No hay diosa que me guíe
ni musa que susurre en mi oído
las peripecias que debo atravesar
para que mi corazón llegue a salvo.
El velo de Venus tapa mis ojos
tejo y destejo mi telar
con inexplicable paciencia
hasta llegar a la cúspide de la ridiculez.
¿No te sentís estúpida?
esperando como una condenada
mientras ves a los hombres
las horas, los días, las flores
amontonándose bajo tu balcón.
Porque esa luz de esperanza
que me seduce con la ilusión
cuelga de un pequeño hilo
atado a la idea de verte llegar.
Me diste tu paciencia, Penélope,
pero no el regreso ni el honor
y ahora mi dignidad se degrada
como la carne de los hombres y las flores
que se amontonan bajo mi balcón
pero mi mirada y mi corazón
solo pueden sentir el mar
y allí nadie me espera.
Mas prefiero conservar el velo y pensar
que Circe lo transformó en cerdo,
que las sirenas lo guiaron a la destrucción
o que el sol y la sal acabaron con su cuerpo,
y así sumergirme en la demencia,
con un hechizo de eterna ilusión
hasta que mi cuerpo no aguante
el agua y la sal de mis lágrimas,
sin sentir a los hombres
las horas, los días, las flores
amontonándose bajo mi balcón
mientras yo escribo, borro y miro el mar.