En los márgenes de la existencia

Pesimismo y existencia:

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El optimismo: esa enfermedad a la que nos arrojan junto a la condena del nacimiento.

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El pesimismo, filosofía del crepúsculo, es el llanto ahogado que se transforma en palabras sobre un cuaderno.

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El pesimismo es una filosofía con mala prensa, puesto que es la única que se anima a enfrentar la realidad sin paliativos ni consuelos.

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¿El consuelo del pesimista? La idea de no haber nacido.

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La filosofía pesimista no teme a la muerte, pero sí a la vida.

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Una estética del horror: un pensamiento visceral traducido a palabras que provienen desde la más profunda desesperación, nacida de la conciencia de un mundo caótico, vertiginoso, putrefacto. Una estética pesimista que nos hace ver la existencial tal cual es, sin velos, solo sangre y terror.

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La amargura como condición del existente humano: una existencia atravesada por una herida fundamental de la que no podemos escapar ni redimirnos. ¿Cómo no sentir la amargura de la vida fluyendo por nuestras venas cuando todo invita al ocaso y la tristeza?

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 La tristeza y las depresiones: el pathos original de cualquier filosofía pesimista

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El suicidio no puede ser consuelo, ya que hemos experimentado la vida. Pero sí es liberación.

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Una existencia que abdica en un mundo que sigue su curso.

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Extraviarse en el ser: el primer error de la existencia.

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Todos los humanos nos encontramos oprimidos por la existencia.

Pero algunos también nos encontramos vencidos por la misma.

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El derrotero de la existencia: un paseo por un cementerio donde los cuerpos marcan el camino.

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¿La poesía cómo consuelo?

Solo hasta que nos acostamos a dormir,

entonces las mismas obsesiones de siempre.

Pero más perturbadoras.

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El pesimismo y el horror están emparentados. El primero nos muestra el rostro del segundo.

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Pesimistas: seres crepusculares por excelencia.

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El optimismo es la gran farsa del mundo, una idea de espera continua, la tontería de que este es el mejor de los mundos, los falsos profetas del optimismo y el vitalismo, el gran negocio de estos tiempos. Solamente la lucidez escéptica del pesimista puede desenmascarar esta vil mentira.

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Un pesimismo que abarque desde el más mínimo de los seres hasta los agujeros negros del universo.

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El pesimista encuentra su realización en el fracaso. Cuantos más fracasos, más pesimista se es.

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El pesimismo abraza el universo.

¿Cómo iba a escapar de él?

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El pesimismo es una religión pervertida; su bautismo, la autodestrucción.

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La filosofía pesimista no tiene lugar en la academia. Es de esperar, pues la filosofía académica debe ser prolífica. La filosofía pesimista, en cambio, es una filosofía del desencanto.

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¿Cómo torcer el destino de la historia si estamos destinados al fracaso?

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Ser pesimista es ser confidente de la muerte y que ésta te dicte a los oídos loas en su honor.

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El malditismo es el pesimismo vuelto poesía.

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El optimismo es otra forma de ansiedad.

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El pesimismo no crea utopías: las derrumba.

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Amor y pesimismo:

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El amor es lo más parecido a la salvación.

Y digo parecido, porque tal cosa no existe.

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La soledad nos devela la incomunicación con los demás seres, nos muestra el velo eterno que nos separa de los otros, nos da conciencia de nuestro andar desamparado. Y, sin embargo, seguimos insistiendo.

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Las lágrimas: el lenguaje universal de la humanidad.

¿Cómo puede acontecer el amor en un mundo tan putrefacto?

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Muestra de lo irreal del mundo:

el amor como único sentido.

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 Basta una decepción amorosa para volcarse al pesimismo.

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¿Hay vitalidad en el amor o solo una sensación de ella? El amor suscita una vitalidad disfrazada. El resto es pesimismo maquillado por el amor.

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No amamos más que sombras y fantasmas.

Y aún así nos seguimos enamorando.

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El erotismo es, por unos instantes, un camino a la nada de los místicos.

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El amor, la noche, la poesía: posibles consuelos en un mundo que se cae.

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Si las palabras no están escritas con sangre, no hay carta de amor que valga.

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Buscar la patria anhelada en la piel de una persona.

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Solo el amor alivia lo insoportable de la existencia.

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Hay soledades tan grandes que ningún amor puede colmar.

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No hay sentimiento amoroso que no termine en tragedia.

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¿Qué hacer con la soledad que llevamos dentro? Mendigamos compañía entre amores y desamores mientras desbordamos besos que no hemos podido dar. Buscamos en quien depositar nuestros miedos y tristezas para, así, protegernos de la soledad cósmica que azota a los seres. Pero la soledad, así como separa, aúna a la humanidad en su seno. Allí nace el amor por una otredad que comenzará a ser una sombra para siempre en nuestros corazones. Amar sombras es el destino de la humanidad. Y, quizás, en alguno de estos espectros no encontremos terror, sino lo más parecido a la salvación que podamos aspirar.

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El amor intenta hallar un “nosotros” en una soledad imperante en el universo. Apenas una huella en el largo camino hacia la desesperación. Y aún así, quién no se ha atrevido a dar pasos en ese sendero por amor.

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El corazón se marchita incluso antes de encontrar el amor.

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Todos nos perdemos en unos ojos que jamás serán nuestros compañeros.

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El amor es el único espacio de revelaciones. Lo demás, pompa filosófica.

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El amor y el suicidio tienen una relación simbiótica.

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Una sonrisa de la persona amada puede recrear bosques y jardines en medio de este podrido cementerio que es la existencia. Desde las sombras de la existencia, la única luz tenue proviene del amor; bajo conocimiento de que esa luz también se apagará.

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El éxtasis del enamoramiento supera las pretensiones filosóficas de cualquier pesimista.

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Pesimismo y suicidio:

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Una plegaria a la muerte,

luego se traza la línea del suicidio.

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La muerte no tiene épica. El suicidio sí.

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 Un ejercicio de des-fascinación: mirar las agujas del reloj pasar todos los días.

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Un terreno de desechos y descomposición.

¿Qué otra cosa es, sino, la existencia?

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Obsesionarse con la idea de la muerte al punto tal de enamorarse de la idea del suicidio.

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Con la aparición de una pandemia de lucidez, la humanidad se extinguiría por hacer uso del cuchillo en carne propia.

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Quienes más apegados están a la vida, más propensos son de caer en la desesperación total.

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Lo único siniestro es la vida.

La muerte se muestra clara desde un principio.

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¿Cuándo un pesimista se ha suicidado?

Miren a sus costados, los optimistas son quienes apresuran el cuchillo.

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¿Para qué perseverar en la vida? Uno no sabe la cantidad de tristeza y decepciones que ésta nos tiene por delante. Motivo suficiente.

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Impregnarse de la soledad de los cementerios hace de la vida algo más pasable.

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Con la muerte volvemos a lo orgánico,

con el suicidio a la nada.

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Cada existencia es un desfile de fracasos y sueños rotos, regocijarse en ello es aquello a lo que deberíamos llamar éxito.

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Nada me inspira más pena que la idea del Dios cristiano: un ser eterno que no conoce la gracia del suicidio.

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Paisajes internos que muestran cementerios interminables, una tierra agonizante y, en el fondo, un corazón marchito de desilusiones.

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Las lágrimas marcan el camino de la historia.

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La transgresión del suicida comparada con la transgresión erótica.

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Sentir el éxtasis de la tristeza para alcanzar los paroxismos de la amargura.

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Si se hablara tanto del nacimiento como se habla de la muerte,

los progenitores quedarían estupefactos ante sus propios crímenes.

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La extranjeridad metafísica es un concepto proveniente de nuestro sentimiento de añoranza del no ser.

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La pesadilla de la que nos despertamos tras el sueño es más dulce que esta realidad que vivimos.

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Me obsesiona más el suicidio que la muerte.

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