Una descripción del fenómeno.

Imaginemos que estamos sentados en las gradas de una cancha con un campo de juego de unos 28×15 metros, donde 5 jugadores se encuentran rivalizados con otro quinteto. Ambos tienen el mismo objetivo, ganar, y por lo tanto someter al rival a una derrota.

Probablemente, con esta económica descripción podemos suponer que veremos una lucha entre dos grupos de individuos que tiene objetivos explícitamente opuestos. Pero para nuestra sorpresa nos encontramos, por lo general, con un fenómeno para nada caótico y con una dinámica de trabajo en equipo dejando de lado prácticamente el individualismo.

Muy vaga sería esta descripción si nos olvidásemos que en estos encuentros suele haber un juez que es quien lleva a la cancha la práctica del reglamento y que por lo tanto ambos equipos deben respetar en la medida de lo posible para lograr el objetivo final. La victoria.

Ahora bien, nos encontramos concentrados en analizar las conductas de estas personas, y entre los sonidos emitidos por las hinchadas nos damos cuenta que tenemos un compañero sentado junto a nosotros, quizás no sea el, pero tiene su mirada, Charles Darwin nos dará su opinión sobre este apasionante fenómeno deportivo.

¿Y que nos diría?

Seguramente, podríamos estar ante un ejemplo contundente del segundo principio propuesto por Darwin. La antítesis. Que presenta las emociones con una lógica polar, donde un grupo de individuos busca atacar de manera agresiva el aro del contrincante y estos lo defienden, probablemente con emociones opuestas.

La normalidad del asunto quizás logre que la mayoría de las personas omita un asunto extremadamente interesante y es: ¿Qué hace que estas personas pongan toda su atención, su energía física y mental en algo tan banal como puede ser meter la pelota en un aro? Y aquí estaríamos frente a el principio de que todo acto apunta a saciar una necesidad del individuo y si hay una necesidad generada -sea cual fuese la forma-, evidentemente va a haber una fuerza de las expresiones que va a hacer que sean algunas-sino todas- de los actos orgánicos involuntarios, como la taquicardia y la aceleración en las respiraciones por ejemplo, que prepara al jugador para tener sus músculos oxigenados y lograr su máxima potencia.

Luego de aclarar esto último en el anterior párrafo, cuando hablamos de lo orgánico, coincide con el tercer principio darwiniano donde explica claramente la acción directa de las emociones sobre el sistema nervioso (tema posteriormente discutido por distintos psicólogos, entre ellos el más relevante para su época William James)

Estos tres principios que explican los actos y por lo tanto también -lo que Darwin llamó- las expresiones, fueron formulados en su escrito titulado: “la expresión de las emociones” y que, sin lugar a dudas son fruto de la selección natural, es decir, fueron objetos de cambio a lo largo de las generaciones. Esto último lo desarrolla en su obra: “el origen de las especies” donde encuentra una ley natural que puede decirse que es abarcaría a todos los seres vivos.

En la obra de “el origen…” encuentra indicios que corroboran su hipótesis, pero también –y algo muy valioso teniendo en cuenta la época y la visión de la ciencia que se tenía- intentó buscar maneras rudimentarias de falsarla .

Ahora bien, podríamos preguntarnos el porqué de algunas acciones como el fanatismo visible en las tribunas, o los hinchas que miran el partido televisado en sus hogares y sienten una verdadera tristeza al ver su equipo siendo derrotado, o quizás totalmente extasiados cuando sus colores son los victoriosos de la jornada. Seguramente nuestro compañero observador nos tenga una respuesta preparada, y es justamente que el en su opus magna hace referencia a que por nuestra condición de animales sociables tomamos, en nuestra infancia, absurdas reglas de conducta que luego se convierten en instintivas –el da el ejemplo, y lo parafraseo, de la ridícula creencia en las religiones- y que terminan por conformar nuestro espíritu. He aquí una forma de describir el dogmatismo en el fanatismo, y no solamente en el ámbito deportivo.

Para concluir podríamos hacernos una pregunta que quizás ni Darwin ni nosotros podamos tener una respuesta del todo certera: ¿Es entonces la actitud deportiva un fenómeno meramente biológico? ¿O también depende en gran medida de lo cultural? Sin dudas podríamos decir que ambos constructos teóricos influyen de manera directa en la conducta pero el gran aporte que hizo Charles Darwin a estas concepciones fue que teorizó sobre cómo se llegó cronológicamente al ser humano que somos al día de hoy y que, al fin y al cabo, las expresiones deportivas aprovechan estas aptitudes que nos componen gracias a el proceso evolutivo.