A esta altura muchas personas ya habrán oído el nombre de Santiago Maratea y las varias campañas solidarias que, hasta la fecha, llevó a cabo con éxito con la fuerza de las redes sociales (donde, al momento de escribir este artículo, alcanza los 1,6 millones de seguidores). No es, desde luego, la intención de este artículo hablar en primera persona del ‘influencer’ del momento, ni hacer un análisis minucioso de su vida ni de sus logros conseguidos, sino más bien ofrecer algunas reflexiones sobre el fenómeno que lo puso en boca de muchos.

En principio es menester poner en contexto. Si bien previamente se encontraba realizando acciones de caridad, aquella que comenzó siendo ambiciosa y terminó por catapultarlo a la fama fue haber conseguido 2 millones de pesos en 24 horas para comprar una camioneta que sería convertida en ambulancia y destinada a una comunidad wichí, en Salta. ¿Cómo consiguió semejante hazaña? Pues, apelando al enorme número de seguidores. Les pidió a aquellas personas que lo siguen de cerca que donasen 10 pesos cada una para así lograr el objetivo fijado. Y así fue, 24 horas después tenía los 2 millones de pesos que se destinaron a la compra de la camioneta. Desde luego, el caso no estuvo exento de polémica y trabas político-partidarias al momento de entregar el vehículo, pero finalmente quedó en manos de un miembro de la comunidad wichí como se había prometido.

La revista Barcelona aprovechó para satirizar sobre el caso

Sin embargo esa campaña sería sólo el comienzo de varias más que vendrían. Contribuyó a evitar el cierre de la Fundación Empate -que brinda actividades gratuitas para el desarrollo de chicos/as con Síndrome de Down- juntando poco más de un millón de pesos. Impidió el desalojo de la asociación Madres Víctimas de Trata de su histórica sede al juntar 8 millones de pesos (en esta campaña se sumaron otras referentes como Florencia Freijo y la ‘China’ Suárez). Ayudó a los padres de Emma, una beba de 11 meses con Atrofia Muscular Espinal, a conseguir el medicamento que necesitaba cuyo costo rondaba los 2 millones de dólares. Y, una de sus últimas proezas, conseguir 99 mil dólares para que 35 atletas -entre las cuales se encuentran dos bahienses- y sus entrenadores viajen al Torneo Sudamericano de Atletismo, en Guayaquil, luego de que el Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Enard) comunicara que no podía hacerse cargo del traslado.

Algunas personalidades hicieron eco para apuntar contra la dirigencia política

Si bien la cara visible de estas campañas fue Maratea, no hay que dejar de mencionar la predisposición de las cientos de personas que participaron desinteresadamente en las diferentes causas sociales, sin cuya ayuda nada de eso habría sido posible. Esto nos da pie para la primera reflexión; la solidaridad y el afán de ayudar al otro existen y se mantienen vigente, aspecto importante a tener en cuenta en un contexto social, económico y político-partidario en el que se incentiva la división y la competencia feroz. La gente ha depositado la confianza en un influencer para cambiar una determinada realidad, confianza que, a lo mejor, no la inspiran aquellos quienes tienen -por el puesto que ocupan- la responsabilidad de cambiar esas realidades; a saber, los políticos.

Esto nos lleva a otro punto, no menos importante. Los logros obtenidos lo ubicaron a Santiago no sólo en el foco mediático, sino también en el foco político. Y es que el hecho de que una persona con los seguidores de sus redes sociales consiga lo que la dirigencia política no puede garantizar los coloca a estos últimos en un claro blanco de críticas. Hasta la fecha se desconoce si le ha llegado al influencer algún ofrecimiento para formar parte de una institución partidaria, pero podríamos estar de acuerdo en que no sería raro que así fuese. Ahora bien, supongamos el hipotético caso que le llega dicho ofrecimiento y éste decide aceptar, ¿sería esta una manera de aportarle el altruismo que le falta a la agrupación política? ¿O sería, por el contrario, una forma de captar y amortiguar aquella expresión política que se aleja de lo estrictamente político-partidario y que, además, deja mal parado a este último? Cientos de personas aportando en una causa que consideran justa y noble, a través de una persona en quien confían y quien les garantiza transparencia en el proceso…¿no es, acaso, otra forma de hacer política?

En este caso puntual, esa persona es un influencer y se llama Santiago Maratea, pero no se limita a él. Insisto, la invitación es a pensar el fenómeno más allá del nombre propio. Recientemente, el actor Gastón Soffriti despertó cierta polémica al declarar en su cuenta de Twitter que «si la gestión de las vacunas la hacía Santi Maratea hoy no estabamos todos adentro«, para luego rematar afirmando que «si una persona con su Instagram tiene más poder de convicción y convocatoria que el mismísimo estado, deberíamos estar replanteándonos quienes son los nuevos políticos«.

Más allá de la credibilidad o la simpatía que nos genere el actor, no podemos negar que sus palabras dan en el blanco y nos sugiere una última reflexión. Quizás esa confianza que despierta el influencer hace relucir cierto recelo -principalmente entre las nuevas generaciones- hacia las instituciones partidarias. Quizás el problema no radica en ‘los nuevos políticos‘ sino en la estructura social, política y económica que los posibilita y se comienza a percibir anticuado e ineficiente. O tal vez son sólo conclusiones apresuradas que no se condicen fielmente con la realidad. En cualquier caso, es importante rescatar que la posibilidad de hacer política por fuera de la política-partidaria es un hecho y, hasta cierto punto, una necesidad que se vislumbra ante una posible crisis de representación por parte de los referentes partidarios. Lo que nos deja en claro esta situación es que con organización y transparencia se puede llegar mucho más lejos de lo esperado. Al contrario de lo que se suele creer, valores como la solidaridad y generosidad se mantienen latentes en nuestra sociedad a la espera de ser nuevamente revalorizados, cargados de sentido y conducidos a ser la base de una sociedad más humana y democrática.