Entre los Héroes y Semidioses de la mitología griega, estaba especialmente ponderada la Hospitalidad. Los dioses eran particularmente severos cuando no se brindaba hospitalidad a quienes la necesitaban, como así también con el abuso de ella cuando se la recibía.
Tal era el celo de los dioses con esta cualidad que llegaban a disfrazarse de mendigos para auditar a los griegos acerca de la piedad que mostraban con sus semejantes menos aventajados. Y así, fueras rey o un simple caminante, las puertas de los castillos debían estar prestos para acogerte con amabilidad.
Por eso los espartanos, cuando el príncipe troyano Paris, fue invitado al palacio de Menelao a compartir su mesa, estallaron de furia al día siguiente al ver que éste se escapó raptando a Helena, la mujer del rey, aprovechando la sensible circunstancia de tener Menelao, que concurrir a las honras fúnebres de su abuelo Catreo.
Por si el rapto de Helena -de quien se supo más tarde que en realidad había huido con Paris voluntariamente- no alcanzaba a los griegos para enervarse de indignación, dijeron luego que Paris a la pasada, llenó una bolsa con objetos valiosos del palacio, los que robó en una muestra de descaro inadmisible.
Según Homero; cuarenta y cinco reyes y príncipes, al mando de 1216 naves de guerra, se alistaron para ir a Troya a reparar el insulto y rescatar a su vez a la reina sustraída.
Sin embargo, los griegos no eran tan sólo unos toscos seres recién salidos del Neolítico. Habían desarrollado un agudo sentido de la causalidad, y veían en todo acontecimiento la mano de los dioses. A estos, consideraban unos auténticos maliciosos y haraganes, dispuestos siempre a entretenerse urdiendo tramas teatrales para su diversión, siempre a costa de la miserable existencia humana. Y por supuesto que “nada sucedía porque si”.
Pronto descubrieron que Paris no había llegado sólo a las costas espartanas fingiendo concurrir a unas purificaciones que allí se hacían, sino que viajaban con él, Afrodita y su hijo Eros, quienes tenían la misión de inducir a Helena a enamorarse arrebatadamente del joven. Al punto que los sirvientes más tarde, cotorreaban acerca del escandaloso flirteo. Que constaba de; exageradas carcajadas y miradas libidinosas en la propia mesa del Rey, donde el troyano audaz había escrito sobre una mancha de vino recién volcado: «Te amo Helena».
¿Porque una diosa tan importante como Afrodita se confabularía con Paris para realizar tamaña argucia?
Hay respuestas.
Paris había sido el juez de un concurso de belleza. Y en el curso del mismo recibió como soborno de parte de Afrodita, la promesa de ser recompensado con la mujer más hermosa del mundo.
El trofeo que varias diosas disputaban, entre ellas la esposa de Zeus: Hera, la espectacular Atenea, y la propia Afrodita, era una manzana de Oro con una inscripción grabada que decía: “Para la más hermosa entre las diosas”.
Paris nunca imaginó que la mujer más hermosa del mundo estaba casada. Y nada menos que con un aguerrido rey espartano. Pero al conocer a Helena; su voluntad se evaporó en el primer suspiro, porque su vida; jamás tendría otro sentido que el de amar a esa mujer.
Pero; ¿cómo se llegó a este punto?
Lo contaré si ustedes lo desean, en el próximo relato donde veremos los entretelones de: LA MANZANA DE LA DISCORDIA.