En su libro ‘La nación de las plantas‘ el botánico italiano Stefano Mancuso, experto en inteligencia vegetal, nos invita a imaginar una curiosa situación en la que todas las plantas del mundo conforman una gran nación y nos entregan a nosotros, los seres humanos, un compendio de ocho artículos en los que se destacan ciertos aspectos que podemos aprender del tan subestimado mundo vegetal. Pero, ¿qué pueden enseñarnos sobre organización social? ¿Qué valores, como parte del mundo animal, podemos rescatar de estos fantásticos seres fotosintéticos? Acompáñenme a darle respuesta a estos interrogantes, les aseguro que será interesante.
Partamos de la base, a saber, que todo ser vivo necesita alimentarse para sobrevivir. En ese sentido, un aspecto que diferencia a plantas de animales es que los primeros son autótrofos -es decir, producen su propio alimento convirtiendo la energía del Sol en energía química- y los segundos son heterótrofos -con lo cual necesitan, directa o indirectamente, de la energía química producida por las plantas-. Esto nos lleva a otro punto, el del movimiento. Los animales necesitan trasladarse en busca de comida mientras que las plantas, al producirlo ellas mismas, no tienen esa necesidad. Sin embargo esta cuestión conlleva un riesgo y es que frente al peligro los animales pueden evitarlo huyendo de él, las plantas, por el contrario, tienen que hacerle frente con la ayuda de diversas adaptaciones biológicas. Hasta acá no hay nada nuevo, ¿cierto? Pues, sigamos adelante.
En el ámbito humano, toda organización social se estructura en forma piramidal, jerárquica. Este tipo de organización no es casual, es típica del mundo animal del cual formamos parte -aunque a menudo nos cueste reconocerlo-. Como animales poseemos órganos profundamente especializados; dos ojos con los cuales vemos, dos pulmones con los cuales respiramos, un estómago con el cual digerimos los alimentos, etc., incluso un cerebro que es el encargado de ejercer un control centralizado sobre el resto de órganos. Esa misma organización de los órganos del cuerpo la hemos extrapolado al ámbito social y político (de hecho, el término ‘organización‘ proviene del griego antiguo ‘όργανον’ -‘órganon‘-, que significa «herramienta» u «órgano»). En ese sentido podemos ver que en toda estructura jerárquica se distinguen sus ‘órganos‘, los cuales cumplen una determinada función diferenciada del resto. El más importante, como no puede ser de otra forma, es el que se encuentra en la cima, el jefe o el «cerebro» del grupo. Volviendo a la etimología podemos obtener más datos interesantes. La palabra ‘jefe’ proviene de un préstamo del francés ‘chief‘, del cual también derivan otros idiomas como el inglés (‘chief‘), el alemán (‘chef‘), el portugués (‘chefe‘), el rumano (‘șef‘), entre otros. A su vez ‘chief‘ deriva del latín ‘caput‘, que significa nada más y nada menos que ‘cabeza’. Incluso en idiomas como el italiano, se usa la misma palabra para decir ‘jefe‘ o ‘cabeza‘ (‘capo‘ en este caso, que también procede del latín ‘caput‘). Queda claro entonces que, como animales racionales que nos consideramos, ponemos el cerebro -o la cabeza- por encima de todo, incluso en nuestras formas de organizarnos.
Sin embargo, a diferencia de lo que podamos creer, este tipo de organización es muy ineficiente y vulnerable. Basta con que uno de los órganos falle para entrar en crisis, poner en riesgo una función o incluso el organismo en su totalidad. La única ventaja de la organización centralizada es la rapidez, algo que en los organismos animales es importante pero que en la práctica humana se ve interrumpida por la burocracia -la cual funciona como tejido conectivo de toda la estructura jerárquica-. Aún así la burocracia no es el único inconveniente que presenta un sistema jerárquico. A menudo los requisitos para integrar uno u otro nivel de la pirámide no sólo son poco claros, sino que se basan en una cuestión de poder de quienes integran los estratos más altos y no de capacidades para ocupar dicha posición. La jerarquía (cuya etimología hace referencia a un ‘orden sagrado‘) es, en definitiva, una forma de organización que, a la larga, termina generando diversas formas de discriminación y segregación entre quienes la componen. Si lo piensan por un minuto, situaciones como el clasismo, el racismo, el sexismo o la homofobia se reproducen y fortalecen dentro de una -normalizada- organización jerárquica. La alienación es otro aspecto a tener en cuenta ya que, como bien expuso la filósofa Hannah Arendt en su obra ‘La banalidad del mal‘ -que luego confirmó el psicólogo Stanley Milgram con sus famosos experimentos-, los seres humanos somos propensos a atentar contra nuestros valores morales ante la obediencia a una autoridad.
En resumen, toda nuestra organización política y social proviene de la organización de los organismos animales a los cuales beneficia con una mayor velocidad de acción pero que, sin embargo, extrapolado al ámbito humano se vuelve profundamente ineficiente y vulnerable. Y bien, ¿dónde entran las plantas en todo esto? Habíamos dicho que éstas no necesitan trasladarse para obtener alimento pero, no obstante, eso las convierte en un blanco fácil para los depredadores, ¿cómo lo resuelven? Sencillo, con descentralización. A diferencia de los animales, los vegetales ‘ven’ con todo el cuerpo, perciben una variedad de estímulos con todo el cuerpo y hasta respiran con todo el cuerpo. De lo contrario, si las plantas tuvieran un cerebro centralizado bastaría con que una oruga se lo coma para comprometer a todo el individuo. Más aún, ni siquiera las funciones están centralizadas. Un sistema de raíces, por ejemplo, puede seguir llevando a cabo su función aunque se haya dañado una buena parte de las mismas. Incluso, una gran ventaja que le otorga la gran flexibilidad que poseen las plantas, es el poder reconstruir cualquier parte del organismo o reemplazarlo por otra que necesiten.
Enraizar un esqueje es una buena forma de entender la ‘plasticidad’ de las plantas
Esto se ve bien cuando, por ejemplo, cortamos la rama de un arbusto para multiplicarlo poresqueje. Si todo el organismo estuviese diferenciado lo lógico sería que salieran hojas donde antes habían hojas, tallos donde habían tallos, etc. Pero no es eso lo que ocurre porque esa rama necesita de sus raíces para arraigarse al suelo y tomar sus nutrientes. ¿Qué hace entonces? Genera raíces donde antes había tallo u hojas. Es lo que los científicos denominan ‘totipotencia‘ y es posible gracias a las células indiferenciadas. Dicho esto queda claro que la organización descentralizada y horizontalista del mundo vegetal, a diferencia de la organización animal, es mucho más eficiente (no derrocha recursos, si necesito raíces, genero raíces) y resliente (las funciones no están centralizadas y es mucho menos propensa a las crisis).
Lección 1: Una organización horizontal y descentralizada puede garantizar mayor estabilidad y eficiencia al sistema
Pero esto no termina acá. La incapacidad de trasladarse no sólo las hace más flexibles para enfrentar a cualquier depredador que se les presente, sino también las hace hábiles para adaptarse a las contingencias del ambiente. Una especie adaptada a crecer en lugares húmedos, si la cultivamos en una zona más seca o si le toca enfrentar un período de sequía posiblemente reduzca su crecimiento, es decir, se adapta según los recursos de los que disponga en su entorno. En otras palabras, mientras un animal puede trasladarse en búsqueda de alimento, las plantas han aprendido a modular su desarrollo ya que sólo cuentan con la superficie en la que pueden explorar sus raíces. Esta capacidad es lo que los biólogos denominan «plasticidad fenotípica«.
Foto: El vinagrillo (Oxalis corniculata) presenta diferencias según las condiciones del ambiente
Por lo tanto, mientras la sociedad humana se desarrolla a máxima velocidad dentro de un sistema que prioriza el crecimiento irracional e ilimitado a costa de los recursos limitados que nos ofrece nuestro planeta, las plantas -y, a decir verdad, el mundo natural en general- nos muestran que es posible y necesario detener el crecimiento, adaptarse a los recursos disponibles -los cuales son suficientes para satisfacer las necesidades de toda la Humanidad- y establecer una relación de equilibrio con nuestro entorno que sea lo más estable posible.
Lección 2: Crecer en virtud de los recursos disponibles permite establecer nuevas relaciones de equilibrio entre el ser humano y la naturaleza, y en seres humanos entre sí
Por último me gustaría hacer mención de un valor escaso en las sociedades humanas pero cuya importancia ya se ha demostrado en el mundo natural; el apoyo mutuo. Luego de la revolución que generó la obra de Charles Darwin sobre la teoría de la evolución, diversos autores tomaron algunas de sus ideas y las adaptaron a la medida de sus propias creencias profundamente discriminatorias, para justificar las desigualdades sociales o el liberalismo que estaba en auge en ese momento. Eran los «darwinistas sociales», quienes interpretaron la teoría de Darwin en un sentido de pura competencia, una especie de «ley de la selva», donde el más ‘apto‘ era necesariamente el más ‘fuerte‘ (nada más lejos de la realidad). No fue sino hasta 1902 cuando el pensador anarquista Piotr Kropotkin publica su obra «El apoyo mutuo: un factor en la evolución» en el cual, en base a sus observaciones del mundo natural, afirma que es la cooperación y no la competencia lo que determina el éxito de las especies. Un ejemplo claro de este mutualismo es el de los líquenes, una simbiosis formada por un hongo y un alga en el cual ambos organismos se benefician de la interacción y cuyo resultado, el líquen, posee nuevas características que ni el hongo ni el alga poseerían por separado.
En el caso de las plantas, al estar condicionadas al entorno en el cual se encuentran arraigadas, también aprendieron a establecer diversas relaciones de apoyo mutuo. Una de las más conocidas es el de las micorrizas, una relación simbiótica entre un hongo y las raíces de las plantas. ¿En qué consiste? Pues, el hongo le ofrece a la planta nutrientes minerales y agua mientras que la planta le ofrece al hongo hidratos de carbono y vitaminas que éste, por sí sólo, es incapaz de sintetizar. Además estas micorrizas le permiten a la planta expandir considerablemente la superficie de suelo a la que exploran sus raíces. Sin embargo son incontables los ejemplos de mutualismos entre las plantas y su entorno, los cuales además de contribuir a la búsqueda de sustancias nutritivas contribuyen a la defensa, la polinización, etc. Sin dudas a la hora de hablar de cooperación, empezar observando a nuestras amigas las plantas es un buen comienzo.
Lección 3: La cooperación es la fuerza a través de la cual prospera la vida y el principal medio de progreso de la comunidad
En los últimos años se ha empezado a estudiar el mundo vegetal desde nuevas perspectivas (como es el caso de la neurobiología que explora la ‘inteligencia‘ en las plantas), lo que nos ha permitido comenzar a verlas con otros ojos, distanciándonos de esa injusta idea que las ubicaba apenas por encima de las piedras y que heredamos de Aristóteles. Posiblemente sea el principio de varios nuevos descubrimientos que nos permitan valorarlas como realmente se merecen. Si bien en este artículo se expusieron sólo tres lecciones, estoy seguro que se pueden encontrar muchas más, porque si algo nos queda en claro es que cuando la humanidad encuentra un problema, la naturaleza nos ofrece una solución. Sólo hay que aprender a observar.