Consenso científico en las emociones humanas.

Consenso científico en las emociones humanas.

Para comenzar con la elaboración de un marco teórico en el cual trabajaremos posteriormente, sin dudas, debemos pensar a partir de qué momento de la historia se empiezan a hacer esbozos de la idea de emoción. Tal como Charles Darwin en su publicación “La expresión de las emociones en el hombre y los animales” (1872) o como William James, Magda Arnold, Antonio Damasio, Joseph Ledoux, entre muchos otros, que dieron nuevas perspectivas posteriores a los avances del naturalista inglés.

Pero vayamos al grano y hagámonos las grandes preguntas, las preguntas que dieron pie a años de investigación y que a día de hoy son objeto de inagotable estudio: ¿Qué es una emoción? ¿Cuáles son sus funciones? ¿De qué manera y cuando aparecen? Probablemente no sea sencillo dar una respuesta que aclare todas las dudas acerca de estos interrogantes, pero a pesar de ello vamos a hacer un breve –en lo posible evitando caer en simplismos- desarrollo de los distintos estudios que hoy nos posicionan en el conocimiento que tenemos como sociedad.

El aporte de Charles Darwin, un antes y un después para la humanidad.

Cuando hablamos de dicho naturalista británico, sin dudas debemos de recordar que impacto tuvo para la humanidad su descubrimiento. Y para dar cuenta de esto es interesante ver como describió el fenómeno el padre del psicoanálisis; Sigmund Freud. Él lo enmarcó como una herida narcisista. ¿Pero qué fue lo que hirió? A continuación haremos un breve esbozo de las ideas darwinianas que cambiaron el mundo y que quizás nos den una respuesta al anterior interrogante.

Luego de sus casi cinco años de navegación por el mundo en el famoso HMS Beagle y de recopilar información, fósiles y especímenes ideó la teoría de la evolución, donde proponía que las especies iban cambiando a medida que pasaba el tiempo -generacionalmente hablando-, adaptándose al medio y siguiendo las reglas de la herencia. Idea que generó un increíble revuelo para una sociedad con un status quo creacionista, un Reino Unido en plena era victoriana que rechazaba fuertemente todo aquello que contradijese la existencia de un creador todopoderoso.

Darwin además de ser un brillante naturalista, fue un observador de la realidad inigualable, lo que generó que a través de su teoría del funcionamiento de la naturaleza pueda describir los fenómenos humanos. Quizás no describiría el “porqué” con tanta exactitud pero sin lugar a dudas el “cómo” fue admirable.

Al tener tanta práctica en el arte de observar, comenzó a hacer las primeras descripciones de las emociones humanas, en su obra “La expresión de las expresiones en el hombre y los animales” (1872). Donde propuso tres principios que explican los actos expresivos. El primero asegura que los movimientos son útiles para cumplir un deseo y que se tornan habituales al repetirse. En segundo lugar, habla del principio de la antítesis, lo que significaría que se ejecutan movimientos opuestos bajo la influencia de impulsos que también son opuestos. Y por último pero no menos importante, el tercer principio, que es el de la acción directa sobre la economía de las excitaciones del sistema nervioso, lo que daría cuenta de que para todo acto expresivo hay una activación de nuestro sistema nervioso.

Comienza también a ver como la expresión de las emociones era plasmada en los rostros humanos, como cuando dice “Piénsese, por ejemplo, en la oblicuidad de las cejas en un hombre que sufre o se atormenta” Darwin (1872) y que son muchas veces rastros de utilidades más primitivas. En su obra de “El origen…” también habla de los rudimentos que observó en los humanos, como pueden ser: el apéndice, los músculos de las orejas, los caninos, etc.

Darwin afirmaba que los actos de expresión –tanto en el hombre como el los animales- son innatos, es decir que se heredan. Hablaba de la educación como algo secundario a la hora de determinar una conducta. Esta conclusión se deba quizás a que, por ejemplo, observó como en niños y ancianos las expresiones eran idénticas, o en ciegos de nacimiento que nunca habían podido ver ni aprender por imitación.

Algo interesantísimo que explica sobre las expresiones es que “Ningún músculo ha sido desarrollado, ni siquiera modificado exclusivamente en provecho de la expresión. Únicamente los órganos vocales, y los otros órganos, con ayuda de los cuales se producen diversos sonidos expre¬sivos, parecen ser una excepción” Darwin (1872) lo que demostraría en cierto punto que las expresiones –faciales por ejemplo- serian resabios de la herencia que fueron quedando en las generaciones por su utilidad –principalmente comunicativa-.

Entonces bien, Charles Darwin, el indiscutido dueño del título de “Padre de la evolución” comenzó hace ya más de siglo y medio a intentar comprender las emociones humanas, cosa que comparte con nosotros en nuestro objetivo de ahondar en la historia del estudio de las expresiones y emociones del hombre.

William James, el hombre que dio vuelta el tablero.

Para comenzar a hacer un acercamiento a la teoría jamesiana y sus supuestos, parece interesantísimo ver como observó él, el campo que estudiaba las emociones. Encontró arraigada la idea de que la emoción aparecía antes que la respuesta autónoma conductual.

James viene a proponer un cambio en el paradigma de la cronología de los hechos en una emoción, su tesis fue “que los cambios corporales siguen directamente la percepción del hecho desencadenante y que nuestra sensación de esos cambios según se van produciendo es la emoción.” (1884). Es decir, “Nos sentimos tristes porque lloramos, enfadados porque golpeamos o temblamos porque, según el caso, estamos tristes, enfadados o asustados.” (1884).

Podríamos decir en cierto punto que, al aparecer el estímulo, nuestro sistema nervioso responde de manera casi automática e involuntaria y que luego va a generar la emoción tal como la sentimos, tal como decimos percibirla. Además agrega el hecho –y como fiel seguidor de los principios evolutivos darwinianos- de que dichas emociones han sido fruto de una selección natural y que en su totalidad fueron dispuestas por el ambiente. Es por esto que James asegura que “La parte más importante de mi ambiente es mi prójimo” (1884) por lo que cuando hablamos de ambiente, debemos de tener en cuenta que la figura de un “otro” es determinante a la hora “seleccionar” un rasgo que se transmitirá a la próxima generación.

Aseguraba que “Toda percepción debe llevar a algún resultado nervioso.” (1884) por lo que claramente evidencia que siguió el legado de Charles Darwin en su estudio del ser humano, parafraseando aquí, el tercer principio de las expresiones.

Nuevos aportes e ideas innovadoras

Como podemos imaginar, la teoría de James-Lange no fue indiscutida sino todo lo contario, años posteriores a sus estudios aparecieron nuevas ideas y autores que llegaron para quedarse en la historia de la investigación de las emociones.

En 1927 “la teoría de las emociones de James-Lange fue rebatida por el fisiólogo estadounidense Walter Cannon (1871-1945) en un artículo llamado <La teoría de las emociones de James-Lange: un examen crítico y una teoría alternativa>” Cotrufo y Ureña Bares (2018). Aquí Cannon se sirvió de estudios que luego replicó en gatos donde se seccionaba el nervio vago que conecta el cerebro con diversos órganos y a pesar de ello, las emociones no desaparecían como suponía James. Además ocupó los estudios realizados por el médico español Gregorio Marañon (1887-1960) donde demostraba que las emociones no se valían únicamente de los sentidos de los órganos. Marañon “inyectó adrenalina en sujetos sanos para estudiar sus reacciones emocionales.” Cotrufo y Ureña Bares (2018). Luego de estas experiencias encontró que la emoción iba más allá de la reacción fisiológica, los individuos sentían taquicardia, aumento de las capacidades, mayor consumo de oxígeno, etc. y a pesar de ello las emociones per se no aparecían. Además, Cannon fue quien acuño el término de “lucha o huida” que refiere a la respuesta a un estímulo peligroso.

“La principal contribución de la teoría Cannon-Bard es que orientó la investigación científica hacia la búsqueda de los mecanismos cerebrales vinculados a la aparición y expresión de las emociones” Cotrufo y Ureña Bares (2018).

Junto a la llegada de la famosa “revolución cognitiva” y la ineficiencia del conocimiento de ese momento para responder a preguntas tan importantes entra en escena la psicóloga americana Magda Arnold (1903-2002) que propone el concepto de appraisal que quiere decir evaluación y que precede a la elaboración de las emociones, es decir, la cognición es fundamental a la hora de la aparición de una emoción humana.

Años después llegó de la mano de los psicólogos Stanley Schachter (1922-1997) y Jerome Singer (1934-2010) la comprobación experimental donde se les daban inyecciones de adrenalina –tal como procedió Marañon- a tres grupos de individuos, se les daba distintas informaciones sobre lo que debería suceder y se introducía a un actor por grupo que inducia a un comportamiento. Como resultado, los que tenían más conocimiento actuaban de manera indiferente a las acciones del cómplice a diferencia de los que desconocían totalmente de lo que les podía suceder con las inyecciones, que asemejaban su comportamiento al del actor encubierto.

Schachter y Singer a diferencia de Walter Cannon “no consideraban que las emociones corporales y la experiencia de la emoción fueran independientes entre sí, pero tampoco que las primeras fueran la causa de la segunda, tal como habían postulado James y Lange” Cotrufo y Ureña Bares (2018)

Paul Ekman

Su historia.

Paul Ekman es un psicólogo estadounidense, nacido en Washington. Ha recibido múltiples distinciones por sus trabajos y se lo consideró uno de los 100 psicólogos más influyentes del siglo XX.

Luego de hacernos una idea sobre su obra, que en el próximo apartado ahondaremos, podemos deducir que su formación estuvo muy influenciada por la línea conductista , en rasgos como la observación, la descripción y la experimentación.

Ekman, quizás, -sin desmerecer su enorme capacidad- estuvo en el momento justo y en el lugar indicado para llegar a donde llegó –científicamente hablando-. En su libro “El rostro de las emociones” cuenta cómo tuvo la oportunidad de viajar a Oceanía a convivir con una tribu de la edad de piedra que utilizó como grupo de comparación perfecto para ver qué puntos en común tenían –hablando de expresiones- con otras culturas. Si encontrase pruebas que lo corroboren, entonces, hablaría muy probablemente de rasgos innatos del ser humano. Para para la sorpresa de muchos –y me incluyo-, Paul Ekman creía que este tipo de conductas tenían que ver con la cultura y nada con la genética humana. Evidentemente muy bien habló de él, que obtuvo respuestas contrarias a su hipótesis inicial y que no tuvo sesgos que influyeran en su loca aventura investigativa.

Su aporte.

Cuando imaginamos a un científico apasionado con lo que hace, sin duda alguna se nos representan personas como Paul Ekman, cuyo compromiso era total, al punto de estar completamente aislado de su cultura natal durante períodos muy extensos. Pero lo más destacable no solo fue eso, sino también, las estupendas observaciones que hizo y sus hipótesis que intentaban dar una respuesta a preguntas de investigación como: ¿Qué es una emoción? ¿Las emociones son aprendidas? ¿Hay temas comunes que despiertan la misma emoción sin importar la cultura o la educación?

Tal como el ejemplo que da Charles Darwin donde decía que tenía una respuesta totalmente involuntaria en incontrolable al ser atacado por una serpiente que se encontraba detrás de un vidrio, Ekman da otro similar donde dijo que sí estamos en un precipicio pero conscientemente sabemos que no hay chances de caerse –es decir, que el peligro no es real-, ya sea por medidas de seguridad o por otro motivo, seguramente comencemos a sudar y nuestro ritmo cardíaco y respiratorio aumenten. ¿Y por qué sucede esto si nuestra razón nos dice que nada malo pasará? ¿Hay forma de controlarlo? He aquí una respuesta a la última pregunta:

“Mi idea es que eso suele ocurrir cuando el desencadenante es un tema emocional producto de la evolución o un desencadenante aprendido muy semejante al tema. Cuando el desencadenante aprendido mantiene una relación más distante con el tema, nuestro conocimiento consciente quizá sea más capaz de interrumpir la experiencia emocional. Dicho de otra forma, si nuestros intereses sólo mantienen una relación lejana con determinado tema, podremos anularlos a voluntad.” Ekman (2017)

Por otro lado, le dio mucha importancia al autoconocimiento y a poder reconocer en uno las emociones que emergen desde lo más profundo de nuestro sistema nervioso. Sin lugar a dudas, uno de sus aportes más significativos y que marcó la historia fue el sistema de codificación de acciones faciales (FACS) donde se dedicó minuciosamente a tabular la totalidad –en lo posible- de las acciones faciales de las personas.

Y si hablamos de emociones, evidentemente, deberíamos aclarar que Ekman clasificó a las emociones básicas como aquellas que tienen una expresión idéntica en todas las culturas y aparecen en las mismas situaciones. Y para dar un ejemplo podemos utilizar a la alegría. Su expresión facial es: AU6 + AU12 y esta aparece en momentos donde la persona recibe un estímulo que le agrada y que probablemente condicione su conducta a futuro.

Antonio Damasio y su teoría de los marcadores somáticos. Una perspectiva novedosa sobre la toma de decisiones.

Antonio Damasio es un neurocientífico nacido en Portugal en el año 1944, es mundialmente reconocido por su “Hipótesis del marcador somático” que desarrolla en su libro “El error de Descartes” donde busca explicar una nueva perspectiva sobre la toma de decisiones en los seres humanos y la implicancia de las emociones en esta.

Damasio en su obra, critica la mirada cartesiana sobre el dualismo mente cuerpo y ligado a ellos respectivamente, racionalidad y emociones (o pasiones). Descartes se refería a la razón como único método válido para lograr el conocimiento verdadero, entonces, se supone que, cualquier decisión sesgada por las pasiones va a ser negativa y no va a tener un fin práctico y/o útil.

En “El error…”, el autor habla de la poca diferenciación para el uso coloquial de los términos de razón y decisión, ya que, culturalmente se ven ligadas entre si casi por definición. Luego da una serie de ejemplos donde la razón parece ser totalmente ajena en la toma de una decisión, es quizás porque, no consideramos decisión a aquella que está desligada del raciocinio:

Como primer ejemplo, considera lo que sucede cuando te baja el nivel de azúcar en la sangre y las neuronas hipotalámicas detectan la disminución. Se presenta una situación que exige acción. Hay un «know-how» fisiológico inscrito en las representaciones disposicionales del hipotálamo; y hay una «estrategia», inscrita en el circuito neural, para seleccionar una respuesta, que consiste en promover un estado de hambre que finalmente te conducirá a alimentarte.

Como segundo ejemplo, considera lo que ocurre cuando te apartas bruscamente de la trayectoria de un objeto que cae. Hay una situación (la caída de un objeto) que requiere acción inmediata; hay opciones (esquivar o no esquivar) con consecuencias distintas. Sin embargo, para seleccionar la respuesta no usamos conocimiento consciente (explícito) ni una estrategia racional consciente. (Damasio, 1999, p 213- 214)

Pero posteriormente da un tercer ejemplo donde afirma que en decisiones tales como elegir a quien votar, elegir una pareja, decidir una carrera a estudiar, etc. se cree que estas pueden ser más “razonadas” o pensadas, y esto se deba quizás al abanico de posibilidades que se presentan, a la variedad de consecuencias que pueden llevar la decidir una cosa u otra.

Damasio viene a romper este paradigma de una manera en la que afirma que las sensaciones viscerales o a lo que él le da el nombre de marcador somático, nos ayudan a tomar las decisiones quizás de una manera involuntaria. Cree que se puede deber a una utilidad adaptativa, ya que evidentemente la capacidad de razonar es nueva . Probablemte a lo que le llamamos “corazonada” es aquello a lo que Antonio Damasio describió como lo más importante a la hora de tomar cualquier decisión.

Él también consideró que los marcadores somáticos seguramente estén expuestos a ser condicionados, ya que puede “aprenderse” a reaccionar o a decidir determinada cosa en un momento en específico. Digamos que tenemos una experiencia de gran disgusto al decidir ir a ver una película de terror al cine, probablemente se condicione esta respuesta y de manera posterior los marcadores somáticos (claramente en el mayor de los casos es imperceptible e involuntario) nos ayuden a tomar la decisión que nos sea adaptativamente más beneficiosa.

Además, Damasio llevó a cabo experimentaciones que daban lugar a pensar sobre su hipótesis como verosímil: -parafraseo a Cotrufo- se mostraba a una serie de sujetos un conjunto de fotografías, en el que intercalaban imágenes neutras y con componentes emocionales manifiestos, como imágenes de un homicidio, y como se esperaba, al medir la conductancia en las imágenes neutras no había ningún cambio y en las imágenes más perturbadoras había una activación en la sudoración. Lo más interesante fue no haber encontrado esta diferencia en pacientes con lesiones prefrontales.

Joseph LeDoux y la ruta del miedo.

LeDoux es un neurocientífico estadounidense que, a pesar de que ha hecho estudios de mucha importancia, nosotros nos centraremos en sus investigaciones sobre la emoción del miedo.

En su trabajo, “El cerebro emocional” detalla como hizo para investigar el miedo, utilizando como herramienta clave el condicionamiento clásico pavloviano. LeDoux quería descubrir por donde pasaba -neurobiológicamente hablando- el miedo hasta ser percibido. Se apoyó en la sección de diferentes partes del cerebro de ratas.

A las conclusiones que llegó fue que para el miedo hay dos vías llamadas: “low road” y “high road” donde la primera es aquella que responde a los estímulos rápidamente y de una manera más “sucia”, es decir, conductas indispensables para la supervivencia, ésta vía tiene un paso por la amígdala. Por otro lado la “high road” es aquella vía que es más lenta pero da respuestas más procesadas.

Una aproximación para el entendimiento de las bases neurales de las emociones.

Hasta ahora hemos hecho un recorrido sobre autores y teorías que nos ayudan a comprender como, en que momento y por qué se dan las emociones en los seres humanos, quizás de una manera muy apresurada e incompleta teniendo en cuenta la vastedad de información y bibliografía con la que contamos. Pero ¿Qué sucede en nuestro cerebro? ¿Dónde se ubican nuestras emociones?; ¿Tienen una ubicación específica? Probablemente encontremos varias respuestas de distintos tipos pero a continuación haremos un breve esbozo de los estudios pioneros en esta empresa de comprender la anatomía de las emociones.

“Hay pocas cosas más fascinantes que el cerebro tratando de comprenderse a sí mismo” Cotrufo y Ureña Bares (2018)

El circuito de James Papez (1883-1958).

Al explicar las proposiciones de Papez estaremos intentando entender cuáles son las estructuras y regiones implicadas en las actividades emocionales. Según él, las señales sensoriales –tanto las que provienen de nuestros sentidos como las internas que llegan desde los órganos- llegarían en primera instancia al tálamo y aquí se separarían en dos vías distintas: la del pensamiento y la del sentimiento (ascendente y descendente respectivamente). Así, el tálamo operaria como una suerte de estación de comunicación que retransmite los mensajes sensoriales a la corteza cerebral (Cotrufo y Ureña Bares 2018) donde se decidirá si dejar pasar o no hacia esta. Es decir, que depende el tipo de estímulo, será si seremos conscientes de él o no.

La vía descendente se encarga de llevar la información que será útil en el sistema nervioso autónomo, donde se regula la actividad visceral. En cambio la vía ascendente se encarga de dar aviso a la conciencia del individuo enviando la información a la corteza para que pueda ser procesada allí.

Para Papez ambas vías son imprescindibles para generar las experiencias de las emociones. De todas maneras, a pesar de que haya pruebas de que algunas conexiones se producen realmente, muchas no han sido corroboradas científicamente.

El sistema límbico.

Para comenzar a entender a que nos referimos cuando hablamos de sistema límbico es necesario, primero, contar quien fue el ideólogo de esta teoría. Paul MacLean fue un joven médico y neurocientífico que ante la noticia de los experimentos llevados a cabo por Kluver-Bucy y apasionado por el tema se mudó a Boston para estudiar pacientes con lesiones en sus lóbulos temporales.

Luego de años de estudio MacLean concluyó en que el cerebro está formado por tres estructuras principales. La primera y más antigua, el cerebro reptiliano, en segundo lugar, el cerebro visceral que se encarga de ampliar el abanico de respuestas emocionales y por último la neocorteza que es la que nos dotó de la cognición y control de respuestas. Estas estructuras –decía MacLean- fueron apareciendo en el orden antes descrito en el proceso evolutivo y ayudándonos a adaptarnos al ambiente.

MacLean a diferencia de Papez creía que el hipocampo no solo se encargaba de las expresiones corporales de las emociones, sino también de la experiencia consciente de los sentimientos.

A pesar de esta idea ser tan novedosa en innovadora tuvo muchas críticas y de ellas, la más constructiva, seguramente fue la de Joseph LeDoux -que como explican Cotrufo y Ureña Bares (2018)- señala que de acuerdo con las evidencias experimentales el hipocampo parece esta mas implicado en la consolidación de recuerdos a largo plazo que el la elaboración de las emociones, aunque sin duda las emociones contribuyan a consolidar los recuerdos.

Giacomo Rizzolatti un gigante aporte serendípico sobre la empatía.

Imaginemos que estamos haciendo una investigación sobre un fenómeno en específico y por mera casualidad son encontramos con un descubrimiento revolucionario en el campo de las neurociencias, ¿acaso no sería esto lo más emocionante que le puede pasar a un investigador? Evidentemente, el italiano Giacomo Rizzolatti se encontraba estudiando en la ciudad de Parma junto a otros investigadores a monos macacos. En determinada ocasión un colaborador se dispone a llevarse una banana a la boca mientras el mono tenía sus electrodos todavía conectados a su cuero cabelludo, y vaya sorpresa se llevaron cuando vieron que se activaron zonas en el cerebro del macaco que eran aquellas que utilizaba para mover también sus manos.

Seguramente esto indicó que para las acciones que uno puede considerar beneficiosas o dignas de aprender tenga –así se las llamaron- neuronas espejo, que ayudan a la adaptación de un individuo a un ambiente donde convive con pares. Sin duda alguna esto evidenció la necesidad de lo social tanto para el aprendizaje como para el bienestar.

A modo de epílogo.

Luego de hacer un repaso por las ideas más importantes que tratan de explicar nuestras conductas y emociones podemos afirmar que tenemos un conocimiento más organizado y estructurado. Pudimos recorrer hipótesis que sitúan a las emociones en distintos momentos de un proceso, dilucidamos el porqué evolutivo, nos detuvimos en estudios meramente conductuales y hasta nos aproximamos a una explicación anatómica.

Bibliografía:

Cotrufo, t y Ureña bares. (2018): “el cerebro y las emociones”. España: salvat

Darwin c. (1859) el origen de las especies. Editorial libsa

Darwin c. (1872) la expresión de las expresiones en el hombre y los animales. Intermuni

Ekman, p (2017): “el rostro de las emociones”. España: RBA bolsillo.

Ledoux, j. (1999): “el cerebro emocional”. Argentina: planeta.

James, w. (1884) ¿qué es una emoción? Mind, ed.9, págs. 188 a 205

López rosetti, d. (2018): “emoción y sentimientos”. Buenos aires: planeta.

Trueba atienza, carmen. (2009). La teoría aristotélica de las emociones. Signos filosóficos, 11(22), 147-170. Recuperado en 25 de abril de 2022, de http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=s1665-13242009000200007&lng=es&tlng=es.

Watson, j. B. (1913). «psychology as the behaviorist views it.» psychological review, 20, 158-177

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