Días pasados leyendo el libro de Liliana Heker “La trastienda de la escritura” me causó gracia la anécdota contada por la autora, no la transcribiré tal cual, lo que me causó gracia decía es lo siguiente: allá por el año 1980 Fernando Noy le pide a Liliana un cuento inédito para participar de una antología junto a Silvina Ocampo, Bioy Casares, Borges, Abelardo Castillo entre otros, la antología se llamaría “Cuentos para leer en la playa” Liliana contestó con un rotundo NO a lo que Fernando le dijo que era una estupidez, el libro se iba a vender como pan caliente, o para ser más precisos como churro relleno de dulce de leche. A partir de aquí si trascribo: …Tuve que admitir que tenía razón, pero no podía sacarme de la cabeza la imagen del lector playero que, a falta de una cosa mejor para matar el tiempo, busca algo livianito aunque no exento de prestigio: ese lector era el destinatario del libro. Pensé: “Si ese me va a leer en la playa, al menos le voy a amargar la reposera.” Y sin la menor vacilación busqué los borradores de lo que todavía no se llamaba “La fiesta ajena”.

Cada verano vuelve a mi cabeza algo por el estilo, ¿es el verano el tiempo para leer cosas livianas?, o ¿solo lo es para andar liviano de ropa.? Un poco por ir en contra y otro por aprovechar lo que el mundo me ofrece, arranqué enero con lecturas del tamaño de Pascal Quignard desde “El odio a la música”, autor que no conocía (al que volveré en próximos post seguramente) y que me llevó enseguida a recordar al que sí conozco, si acaso eso es posible, como lo es Marcel Proust.

En medio del caos, voy del libro de Quignard al de Proust que aún no había leído y justo en una tarde de verano en la que me pregunto por qué hay gente que alquila casa con pileta y pone en parlantes a todo volumen música que suena siempre igual, reggeton, cumbia, etc, por qué en lugar de disfrutar de los sonidos de la naturaleza, llenan de esos sonidos nada agradables la tierra que habito.

Leo entonces: “Canto celestial el de la música divina de los días cálidos, fuera, bajo el cielo azul y deslumbrante, a la sombra de los árboles, donde cantan los pájaros en el coro, para toda la nave. Pero las más humildes moscas hacen ellas solas, acaso con algunos martillazos que se oyen de la calle y que en ese gran silencio de los días cálidos toman una armonía especial –quizá no armonía en el sentido estrictamente musical de la palabra, pero armonía con todo el resto y que altera el sonido- , las humildes moscas hacen ellas solas, decía, la música de cámara de esos mismos días muy calurosos, con su poesía especial, refrescada, oscurecida por las persianas echadas y silenciosas tras las ventanas cerradas, en cuya atmósfera no viven más que sillones de madera y de terciopelo, una colchoneta de lona en una cama de madera, donde las únicas flores son las flores innumerablemente monótonas de papel, el escritorio de caoba, donde el agua fresca no corre en surtidores sobre el musgo, sino que colma una jarra en una ruidosa jofaina, y donde es tan bueno dormir un poco con la cabeza apoyada en la almohada, mientras el techador martillea en la calle. Esos días cálidos tienen una poesía que tampoco carece de dulzura, no tan rica como la de los bosques a esa hora, pero más humana y quizá de un reposo más profundo, y merecían por ello tener también su música propia.” Marcel Proust. Jean Santeil. Parte II Capítulo II Días de Vacaciones. Trad Consuelo Berges.

Caigo ahora en la cuenta que justo marqué entre algunas otros párrafos el de Día de vacaciones, así las cosas y las asociaciones, anoche, mientras los parlantes vecinos sonaban a todo volumen pensé que si tuviera un megáfono saldría con alguno de los tomos de Marcel Proust a leer en el medio de la calle, claro que no tengo megáfono, sino otra sería la historia, alguna vez pensé algo parecido cuando intento leer en el micro y alguno pone música desde el celular, ponerme a leer en voz alta, lo que esté leyendo en ese momento, si yo tengo que escuchar tu música, al menos te leo lo que estoy leyendo. En fin, el verano viene cargadito de demasiadas cosas, la lectura es mi refugio…