años que duró la dominación española en este continente.