Se suele ver al policial como una especie de género “chato”, “cuadrado” o hasta “poco sustancioso”; reservado a un público reducido -el entendido en la materia-, culto y a la vez morboso, que haya placer en la búsqueda del asesino, despreocupándose de la realidad que lo atraviesa de lado a lado. En fin: se lo concibe como un género atractivo, sí, donde la técnica del autor se luce; pero que resulta poco crítico de la realidad y que suele orientarse hacia una sola interpretación posible circunscrita a los rasgos propios del género.

Más allá de que esa estructura exista creo que, por suerte, se pueden hacer nuevos abordajes de los temas que tratan estas obras. Los tiempos, los lectores y sus lecturas cambian. No importa sólo la intención original que haya tenido el autor al escribir su obra, sino también lo que deja el texto para ser re significado y reflexionar sobre la condición humana, sus discursos a lo largo del tiempo y sus planteos a futuro que pueden servir para transformar de algún modo la realidad.

Para comenzar, confieso no ser un gran lector del género en cuestión. Esta es la segunda novela de este tipo que leo. La primera que leo con atención. Desconocía el título (“La bestia debe morir”) y su autor (Nicholas Blake). “Disculpe mi ignorancia” diría Borges. Pero la diferencia es que él sí lo conocía muy bien -de tan leído-. Es sabido que a él le encantaba este género. De hecho junto a Bioy Casares supieron sacar una colección llamada El séptimo círculo, en 1945 donde estaba incluida esta obra. A mis manos llegó, justamente, gracias a una re edición de dicha colección.

Si hablamos del autor una curiosa “mamushka” de seudónimos se nos presenta. El nombre real del autor es: Cecil Day Lewis -nombre con el que firma muchas de sus obras-. En esta novela -al igual que en todos sus policiales- usa el seudónimo de Nicholas Blake. Y si queremos complejizar un poco más esta maraña de nombres esta obra en particular trata justamente de un escritor de novelas policiales llamado Frank Cairnes quien firma sus obras con el seudónimo de Félix Lane.

“Voy a matar a un hombre. No sé cómo se llama, no sé dónde vive, no tengo idea de su aspecto. Pero voy a encontrarlo y lo mataré…”Así es que comienza la novela. Frank Cairnes plasma en su diario su deseo de vengarse del hombre que atropelló y mató a su hijo (Martie) dándose a la fuga. Hijo que ya al nacer perdió a su madre (Tessa) en pleno parto. Así es que Cairnes queda completamente solo. ¡Tremenda escena!

Para algunos, en este punto, quedaría claro cuál es la bestia. Pero resulta que más adelante más bestias aparecen en escena. Sobre esto me parece pertinente centrar el foco. ¿Cuál es la bestia? ¿Hay una sola?

Frank Cairnes idea un plan para encontrar y matar al asesino de Martie. Todo lo registra en su diario, sus padecimientos, sus teorías, sus dudas…En su búsqueda logra dar, casi por casualidad, con un pista clave para rastrear al potencial asesino. Una huella en el fango al costado de la ruta parece ser la forma en que el asesino prófugo trató de borrar los rastros de sangre todavía frescos del pequeño atropellado. Por suerte para Cairnes hay un testigo que ve el que parece ser el vehículo homicida en el momento en que se produce esto. Obviamente este testigo no sabe nada del hecho en cuestión. Cairnes al interrogarlo hábilmente consigue sacarle información sobre el auto y el sujeto que lo conduce. Descubre que iba acompañado por una actriz (Lena Lawson) famosa por una película muy particular que todos parecen haber visto pero de la que se infiere una calidad dudosa. Ésta, según palabras del testigo, llama a su acompañante “George”.

Ya tiene el nombre del potencial asesino. A partir de ese momento se inicia la gran odisea de Frank que decide dejarse crecer la barba para no ser identificado; reciclar su seudónimo de escritor de policiales: Félix Lane; mudarse de ciudad; encontrar a la actriz Lena Lawson, enamorarla, sacarle información que le permita llegar a George para lograr su cometido. ¡Ambicioso plan! craneado por este neurótico que para sorpresa de los lectores se cumple casi a la perfección.

El barbado Félix logra llegar a Lena y enamorarla. Todo parece ir sobre rieles aunque Frank (o Félix) no sabe cómo sacar información a Lena. Todo va muy lento. Nuevamente lo fortuito esta vez de la mano de un hecho violento y “desagradable” calificado así por el mismo Félix en su diario, trae algo de luz. Félix guarda de recuerdo el osito de felpa de su hijo muy celosamente para recordarlo y no olvidar nunca su verdadero objetivo. En un descuido olvida esconder bien aquel juguete que llega a manos de Lena. Quien jugando -en su desconocimiento de lo que ese objeto significa para Félix- y haciendo planteos incómodos logra exasperarlo al punto de que éste le propina una bofetada. ¿No asoma allí la bestia de la que habla el título o hay otra bestia por descubrir?

Una cosa lleva a la otra. Lena ya reconciliada con Félix cree que a la pareja le hace falta dar un paso más. En su ingenuidad piensa que Félix siente vergüenza de presentarla a ella en sociedad. Como Félix aduce no tener familia ella decide presentarle a la suya. Entre ellos está incluido su cuñado y ex amante George. ¡Un golpe de suerte para Félix!

Ya dentro del hogar del enemigo todo empieza a cerrar. George Rattery resulta ser una persona desagradable, desconsiderada, de actitud soberbia y avasallante. Tranquilamente podría ser el asesino de Martie. Necesita confirmarlo aún pero todo parece indicar que es él.

Otros personajes aparecen en escena. La madre de George (Ethel Rattery), por ejemplo, es una matriarca preocupada por mantener un honor inexistente en su familia, heredado de su amado marido muerto “valientemente” en la guerra. Dicha anciana se encarga de manipular en formas muy patéticas -o intentándolo al menos- a su hijo (George), a su nuera (Violeta) y hasta su nieto (Phil) para mantener el statu quo. ¿Hasta donde podrá llegar ese afán? ¿No hay una bestia también allí? ¿Ese matriarcado no es funcional al patriarcado: otra bestia más?

En su estadía en la casa de George, Félix ve mucho más de lo que hubiera deseado. Phil el hijo de George padece la indiferencia, rigidez y crueldad de su padre. Violeta sufre el machismo, las infidelidades, el maltrato físico y psicológico de su marido; esto sumado a la manipulación de su suegra. ¿La bestia no reposa allí?

Decidido y convencido, ahora con más pistas, Félix decide llevar a cabo su rebuscado plan para vengar a Martie (no por nada se menciona a Hamlet por allí). Aquí el autor da final al diario de Félix Lane y lo trueca por una narración omnisciente en tercera persona. El contenido del diario será retomado y puesto en duda en varias oportunidades.

El plan de Félix parece haber fracasado. Es descubierto por George quien encontró su diario y se lo entregó a su abogado. Ahora Félix es víctima de extorción. Es obligado por George a abandonar su hogar. Sin embargo días después Raterry aparece muerto. ¿Quién lo mató? Aquí es cuando empieza el policial en cuestión. ¿Fue Félix? Un diario íntimo lo incrimina. Sin embargo el defiende su inocencia y contrata un detective (Nigel) para demostrarla.

¿Quién mató a George? Aparecen más incriminados en la causa. Violeta tal vez cansada del maltrato de su marido, tanto a ella como a su hijo ha decidido poner fin a la vida de éste poniendo estricnina en el tónico que éste solía tomar. O es Lena (la cómplice de George) que al leer el diario de Félix y al ver fracasado aquel plan decide llevarlo a cabo por su cuenta. O quizá hasta su propia madre Ethel puede ser quien decidió sacrificar a su hijo para salvar el honor y silenciar el escándalo que produciría sus infidelidades tan recurrentes.

Las hipótesis no se centran sino casi al final sobre el pequeño Phil. Lo que hace al lector creer que ese es el asesino en cuestión. Pero resulta que no, y aquí concluyo mi descripción de la obra. Hay muchos detalles que no menciono, a propósito, para que el lector los descubra por su cuenta. No necesito revelar el final -eso es tarea para un analista convencional- sino volver sobre todo lo recogido hasta ahora y reflexionar un poco.

¿Cuál resulta ser la bestia? ¿Es George que con su muerte da final a tantos males? ¿Es esa violencia que aparece en varias ocasiones? ¿Está en Ethel que con sus valores cuestionables moldeó a su hijo George para imponer el apellido paterno sobre los demás, y sigue intentando influir en su descendencia como una matriarca, para nada feminista (se me vienen a la mente doña Rita en “La Inquilina” de Juan José Hernández y la Madre de Leonardo en “Bodas de Sangre” de Lorca), defensora del patriarcado? ¿Está en Frank Cairnes también, que con su venganza no hace más que seguir alimentando esa bestia amorfa?

¿Y esa muerte deseada no puede ser también en sentido figurado y no literal? ¿Y si la bestia sobrevive a la muerte de los sujetos que la portan? ¿Y si ella no permanece inmóvil, se mueve y se transforma permanentemente?

Sin entrar en detalles sobre la resolución de este misterio policial. Lo sabrá quien lea -o haya leído- la obra. El asesino de George deberán descubrirlo ustedes. No es algo en lo que me interese ahondar a mí, pues esto no es un análisis convencional sino un abordaje que hace un lector del siglo XXI.

(Publicado en el número 8 de la revista digital La sirena varada)