En el momento en que me pongo a escribir esta breve reflexión pareciera que, en torno a la pandemia que nos mantiene en la incertidumbre, estuviera ya todo dicho, todo reflexionado. Hagamos, para contextualizar, un repaso rápido de la situación en nuestro país; a mediados de Marzo se decretó la cuarentena obligatoria con casos de Covid-19 ya confirmados. Los primeros meses se dieron situaciones -en el mundo- de animales en lugares que no solían frecuentar, lo que nos llevó a innumerables reflexiones sobre la presión que, efectivamente, ejerce el ser humano sobre el medio ambiente. Pero el romanticismo de ese acontecimiento duró poco y se vio interpelado por los focos de incendios que comenzaron los primeros meses del año y se intensificaron en Junio y Julio. Miles y miles de hectáreas de humedales, bosques y montes nativos, animales y plantas autóctonas que debieron ser motivo de orgullo y protección de nuestra infravalorada riqueza de biodiversidad, e incluso reservas y parques nacionales arrasados en su totalidad por el fuego de la industria agroganadera, la especulación inmobiliaria, el cambio climático a causa de -entre otras cosas- la deforestación sin precedentes y, en definitiva, el egoísmo y la avaricia de un puñado de empresarios y políticos que deciden anteponer sus intereses individuales por encima de toda forma de vida en la Tierra. Por si fuera poco se le suma el acuerdo con China de instalar megafactorías de cerdos, con el impacto socioambiental que este proyecto ocasionaría (¡Pssst! El acuerdo se retoma en Noviembre, aún estamos a tiempo de evitarlo). Y la lista sigue; el enorme lobby que mantiene en suspenso el tratamiento de la necesaria Ley de Humedales, la aprobación de la comercialización de trigo transgénico, el megaproyecto inmobiliario -privado, en tierras públicas- de Costa Salguero en Buenos Aires, la baja a las retenciones que incentiva aún más la deforestación, la promulgación en Santa Cruz de la ley 3.692 que prohíbe crear nuevas áreas protegidas, por nombrar sólo algunas noticias que nos hace ver este año 2020 de forma casi apocalíptica.
Pero, ¿es realmente tan así? ¿No existe posibilidad de verlo de otra forma sin caer en un optimismo ingenuo? Antes que nada, un par de cosas que es necesario tener en cuenta. En primer lugar, está fuera de discusión el hecho de que este año representa un importante punto de inflexión el cual, espero, nos sirva para marcar un antes y un después en la forma en que vemos y nos relacionamos con la Naturaleza. En segundo lugar, en línea con lo anterior y pese a la infinidad de memes y parodias que encuentran su gracia comparando la situación actual a la del fin del mundo, es menester destacar que este no es un año de malas suertes, sino un año de consecuencias, las cuales serán cotidianas si no cambiamos el rumbo. Aprender, como mencionaba, a relacionarnos con la Naturaleza y entender que somos parte de la misma no es una idea falopa de un puñado de ambientalistas, es una realidad y, cada vez más, una necesidad. El medio ambiente y los ecosistemas son transversales a todo ámbito humano -política, economía, etc- aunque no lo queramos ver y nos empecinemos en llevar la contraria. Podemos hacer caso omiso o podemos actuar en consecuencia y en caso de que se elija la segunda opción es que les ofrezco, cortito y al pie, algunas ideas superadoras:
• Apostar por la restauración ecológica: Los incendios sin dudas nos dejan un paisaje desolador, pero aun no todo está perdido. Se entiende como ‘restauración ecológica’ al “proceso de asistir la recuperación de ecosistemas que han sido degradados, dañados o destruidos” (SER, 2004) y en nuestro país viene ganando fuerza de la mano de la Red de Restauración Ecológica Argentina (REA). Para que se entienda, restaurar no se trata de reemplazar lo que había antes, sino dar las condiciones (asistir) para que la Naturaleza, con su capacidad de regenerarse, pueda ponerse nuevamente de pie. Tampoco se necesita ser parte de una red ni participar de la restauración de grandes hectáreas para estar haciendo, efectivamente, restauración. De hecho, es una práctica que cualquiera puede llevar a cabo desde, por ejemplo, la comodidad de su jardín, cuando optamos por especies de plantas nativas que le ofrezcan hospedaje y alimento a la fauna de nuestra región (algunas de las cuales, pueden estar amenazadas). En otras palabras, la restauración ecológica nos ayuda a ver que, si bien el ser humano puede ser muy destructor, también tiene la capacidad de conocer los procesos ecológicos para ayudar en la recuperación de los ecosistemas.
• Optar por hábitos sanos y sustentables: Saber de dónde proviene todo aquello que consumimos es esencial para actuar con responsabilidad en torno a la problemática ambiental, no sólo por lo perjudicial que puede ser la elaboración del producto sino por la huella de carbono que genera su traslado. En cuanto a la alimentación, la industria agroganadera se posiciona como una de las principales causas de pérdida de biodiversidad en nuestro país, y es responsable de la deforestación en el norte, de buena parte de los incendios que padecemos actualmente, de rociar hectáreas de campos -y escuelas rurales- con herbicidas (cuyo efecto nocivo sobre la salud ya ha sido de sobra probado), de consumir millones de litros de agua, por nombrar algunos perjuicios. Es allí donde la agroecología y la agricultura familiar se convierten en medidas imprescindibles a adoptar y apoyar fuertemente de cara al futuro. Debemos, por un lado, reducir el consumo de carne que en nuestro país es excesivo (al igual que el impacto que genera en el ambiente) y, por el otro, consumir alimentos locales, sanos y frescos (de producción agroecológica). El mismo camino debemos seguir en otros aspectos de nuestro día a día; apoyar pequeños emprendimientos locales que se preocupen por el planeta, reducir el consumo de plásticos -especialmente los de un sólo uso-, compostar los residuos orgánicos, optar por medios de transporte menos contaminantes como la bicicleta o el transporte público, entre otras. Son medidas que a menudo se subestiman pero en conjunto pueden ser un gran respiro para el ambiente.
Foto: © Alonso Crespo / Greenpeace
• Exigir medidas concretas y urgentes a los políticos: No es la intención de este artículo meterse en cuestiones partidarias, pero es inevitable meterse en política. La deforestación es política, la contaminación es política, los incendios son política, incluso la alimentación es política. La Constitución Nacional Argentina declara en su artículo 41 que “todos los habitantes gozan del derecho a un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo humano y para que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de las generaciones futuras. (…) Las autoridades proveerán a la protección de este derecho”. A esta altura poca importancia tiene discutir si son mejores las políticas partidarias de Fulano o Mengano, cuando ninguna agrupación hasta el presente ha tomado medidas concretas y contundentes a favor del medio ambiente. Este ecocidio inconstitucional no comenzó este año y tiene grandes responsables, algunos más evidentes que otros. Ante la negligencia estatal es deber del pueblo hacerse escuchar y exigir que el artículo 41 sea una realidad y, por vez primera, una prioridad. En ese sentido, y ante la dificultad que nos depara la cuarentena de manifestarnos públicamente, las redes sociales constituyen una herramienta fundamental para exponer, difundir y denunciar los atropellos sobre la naturaleza. Exigirle medidas concretas (que van mucho más allá del sonreír para la foto o de hacer campaña con las desgracias) al político de turno es un derecho ciudadano al que debemos apelar con urgencia. Parafraseando un antiguo spot de Greenpeace, no hay tiempo que perder.
La situación de encierro, sumado al cóctel de malas noticias que a diario consumimos al prender la tele o navegar en las redes sociales, nos invita a adoptar una visión calamitosa de la actualidad. Sin embargo no debemos permitir que esa visión nos ponga en una posición derrotista, donde todo se ‘está yendo a pique’ y ya no tiene sentido hacer algo al respecto, donde nos sentimos impotentes de, al parecer, no poder hacer nada. Nada más lejos de la realidad. Los acontecimientos actuales -reitero- son consecuencias cuya causa radica en la visión colonial y productivista que tenemos sobre los seres vivos y los ecosistemas que los (y nos) posibilitan, y que nos lleva a establecer una relación de dominación y depredación sobre ellos. En tanto no ataquemos la causa y la extirpemos de raíz, las consecuencias presentes se repetirán y recrudecerán. Hay mucho por hacer, hay mucha gente queriendo cambiar y aún estamos a tiempo de hacerlo. Sólo hay dos caminos; hacer oídos sordos y bancarse lo que se viene o comprometerse activamente en todas las esferas de nuestra vida para comenzar a sembrar, entre todos y todas, la semilla de un mundo más equitativo, solidario, amable y resiliente…¿Cuál elegís vos?