Escribo las siguientes líneas en mi condición de vecino y ciudadano que observa con preocupación el avance del neoliberalismo que impone, tanto en el país como en el mundo, su ética individualista ‑que rompe toda cohesión social y el sentido humano de comunidad‑, su competencia feroz que instala la lógica capitalista del ‘sálvese quien pueda’ (y la idea ecocida del ‘crecer o morir’), y su odio, desprecio e intolerancia al «Otro» que es o piensa diferente. Este avance paulatino pero firme se debe en parte a la incapacidad que ha demostrado la izquierda política ‑en sus diversas vertientes‑ de darle respuestas concretas a los problemas de la gente y, más aún, de canalizar la bronca y la frustración. Es así que aparece el municipalismo como una tercera vía que apuesta por crear una verdadera transformación social, donde los problemas cotidianos estén en el centro de la escena.

Construir desde la base; los municipios

Pero antes de definir el municipalismo vamos a ilustrar con un ejemplo la relevancia de los municipios. Si les pido que pongan en orden de importancia los tres niveles de gobierno entre nacional, provincial y municipal, posiblemente mantengan dicho orden siendo el nivel nacional el más relevante y el nivel municipal el menos. Sin embargo, si en su cuadra o barrio tienen algún problema de cloacas, de luminaria, una pérdida de agua o hay que arreglar un bache en la calle ‑vamos, problemas cotidianos que a cualquiera se le puede presentar‑, ¿a quién acudirían?¿al presidente, al gobernador o al intendente?¿acaso creen que un presidente o un gobernador están al tanto de todos los problemas de cada uno de los vecinos del país o provincia sobre la que gobierna? Desde luego no, es básicamente imposible abarcar tantas realidades socioeconómicas y culturales como las que existen en el vasto territorio nacional o incluso provincial. Dicho esto salta bastante a la vista, no sólo las limitaciones de un sistema centralista estatal que desconoce las diferentes realidades del territorio sobre el que gobierna, sino la importancia de los municipios como instituciones que permitan establecer un modelo de gobernanza de proximidad, descentralizado, creado por y para la gente. No se trata de desconocer el gobierno nacional y provincial, sino de pensar otras formas de hacer política, dándole el poder a las personas y revirtiendo su dinámica verticalista (como se suele decir, lo único que se construye de arriba hacia abajo son los pozos, lo demás se debería pensar de abajo hacia arriba).

«Política» vs. «Política partidaria»

En un mundo donde el Estado ve a las personas como simples votantes y el Mercado como consumidores, el municipalismo ofrece la posibilidad de pensar una política local, situada en el territorio y a la medida de las necesidades de las personas. En este punto conviene hacer una distinción de conceptos; el de «política» y «política partidaria». La «política» hace referencia al proceso de toma de decisiones y actividades que se realizan para administrar y organizar una sociedad. Implica la formulación y aplicación de políticas públicas, la resolución de conflictos, la distribución de recursos, y la gestión de asuntos públicos en general. La política puede ser realizada por individuos, grupos, organizaciones, gobiernos, y otras entidades, no necesariamente vinculados a partidos políticos. Es importante ser conscientes que el ser humano es un animal gregario, que vive y necesita de su comunidad (incluso quienes te venden una idea individualista de libertad necesitan de su comunidad para seguir enriqueciéndose), por ende organizar su comunidad -es decir, hacer política- es intrínseco a cada uno de nosotros. Es lo que Aristóteles en su momento llamó «zoon politikón», que literalmente significa «animal político», en referencia al ser humano. No existe por tanto tal cosa como ser «apolítico». En otras palabras, política hacemos todas las personas a diario independientemente de la trascendencia de nuestras decisiones.

Por otra parte está la «política partidaria», que a menudo -erróneamente- consideramos un sinónimo de «política». Ésta se refiere específicamente a la actividad política que gira en torno a los partidos políticos. Los partidos políticos son organizaciones que -al menos en la teoría- representan intereses y valores políticos específicos y compiten en elecciones para obtener el poder en el gobierno. El problema de ver ambos términos como sinónimos es que queda la política relegada únicamente a los integrantes de agrupaciones partidarias y al ciudadano de a pie no le queda más herramientas que resignarse a poner un papel en una urna cada cuatro años. Por este motivo desde el municipalismo se ve a la democracia representativa como una forma «débil» de democracia y se apuesta por fortalecerla con mayor transparencia, participación y democracia directa. Nuevamente, si uno se pone a pensar, una vez elegidos nuestros gobernantes la ciudadanía no tiene absolutamente ninguna herramienta que le permita garantizar que su voluntad sea tenida en cuenta -en definitiva, la que debería ser función de los políticos-. Como menciona la periodista y escritora Debbie Bookchin (hija del gran teórico social y municipalista libertario Murray Bookchin) en el libro «Ciudades sin Miedo«, «el municipalismo exige que el poder vuelva a los ciudadanos comunes, que reinventemos lo que significa hacer política y lo que significa ser un ciudadano. La verdadera política está en las antípodas de la política parlamentaria. Se inicia en la base: las asambleas locales».

Municipalismo y vecinalismo no van necesariamente de la mano

Dicho esto surge otra diferencia de conceptos que resulta oportuno aclarar ya que puede dar lugar a malinterpretaciones, y es la diferencia entre municipalismo y vecinalismo. Si bien en ambos casos se hace hincapié en poner a la ciudadanía en el centro de la escena, el vecinalismo suele abordarlo estrictamente desde la política partidaria, a menudo acarreando con los mismos vicios y prejuicios que los partidos políticos tradicionales y usando la participación ciudadana como un vehículo para legitimar sus propias políticas, sin que la ciudadanía pueda participar real y activamente en la formulación y ejecución de proyectos. Por el contrario, el municipalismo se presenta en principio como una agrupación de individuos y organizaciones de la sociedad civil que buscan organizar a la ciudadanía desde el territorio en formas que promuevan la ayuda mutua, el cuidado y la cooperación. Entiende la política partidaria, no como un fin en sí mismo, sino como un medio que permita devolverle el poder al pueblo. 

Una vez aclarada la diferencia es importante mencionar que en nuestro país el vecinalismo puede representar un gran cambio de paradigma si se propone realmente hacer política por y para los vecinos y dotar de mayor autonomía y transparencia al municipio. Si bien hay tantas formas de llevar adelante un movimiento municipalista como realidades locales existen, en nuestro país las agrupaciones vecinalistas podrían verse como el «brazo partidario» de tal movimiento. Lo que debe quedar en claro es que municipalismo y vecinalismo no son sinónimos, y el primero no necesita del segundo para conformarse ni para conseguir el poder.

Reconstruir lo social para sanar lo ambiental

Concebir la gestión social como hipótesis política para la ciudad es nuestro objetivo. Si hablamos de hipótesis política es porque consideramos que en el desarrollo del campo de la gestión social, en su capacidad para asumir expansivamente las múltiples dimensiones de la vida urbana en común, se juega la posibilidad de construir otros modelos de ciudad, de vida. Desde la conformación de asambleas populares hasta la creación de cooperativas, escuelas, centros culturales y fondos de financiamiento, nuestras prácticas crecen y se potencian, ampliando nuestros derechos, en el camino por la igualdad, y democratizando nuestros espacios de decisión, en el camino por la libertad.

Otro aspecto que resulta pertinente mencionar es el relativo a la inclusividad. La ciudad es el espacio en el cual se reproduce la vida y se desarrollan todas las potencialidades humanas. Según el Banco Mundial el 56% de las personas en el mundo vive en ciudades, y en nuestro país esa cifra asciende al 92%. Habiendo tantas personas habitando en las ciudades resulta prioritario garantizar la igualdad de derechos y oportunidades para todas. El municipalismo busca dar voz a todos los individuos, sobre todo a aquellos históricamente relegados. Pero «dar voz» no implica ponerlos en una posición pasiva, dónde quienes toman las decisiones deciden «escuchar» a estos sectores pero se reservan la última palabra. «Dar voz» significa que sean actores materiales de las políticas públicas y de esta construcción colectiva que llamamos «ciudad». Conlleva pensar la ciudad desde las mujeres, desde las disidencias, desde la niñez, la juventud y los adultos mayores, desde las personas con discapacidad, desde los afrodescendientes y otras diversidades étnicas, desde las comunidades originarias locales, desde las villas y los sectores más vulnerables, desde la diversidad de creencias y nacionalidades que habitan o pueden habitar nuestro territorio. En cada uno de estos sectores hay una nueva forma de hacer ciudad, y a eso aspira el municipalismo.

Pero también es en las ciudades donde generamos el 70% de los residuos y las emisiones de gases de efecto invernadero y el 60% del consumo energético, como así también el 70% del PIB mundial. Por lo tanto, pensar otras formas de hacer ciudad implica no sólo construir nuevas formas de relacionarnos desde lo social, sino también desde lo ambiental. Siendo la urbanización una de las principales causas de pérdida de biodiversidad a nivel mundial resulta tan necesario como prioritario recuperar e integrar el paisaje originario sobre el que se asienta, como también crear formas de habitar que mitiguen y pongan un freno a la crisis ecológica. Y aunque lo social y lo ambiental parezcan dos cuestiones que van por separado, nada más lejos de la realidad. Citando nuevamente a Murray Bookchin, para quien la crisis ecológica era ante todo una crisis social, «tenemos que empujar hacia la construcción de una sociedad ecológica que cambie completamente, que transforme radicalmente nuestras relaciones básicas. Mientras vivamos en una sociedad que marcha hacia la conquista, al poder, fundada en la jerarquía y en la dominación, no haremos nada más que empeorar el problema ecológico, independientemente de las concesiones y pequeñas victorias que logremos ganar«.

Una proposición municipalista; intervenir en lo local para transformar lo global

Comencé este artículo poniéndome en el lugar de vecino, de ciudadano, por dos sencillas razones. La primera, como una forma de colocarme a la misma altura de cualquiera de mis lectores, siendo consciente de la multiplicidad de saberes y realidades que nos atraviesan a cada uno de nosotros. En definitiva, ¿no es el ser habitantes y artífices de la ciudad lo que nos une e identifica?. En segundo lugar, como una forma de poner bajo la lupa el academicismo al que se suele someter el saber. Es decir, si hay que hablar sobre las obras y servicios que necesita un determinado barrio de la ciudad, ¿no son los propios vecinos, independientemente de su formación académica, los más indicados para hablar del tema? Para el municipalismo la voz de los vecinos no sólo es importante, es necesaria si lo que queremos es desarrollar políticas públicas que funcionen.

También mencioné en la introducción el avance neoliberal, que no es nuevo, pero que lejos está de retroceder. Las últimas tres décadas nos han enseñado a nivel mundial que la «neoliberalización» implica desmantelar aquellas estructuras estatales que le son ajenas, como los sistemas redistribucionistas, al mismo tiempo que se introducen nuevas formas de regulación gubernamental que le sirven a sus intereses corporativos. Estas estrategias le permiten apropiarse de riquezas y bienes comunes colectivos al privatizar lo que antes era público, ya sea en manos de empresas locales o extranjeras. A medida que la política neoliberal recorta la inversión en servicios públicos, también disminuye el bien común disponible, obligando a la sociedad a buscar otras vías para garantizar lo común. Esto nos desafía a enfrentar y superar este enfoque corporativo que está creando ciudades desiguales, fragmentadas y determinadas por las lógicas del mercado.

Como sociedad debemos empezar a romper la idea hegemónica de que solo hay dos formas de gestión: estatal o mercantil. En lugar de eso, debemos asumir el compromiso de imaginar y crear nuevos modos de vida posibles. Esto nos lleva a un gran desafío: ampliar y enriquecer la idea de lo público, que ya no se limita sólo a lo estatal. De esta forma lo público se nutre –según el modo en el que es gestionado– de al menos dos dimensiones: lo público-estatal (o de gestión estatal) y lo público no-estatal (o de gestión social). Esta perspectiva nos permite comprender la oportunidad que tenemos para lograr una mayor democratización y, por lo tanto, una mayor responsabilidad sobre el cuidado y gestión de los bienes comunes.

Pero también resulta necesario desentrañar las ideas y discursos que normalizan un individualismo abstracto e imponen una lógica que divide, excluye y aísla. Dicho individualismo en lo comunitario ha incidido en las diversas crisis sociales (en una ciudad que no se construye en comunidad sino que es sólo una suma de individuos ya nadie se preocupa por el Otro, sino por el bienestar individual), y dicho individualismo en lo ambiental (bajo esa idea de que lo humano y lo natural son conceptos separados o, peor aún, que lo humano está por encima de lo natural) ha influido en la crisis ecológica que atravesamos actualmente. En otras palabras, entender la realidad social del ser humano y que no somos más que otra especie entre las miles de especies que existen en el mundo, y que por consiguiente necesitamos tanto de nuestra comunidad como de los seres y ecosistemas que nos circundan, nos permitirá construir desde el más profundo sentido de Humanidad. Quizás no podamos cambiar el mundo, pero sí podemos aportar nuestro granito de arena en nuestro entorno para ser parte del cambio. Se necesita cada vez menos individuos salvadores y más comunidades comprometidas y organizadas. De lo que se trata es de saber que no estamos solos y solas, de superar los miedos que este modelo nos inculca, de comprender que interviniendo en lo local podremos transformar lo global. Como nos dice Naomi Klein, autora de la obra titulada «La Doctrina del Shock» ‑que explora la forma en que las élites políticas y económicas aprovechan los momentos de crisis para imponer sus políticas neoliberales‑, el miedo sólo paraliza cuando no se sabe hacia dónde correr. El municipalismo surge entonces como una manera de transformar ese miedo en esperanza, la esperanza en participación política y la participación política en el sentido más puro y humano de democracia, con el objetivo de lograr ciudades diversas, plurales, sostenibles, inclusivas e igualitarias.

Anexo: Lecturas recomendadas

Las políticas de la Ecología Social (Municipalismo Libertario) ‑ Janet Biehl


Si hablamos de municipalismo no podemos dejar de lado a Murray Bookchin, uno de los primeros teóricos del movimiento que desarrolló su idea del Municipalismo Libertario. Si bien su bibliografía es amplia y recomendable, el libro que quiero ofrecerles es el de su colega Janet Biehl, quien mejor supo sintetizar su propuesta política. Se trata por tanto de una obra en la que se resumen las ideas de Bookchin de una forma muy amena.

Sinopsis:

En un momento de crisis sistémica generalizada, cuando la naturalización de las salidas autoritarias es cada vez mayor, ‘Las políticas de la ecología social’ plantea de manera accesible y clara los fundamentos y las posibles estrategias de una alternativa libertaria, social, ecológica y feminista, basada en la democracia directa.

Tanto la ecología social como el municipalismo libertario son ejes prácticos alrededor de los cuales es factible construir alternativas a la depredación capitalista. Su lectura crítica de la sociedad de mercado y su propuesta política se sustentan en el reconocimiento y la autoorganización en el seno de las realidades locales.

El asamblearismo, el feminismo, el confederalismo o el ecologismo, entendido como parte inseparable de lo social ‑con formas diversas, pero a partir de valores comunes‑, certifican la vitalidad de estos proyectos, que se han puesto en práctica desde en el Kurdistán hasta en los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas.

Tras casi veinte años de la primera edición en castellano de este libro, que contiene una entrevista en profundidad con Murray Bookchin, su lectura sigue siendo recomendable para analizar las hondas contradicciones que han evidenciado las vías puramente institucionales de los nuevos movimientos municipalistas en el Estado español.


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Ciudades Sin Miedo (Guía del movimiento municipalista global) ‑ AA.VV.


Una guía que aborda múltiples aspectos que conciernen al municipalismo, de la mano de varios referentes actuales del movimiento. Sin dudas una lectura sencilla y oportuna, de la cual extraje varias ideas para el presente artículo.

Sinopsis:

«El municipalismo es una fuerza en alza que quiere transformar, desde abajo, el miedo en esperanza y construir esa esperanza en común»
~Ada Colau

En un mundo en el que el miedo y la inseguridad se están convirtiendo en odio y las desigualdades, la xenofobia y el autoritarismo están en auge, surge un movimiento municipalista renovado que defiende los derechos humanos, la democracia y el bien común.

Ciudades Sin Miedo es la primera guía escrita por y para este movimiento municipalista global. Fruto de la colaboración entre más de 140 alcaldesas, concejalas y activistas de todo el mundo, el libro ofrece:

‑ Una introducción a las bases teóricas del municipalismo y su papel en la feminización de la política y la lucha contra la extrema derecha.

‑ Herramientas que explican cómo montar una candidatura, elaborar un programa de manera participativa o hacer crowdfunding.

‑ Ejemplos de las políticas transformadoras que se están implementando en municipios alrededor del mundo en materia de vivienda, espacio público o democracia participativa.

‑ Perfiles de 50 plataformas municipalistas referentes de todo el mundo.


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Libres, dignos, vivos (El poder subversivo de los comunes) ‑ D. Bolier y S. Helfrich

Si bien este libro no aborda el municipalismo como tal, sí trata de un tema fundamental como es el ‘procomún‘ (o los comunes), un concepto tan ignorado como malinterpretado en la sociedad capitalista actual. Tal como explica uno de los autores, David Bollier, el procomún es aquello que surge siempre que una comunidad determinada intenta gestionar colectivamente algún tipo de riqueza compartida, haciendo hincapié en el acceso y uso justos y la sostenibilidad a largo plazo. El procomún no es sólo el bien en sí (de hecho se lo confunde con términos como ‘bien común’), sino la propia comunidad que lo gestiona como así también las normas y valores alrededor de su gestión. Es una herramienta fundamental para pensar otras formas de hacer política y desarrollar nuevos modelos económicos basados en valores humanos como la solidaridad, el apoyo mutuo y la cooperación. Sin dudas, una lectura obligatoria para todo el mundo, pero en particular para las personas involucradas en el activismo.

Sinopsis:

‘Libres, dignos, vivos: el poder subversivo de los comunes’ es un replanteamiento fundacional de los comunes, los sistemas sociales autogestionados que los seres humanos han usado para satisfacer sus necesidades durante miles de años. Desde la pesca a los bosques, pasando por las monedas alternativas y hasta la aplicación del código abierto en todos los contextos, las personas cada vez utilizan más la creación de procomún para emanciparse de un sistema Mercado/Estado depredador y tomar las riendas de sus vidas. ‘Libres, dignos, vivos’ también es un trabajo de imaginación social y esperanza política. A medida que la humanidad se adentra en un mundo nuevo y peligroso sumido en el colapso climático, el pico del petróleo y una gran inestabilidad política, este libro se atreve a imaginar cómo innumerables actos de creación de procomún pueden construir una cultura y economía política nueva y subversiva. Escrita por dos de los principales activistas de los comunes de nuestro tiempo, esta guía está repleta de historias fáciles de leer y muy ilustrativas.


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