Son las siete de la tarde
Y ahí viene
El búho de Minerva.
Me persigue
No sólo en el crepúsculo.
Ayer vino todo el día
Se apoyó en mis hombros y me susurró
Cosas al oído durante horas
Me habló del cuervo de Poe, del ruiseñor de Oscar, de la ceguera de Borges,
De la navaja de Ockham
De los cuentos de Cortázar
De las cartas de Alejandra
De los versos de Alfonsina
De “Los montes de la loca” de Wagner
De la esfinge que siempre es metáfora.
.
¿Son las siete de la tarde la hora del pensar?
¿La hora del existencialismo?
¿Del ocaso de los ídolos?
¿De la nada?
.
En fin, el búho vino de nuevo
Y no puedo resistir escucharlo
Le doy de comer y él sin ansias de satisfacer su deseo
Sigue devorando lo que hay dentro de mí
Que en el fondo es nada.
Devora la nada hasta convertirla en algo,
Inunda mi mente para llenarla de ideas.
Me desborda,
El alma.
La psiquis se vuelve oscura, el búho me asfixia
Picotea el fondo que no tiene fondo y sigue,
no para
A veces creo que se aprovecha de mí
Pero no puedo evitar escucharlo.
.
¿Son las siete de la tarde una buena hora para pensar?
¡No! Es la ocasión para hacerlo.
Sin embargo, más allá de esa hora el búho sigue.
No se detiene
En las noches se posa sobre mi cama
Parpadea y me mira
Penetra el sueño,
Sus ojos atraviesan las paredes cristalinas de mi mente
Y otra vez comienza todo de nuevo.
El insomnio vuelve y el búho crece.
Con mucha soberbia podría afirmar:
«El camino del pensar meditativo es curioso»
Sin embargo, hacerlo sería un gran error.
El búho se va y el sueño vuelve
pero ya casi son las siete de nuevo.
Escribo sobre escenarios posibles. Pero en el fondo siempre escribo sobre lo mismo.