La obra de Peter Greenaway siempre me ha resultado cautivante y perturbadora al mismo tiempo, logrando impresionarme de diversas maneras, algo que no ha cambiado desde el momento en que vi por primera vez una de sus películas. Justamente, The Cook, the Thief, His Wife & Her Lover fue mi acercamiento inicial a los filmes del cineasta galés, siendo esa la razón por la cual esta cinta es una de mis preferidas. Sin embargo, una advertencia es necesaria, El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante requiere, necesariamente, ser vista, ya que cualquier crítica o reseña que pretenda esbozar una síntesis de sus contenidos corre el peligro de resultar insuficiente y, acaso, ambiciosa. Probablemente, esto sea debido a que el trabajo de Greenaway constituye, en mi opinión, una de las propuestas más originales y provocadoras del cine actual.
Haciendo uso repetidamente de variados recursos teatrales, Greenaway procede a presentarnos el escenario principal, un restaurante de élite, introduciéndonos a los diversos personajes. Entre ellos se encuentran el dueño del establecimiento: Albert Spica, quien -a pesar de sus vanidosas pretensiones de sofisticación- es en realidad un matón local, de tendencias violentas y sádicas, que se encuentra siempre en compañía de su grupo de secuaces. Georgina, la esposa de Spica, prisionera de un matrimonio abusivo, recibe constantemente las consecuencias de los erráticos arrebatos violentos de su marido. Michael, el librero, un tranquilo cliente del restaurante, siempre sumido en la lectura (la cual parece importarle más que cualquier platillo). La figura del cocinero principal, Richard Borst, también ejerce un rol clave en el desarrollo de la trama, ya que si bien se encuentra sometido a los caprichos y mandatos del autoritario dueño del local, el chef parece estar al tanto de absolutamente todo lo que sucede en el restaurante, incluyendo las intimidades y secretos.
Una vez establecido el escenario y los personajes, no creo que sea necesario revelar más detalles acerca de los sucesos que tienen lugar en la película, sino que se trata de algo que -como ya se ha dicho- requiere ser visto. Greenaway nos adentra en un universo muy particular, en el cual la voracidad, el hambre y las escenas de sexo y violencia explícita se alternan constantemente. Lo llamativo es que no existe ninguna delimitación entre lo bello y lo grotesco, sino que ambos extremos se hallan imbricados, contribuyendo a producir una experiencia muy surrealista. Por momentos, un sentimiento de pesimismo impregna el filme, al punto tal que podría llegar a afirmarse que la construcción estética del galés consigue adecuarse a ese gusto por la fealdad, el cual le sirve para mostrar la degradación total, la miseria del ser humano.
Como suele ser característico en el cine de Greenaway, The Cook, the Thief, His Wife & Her Lover cuenta con abundantes referencias a la pintura, en particular a ciertos cuadros del Siglo de Oro holandés (se trata de un aspecto presente ya desde el nombre del restaurante: Le Hollandais). No es casualidad que, en una de las paredes del local, pueda verse colgada una reproducción de El banquete de los arcabuceros de San Jorge de Haarlem, obra de Frans Hals. Los personajes retratados en dicha pintura ofrecen cierto paralelismo con el grupo de Spica y sus partidarios, en particular con el lugar que cada uno de los comensales ocupa en la mesa (incluso existe una semejanza entre las vestimentas de unos y otros). Creo que al sugerir esta similaridad, Greenaway nos invita a una reflexión interesante, debido a que, precisamente, los cuadros de la escuela barroca holandesa del siglo XVII, y, en especial, los retratos colectivos realizados por Hals, eran una forma en la cual los sectores adinerados de las Provincias Unidas de los Países Bajos podían ostentar su poderío económico; de modo tal que al insinuar constantemente alusiones a las obras del Siglo de Oro neerlandés, un estilo pictórico que remite esencialmente al materialismo de la cultura burguesa, el restaurante estaría actuando como un escenario a partir del cual es posible formular un análisis del funcionamiento de la sociedad capitalista.
Banquete de los arcabuceros de San Jorge de Haarlem (Banket van de officieren van de St. Jorisdoelen), 1616, Frans Hals Museum, Haarlem.
Además de la puesta en escena teatral, la estética barroca y las permanentes referencias a la pintura, si existe un elemento distintivo de la filmografía de Greenaway es, claramente, el uso del color. Es preciso tener en cuenta que los colores son capaces de afectarnos, resonando en nuestra memoria y estimulando nuestros sentidos. Esta particularidad no es ajena a The Cook, the Thief, His Wife & Her Lover, siendo notorio el modo en que cada uno de los distintos escenarios se encuentra dominado por una tonalidad determinada. Desde un principio, nos hallamos frente al azul, un color tradicionalmente asociado con la tranquilidad, pero que en este caso parece responder a la frialdad, a la ausencia de sentimientos con la cual Spica comete toda suerte de actos violentos. El azul es seguido por el verde, predominante en la cocina de Richard. El color verde, que refiere generalmente a la esperanza, es también en este caso un símbolo de la fertilidad, hallándose esparcido por todo el bullicioso lugar en el cual el cocinero prepara los diversos manjares para Spica y sus invitados, pero también marcando el punto de encuentro del oculto romance entre Georgina y Michael. El comedor es el rojo, de una intensidad feroz. En el plano simbólico, el rojo responde a las pasiones, es el fuego, pero al mismo tiempo también representa la violencia, el peligro inminente, el flujo de la sangre. El comedor es un sitio dominado por las pasiones, ya sea la pasión por la comida de Spica o la pasión por los libros de Michael.
El blanco, inalterado, puro, es el color presente en el refugio de Georgina, el único sitio que le permite evadirse -momentáneamente- de la presencia de Spica. Pero, además, el blanco, en todo su carácter prístino, es el lugar donde la protagonista del filme va teniendo sus encuentros iniciales con el librero. En cuanto a este último, los tonos marrones o parduzcos siempre están asociados con Michael, con su ropa, sus libros y los anaqueles de su biblioteca, actuando casi como un camuflaje. Respecto al color negro, me resulta muy interesante la afirmación efectuada por el cocinero, quien nos dice que los alimentos más caros, los más codiciados, son aquellos de color negro, porque tienen el color de la muerte, de modo tal que su consumo supone una victoria simbólica sobre ese abismo.
A la conocida preferencia de Greenaway por los planos panorámicos, se añade el brillante uso de la técnica del travelling, la cual le permite al director galés transportarnos de escenario en escenario, consiguiendo así generar una impresión de continuidad. El uso de estos recursos se ve enriquecido por la excelente fotografía de Sacha Vierny. En cuanto a la música, se destacan las inconfundibles composiciones del británico Michael Nyman, quien supo ser un estrecho colaborador de Greenaway durante el período comprendido entre los años setenta y los comienzos de la década del noventa. Respecto al elenco, la película está interpretada por Helen Mirren en el rol de Georgina (quizá en uno de los mejores papeles de toda su carrera), acompañada por Michael Gambon, Alan Howard, Tim Roth y Ciarán Hinds.
En síntesis, podría interpretarse a la propuesta de Greenaway como un intento por integrar en el cine a diversos elementos de la pintura, la arquitectura, la música, la literatura y el dibujo. Aún así, como lo ha señalado el mismo Greenaway, esta no se trata de una perspectiva novedosa, sino que dicho ideal ya se hallaba presente en la visión de Richard Wagner, recordándonos que una de las mayores aspiraciones del compositor alemán consistía en lograr que todas las artes culminaran en la ópera. Si trasladamos este enfoque al siglo XX, el cine acabaría erigiéndose en el séptimo arte, capaz de englobar las características de las seis anteriores -pintura, danza, poesía, arquitectura, escultura y música-. Incluso Walter Benjamin supo, en su día, considerar al cine como la culminación de las artes en tiempos de la reproductibilidad técnica. De este modo, podría sostenerse que, en el trabajo de Greenaway, hallamos una aproximación que emula deliberadamente a la idea de Gesamtkunstwerk wagneriana, logrando una suerte de obra total, en la cual se fusionan aspectos de diversas disciplinas. Si bien esta lectura puede resultar tentadora, el propio cineasta galés se encarga de advertirnos acerca de los riesgos de la misma: «André Bazin trató de definir al cine como una combinación de teatro, literatura y, con suerte, una o dos pinturas. Pero el cine está basado en la narrativa, no en la imagen, y el cine sabe que su contenido viene de ahí» (Página 12, Cine, Entrevista con el realizador galés Peter Greenaway, 6 de mayo de 2016).