Siempre estoy escribiendo sobre lo mismo. A veces se nota más, a veces menos. Pero, cuando la escritura es una necesidad, no queda otra que aceptar la repetición ineludible y abrazarla como parte constitutiva de la escritura misma, aunque se pueda disimular usando artilugios discursivos; en otras palabras: varían las metáforas, pero se mantiene el contenido.
Los dos primeros poemas son un ejemplo de esta repetición: pese haber sido escritos en momentos diferentes son, esencialmente, el mismo poema. El tercero —la respuesta— es una especie de reacción en contra de la repetición misma, que a su vez responde a los poemas anteriores.
I
Tu imagen tatuada
en las retinas de los ojos,
grabada a fuego
como con sangre.
Toda fundación implica violencia,
guerras y armas y muerte,
la sangre brotando de los cuerpos
como un manantial que fluye.
Aquí la sangre es del futuro:
percibo una herida con tu nombre,
pero aún así me quedo
a sabiendas de mi muerte.
Me quedo quieto, desnudo,
no traigo la fiel armadura
ni la broncínea lanza
que bloquearían tu hierro.
Elijo la muerte:
solo así podré recomenzar,
con tu puñal en el pecho,
una nueva vida
sin tu rostro en mis ojos.
II
caen las hojas
rendidas
inertes
preparadas para la disolución
crujen
bajo mis pies
rotas como un vidrio
yo, como ellas, caigo:
me arrojo en tu sendero
frágil a tu andar cauteloso
¿se detendrán tus pasos
al ver mi silueta inmóvil?
¿me abrazarán tus manos
y dormiré en tus bolsillos?
no importa:
bastará con ser reflejo
con habitar tu mirada
para sobrevivir
aunque decidas romperme
III
basta
basta de subir la piedra como un imbécil
basta de crear universos a partir de miradas
basta de creer en las ficciones
y endulzar el cosmos con su belleza agria
ya basta
esta vez no subirás la piedra
esta vez no crearás el mundo
esta vez no caerás de nuevo
porque esta vez
lo sabés bien
no podrás levantarte
ni podrás afrontar el frío
de existir a la intemperie
en este mundo vacío
conjunto de incertidumbres