Alguna vez creí ser el sabueso
capaz de hallar tu rastro donde fuese,
que ni el aire salado me ocultaría
el preciso matiz de tus axilas.
Sé que cambiaba la atmósfera
cuando llegabas al caer la noche,
que incluso en medio del desierto
el miasma del Paraná te rodeaba,
un perfume de barro y camalotes
junto a flores caídas en la corriente,
troncos húmedos, residuos animales,
fruta casi podrida de tan madura.

Pero hace rato que no huelo nada
y esta ciudad se me aparece muerta;
mis sábanas apestan a detergente,
no las impregna el olor de tu sexo
y ya no podría encontrar tu guarida.
La verdad nunca tuve un gran olfato
y ahora voy por ahí como un zaguate
que famélico olfatea los adoquines.

(imagen: Daido Moriyama,Stray Dog, Misawa, 1971)