La puerta golpeada

El momento deseado desde hace mucho tiempo se hizo realidad. Esteban podría, por fin, mudarse a la casa de su infancia. Se bajó del avión y pidió un taxi para volver a su viejo barrio. En su mente aparecían recuerdos, proyectados como películas discontinuas y fugaces; el peloteo en el frente de la casa, la pasta de los domingos con los abuelos, los deberes en la mesa grande del comedor, los juegos de mesa en los días lluviosos, el chapoteo en la piscina inflable en el verano.

Hace mucho tiempo quería tener y habitar la casa. Sus padres, últimas personas que residieron en ella, habían fallecido un par de años atrás. Los trámites de sucesión duraron mucho tiempo, y la refacción de la casa demoró un tanto más. Se trataba de una casa muy vieja; el sistema eléctrico era con rosetas y tapones, los caños estaban tapados y deteriorados, el suelo de madera estaba podrido, las paredes amarillas por el cigarro y desgranándose, la fachada con zonas sin pintura por el paso de los años. Parecía una casa abandonada, de esas que aparecen en las películas de terror. Sus padres descuidaron la casa desde siempre, pero esto se intensificó cuando su padre se jubiló y se entregó por completo al alcohol. Esteban conocía la situación, pero poco podía hacer ya que se encontraba haciendo un posgrado en España. Contrató a unos obreros de confianza recomendados por Luis, un albañil que fue amigo en su infancia, y les encomendó la tarea de refaccionar todo aquello que se pudiera; si era posible, que la casa quedara como nueva.

Ya se encontraba a la altura de la plaza. Recordó el tobogán, el subibaja y las hamacas; el picadito con sus amigos, el primer beso, los mates y charlas de filosofía, la chela y el porro en su juventud. Entró por la calle donde estaba su casa y revivió los manchados, las escondidas y otros juegos que jugaba con los amigos del barrio. Se le humedecieron los ojos y esbozó una nostálgica sonrisa.

El taxi frenó, el tachero le dijo el monto y la cantidad de fichas y Estaban extendió su tarjeta de débito. Bajo del auto y la casa le pareció totalmente desconocida. Era la esencia nostálgica con la fuerza de un nuevo porvenir. La fachada era toda nueva, con colores vivos que sustituían a los viejos, apagados y descoloridos. Atravesó la puerta de madera y le pareció que la casa tenía menos altura debido al cielorraso. Las habitaciones y los diferentes espacios guardaban el diseño original: los dormitorios, los cuartos, los baños, el comedor y el living. Todo parecía impecable y los nuevos muebles comprados online desde España armonizaban de manera perfecta. Salió hacia afuera para darle una mirada más detenida a la fachada y encontró, hacia la izquierda al lado de la pared de la cocina, una habitación extra que oficiaba de galpón donde había herramientas; estas habían sido utilizadas por los obreros. Le pareció raro que Luis no le hubiera dicho nada acerca de la nueva construcción, pero no le dio demasiada importancia.

Se preparó el mate y salió a dar una vuelta por el barrio. Saludaba a los vecinos y aquellos que lo recordaban lo invitaban con bizcochos, incluso una vecina le dio en un tupper 5 porciones de torta de vainilla rellena con dulce de leche. Le comentaban de lo maravillosa que había quedado la casa y que era fantástico que una persona como él hubiera vuelto al barrio. Le dejaron en claro que sabían que él no era como el padre; ya que el padre de Esteban estuvo peleado con los vecinos desde que se abrazó al alcohol como quien abraza a su primer amor; desmesura y violencia eran las características de un personaje odiado y objeto de burla por parte de todo el barrio.

Entre mate y mate y el cruce de palabras, la luz del día decayó y Esteban regresó a su casa. Se hizo un refuerzo de jamón y queso y un café con leche para cenar; de postre comió una porción de la torta que le dio la vecina. Estaba muy extenuado por el viaje como para ponerse a cocinar algo muy elaborado.

Dormía plácidamente en la tranquilidad del canto suave de los grillos hasta que un golpeteo constante y fuerte lo despertó. No había dudas, eran golpes que alguien estaba dando a una de las puertas de la casa. Bajo las escaleras y fue rumbo a la puerta de entrada. Para su asombro, no había nadie golpeando; sin embargo, los golpes continuaban. Fue puerta por puerta y no pudo dar con el origen de los golpes. Se dio cuenta que en la cocina se incrementaba el ruido y recordó que le faltaba por revisar el nuevo galpón; que compartía la pared con la cocina. No había nadie golpeando la puerta del galpón; entró a la habitación y no encontró nada, excepto las herramientas de los obreros que ya había visto en la tarde.

El ruido seguía allí, monótono, imparable y terrible. Fue a dormirse de nuevo con la esperanza de que el ruido desapareciera. Esto no sucedió, los golpes, para desgracia de Esteban, continuaron y eran más fuertes. Fue nuevamente hacia la pared de la cocina y se dio cuenta de que el ruido provenía desde allí mismo, de la pared que separaba la cocina del galpón. Desesperadamente, fue hacia el galpón y tomó el pico y la pala. Volvió hacia la cocina y comenzó a picar los ladrillos de la pared con todas sus fuerzas y de manera desesperada. Entre el sudor, las ampollas reventadas y la sangre que brotaba de sus manos, pudo notar que allí había una especie de puerta que los obreros habían tapado con los ladrillos. Recordó que era una vieja habitación que había olvidado por completo. Una vez que se dio cuenta de esto, un olor a alcohol golpeó su cara, y gritos desesperados de un niño detonaron en su cabeza.

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