Yo abría la puerta y el gato salía corriendo desesperado de libre, viste. Y yo corría atrás suyo para alcanzarlo, creo. Y pensaba se va y no le importa nada
la comida
la leche
los ovillos
mi falda
mis hombros
la música
las torturas de las manitos
su canastita
la manta que casi termino
igual que uno, viste.
Corría por la plaza de enfrente de casa. Había mucha gente al sol. Cruzaba las calles y yo atrás hasta que lo perdía de vista. Y como una mujer hacía como gato para ayudarme a llamarlo, yo decía ahí está, se convirtió en esa mujer con remera fucsia. Pero había un flaco, más lejos, que también maullaba. Entonces yo agarraba al flaco y me lo llevaba a casa. Lo metía en el garage con el alimento, la leche y la canastita. Él me pedía que lo dejara ir, que no era un gato, que era un hombre pero yo no quería entender. Le decía vos sos Tokio, no me mientas. Así por un rato hasta que aparecía alguien con el gato a upa y a mí se me caía el mundo encima, porque estaba segura de que el loco que tenía encerrado era Tokio, entendés. Así que el pibe abría la puerta y se iba (tan encerrado no estaba entonces). Se iba corriendo, como el gato desesperado de libre, sin decir nada.
Igual tenía otro final, creo.

(Ilustración Diela Maharanie)