Burocratas! Le dijo Pablo al farmacéutico o a alguien que lo atendía en la farmacia. Esta vez, le faltaba la fecha de emisión de un recetario solidario. Las personas que estaban el negocio lo miraban con desdén. . Por suerte afuera llovía y nada le gustaba más a Pablo que llueva y más si era viernes. Dudó un poco si adulterar la fecha con una lapicera. Después de analizarlo, volvió a la farmacia con la fecha de la receta escrita por él. Una farmacéutica le dijo que no estaba con la misma fecha y el enojo de Pablo era cada vez más grande. Son embargo, accedieron a darle la medicación.

No tenía paraguas porque le gustaba mojarse en la lluvia pero no tanto como ocurría ese día, porque una nube pasajera no dejaba de caer agua sobre la acera. Cruzó la calle y rogó que no esté el portero de su edificio para no tener que saludarlo y decirle alguna cosa más como “qué bien que bien esta lluvia” o cosas por el estilo relacionadas al clima. Por suerte no estaba, no saludó a nadie en el hall del edifico, subió los 8 pisos y entró a su departamento. Su casa estaba abarrotada de cosas que siempre le costaba tirar, pero eligió poner a Mozart en el equipo de música y lavó los platos.

Tomó muchos calmantes no recetados por el médico psiquiatra y lamentó su olvido, por eso se sentía vacío y con pocas esperanzas. Él tenía medicamentos que le había indicado su médico pero no alcanzaba. Los tomaba hace años y necesitaba algo distinto para evadirse del dolor que lo atravesaba tanto en su cuerpo como en su mente. Pablo tenía 36 años y no dejaba de pensar en las penas de hoy, pero sobre todo en los fracasos de los años anteriores y un futuro muy desfavorable para él porque no tenía sospechas de que la cosa fuera a cambiar.

Una vez que hicieron efecto las pastillas, se sintió apesadumbrado, pero con el cerebro bloqueado de tantas pastillas. Sin embargo la música clásica le hacía bien y pensó que era lo pertinente para ese momento. Contestaba mensajes con su teléfono que eran intrascendentes y entraba a una aplicación de citas cada media hora, pero nunca obtenía resultados. Tal vez porque él mismo no quería entablar relaciones ni amorosas ni sexuales, para seguir ese círculo vicioso donde todo estaba mal y la solución sólo la encontraba en los analgésicos y en los calmantes.

Con el efecto en su máxima potencia, tocaba la guitarra aunque no sabía tocar muy bien pero tenía como único proyecto aprenderse bien las canciones para ir a tocar a la plaza. Había ido a la plaza centrar con la guitarra y el micrófono pero no se animó a hacer el show. Su inconstancia era con todo. Hace poco decidió no dar más clases de baile, porque tampoco se tenía fe para dedicarse a esto. A Pablo sus padres le transferían dinero para poder pagar el alquiler y demás cosas.

Algunas cosas le gustaban, como mirar fútbol, a veces se pasaba mirando toda la tarde fútbol. Pero también había adquirido belleza en ver películas viejas. Le atraían los amores y desamores de las películas francesas e italianas de hace 70 años. Y su deleite máximo frente a la pantalla, lo conseguía cuando los actores por fin se besaban. Siempre los besos le pareció lo más cercado a la felicidad que un hombre o mujer pueden sentir en ese momento.

Pablo no era galán, se creía feo y estaba pelado y cada vez más gordos. Su objetivo mayor era conseguir una chica que le gustara pero pero él no se gustaba ni un poquito. Por eso tal vez, nunca encontraba el enamoramiento que tanto esperaba, según él, para arreglar todos sus problemas. Se sentía morir poco a poco porque sus deseos estaban cada vez más lejos, según él imposibles de dar vuelta. Y Pablo necesitaba cambiar y dar vuelta la historia.

Leyó miles de artículos sin ningún sustento sobre cómo cambiar y triunfar en la vida, pero sólo porque estaba aburrido. No creía en eso de levantarse a las 5 de la mañana para ser exitoso como ciertos empresarios o deportistas famosos.

Cuando el efecto de las pastillas a las cuales se había acostumbrado y las mantenía en secreto, salía a caminar y encontraba cierto sosiego por llegar al límite de desinhibición. Pero una vez pasado el efecto, que duraba muy poco, volvía a encerrarse y estar solo nuevamente. Solía frecuentar un bar tres veces por semana y conseguía el éxtasis por la mezcla de pastillas y alcohol. A veces no se podía quedar quieto y tambaleaba y se tenía que ir, frustrado y con la idea de no volver nunca más.

Punta Alta era un lugar destinado a deprimirse un domingo a las 5 de la tarde. No pudo llegar a horario pero consiguió un arma. Y después de ver esas veredas opacas y sus casas monotemáticas, apretó el gatillo. Con una carta que decía “Soy feliz, porque morí en Punta Alta”.