I
Convivo con la pena de no saber quién soy.
Por momentos veo sombras,
arañas, hormigas,
moscas, perros,
nada.
Veo todo lo que no soy
La cola de un gato
Que roza mis manos
A veces pienso tanto
Que temo algún día no levantarme
Ser una con la almohada
extrañamente
Olvidar que poseo un cuerpo
Que soy mente
Decís que todas mis decisiones
tienden a la desaparición del Yo.
Que no resuelvo
La incoherencia abunda
La angustia es gozosa
y que la realidad se me desintegra.
Una parte de mi se enoja;
La más eufórica espera una señal
para salir a jugar.
Abrís la puerta…
mis sombras toman forma
y me detienen
en el borde del abismo.
II
Soy pura carne deambulando
tratando de no perder lo único que me recuerda humano: sentir
A lo lejos veo la salida.
¿Es una de mis alucinaciones?
Mantengo distancia.
La idea de libertad me acobarda.
Caminar descalza ya no me tortura
Los callos amortiguan todo dolor
Quizá sea masoquismo o despersonalización
En cada paso siento crujir los huesos de aquellos que alguna vez sirvieron de alimento.
Cada crujido me recuerda viva.
Puedo gritar.
Llorar.
En algún rincón de mi mente lo estoy haciendo.
Mi carne aún está intacta.
Por momentos fantaseo que hundo la mano completamente en mi garganta, así quizá pueda sentir un ahogo real. Algo.
Estoy resignando la vida y la muerte
III
No me preguntes cómo era ayer,
ni hace cinco o diez años.
Convivo con la dificultad
de discriminar la realidad,
de mis fantasías.
Me pierdo constantemente
en huracanes,
me llevan puesta,
quedo paralizada.
Las desconexiones mentales
hicieron que pierda registro
de la única etapa
donde prevalece
la ternura.
La única puerta al pasado
es mi carne,
su sabor amargo,
y sus heridas
mal cicatrizadas.
A veces sangran,
se transforman,
crean un gran océano
de pensamientos
confusos,
donde no consigo
encontrarme,
para salvarme.