I

¿Dónde está esa llave

que abre lo profundo?

¿adónde queda la canción

para salir de este desierto?

Dónde, dónde está

dónde está el todo

la nada, la noche, la vida.

¿Dónde quedan las cosas

que se guardan bajo llave?

Pues solo quiero las cosas

que no son de fácil acceso

¿Quién querría lo seguro

lo cotidiano, lo inútil

si no le fuera sustraído?

Quiero una llave

para abrir mi alma,

para salir de mí

y escaparme a otro sitio

y que lo otro sea mi casa;

no quiero

la quietud de siempre

las puertas sin llave

el mundo conocido;

quiero destronarme

y hallarme perdido

entre mares de letras

que forman mi mundo

y para eso

necesito una llave

pero también una puerta

o dos

o tres

o venticinco

para explorarlas

una a una

y sentir que eso es mi casa

para así volver

extrañado

a esta puerta familiar

que será mítica

que ya no será cotidiana

sino increíble

increíblemente extraña

de modo que volver a casa

no sea un regreso

sino la apertura

de un mundo nuevo

que otrora fue mío.



II

Me gustaría ser más ordenado,

ser como aquellos

que guardan todo en cajitas

numeradas y rectas

organizadas por colores.

Me gustaría saber

dónde carajo puse

aquella cosa cuyo nombre no recuerdo.

Me gustaría no olvidarme de todo

e inventar la rueda

cada vez que me levanto;

me gustaría saber quién soy

y qué hago acá

y qué es lo que quiero,

pero no tengo cajas;

además, si las tuviera,

no sabría cómo ordenarlas:

para ordenar cosas en cajas

primero hay que ordenarlas a ellas

y para eso tengo que ordenarme a mí

y el orden presupone el orden

entonces nunca -nunca-

voy a poder ser ordenado

porque no tengo cajitas

dentro de mi cabeza.

Pero supongamos que las tuviera.

Entonces, me serían dadas las cajas

para ordenar el mundo.

Ahora, ¿qué hago con las cajas?

¿clasifico las cosas en cuadradas y redondas?

¿o en bellas y feas?

¿o en mágicas o no mágicas?

También podría clasificarlas

en cosas que o son una caja

o no son una caja.

Entonces, ¿qué caja va dentro de cuál?

Explota. Explota todo.

Mis cajas, tus cajas, las cajas del super.

No hay nada que escape a su destino,

toda caja es inútil y al final

un poco me alegra

vivir en el caos

en este desorden

de la vida sin cajas

en el que la caja no es otra cosa

que la vida misma

y me fundo con las cosas

entre papeles y sonidos.


III

Dejate de joder con la noche

que después te agarra fiebre

me dijo y yo no sé si lo sabía

pero tenía razón.

En la noche aumenta

la temperatura del cuerpo;

en la noche ya no soy

quien fui en la mañana:

en vez de aquel ser metódico y lúcido

ahora soy impulsivo y caótico

y quién sabe cuál de los dos constituye

mi verdadera naturaleza.

Y claro, ¿cuál será la diferencia

sino la fiebre de la noche

que me sube lentamente

como respiración ígnea?

Sí: la temperatura del cuerpo

aumenta por la noche,

y en el cénit del fuego

no hay más que aceptar

aquello que sube y quema,

quema el orden las cosas

inertes puestas en cajas

inútiles como una sala sin sombras

o el resumen de un poema.

Pero a veces necesito cajas

dejate de joder con la noche

(y dejá en paz a las cajas).

Nadie vive sin cajas.

Cajas más, cajas menos,

quizá no deba incendiarias a todas

con este ardor nocturno

que invita a un nuevo comienzo.

Tal vez mañana

a la hora del café con leche

se esfume mi piromanía

y empiece a ordenar todo

como Dios manda

en cajas numeradas

y ordenadas por colores.

Es que en las mañanas

uno no respira fuego

ni quiere quemar las cosas;

la temperatura del cuerpo

aumenta por la noche:

dejate de joder con la noche

que después te agarra fiebre

y recién son apenas

las cinco de la tarde.