1.
Van arrastrando una garrafa llena de cocaína por avenida Corrientes para el lado de provincia, perdiendo polvo en cada paso, a la espera de un auto que no termina de llegar. En General Paz, a la altura de Panamericana, cuando se dan vuelta y ven a un cartonero juntar cartón, frenado a un costado para prender un pucho, de la punta de ese cigarrillo que ahora los apunta sale una bala calibre 22. ¿Acaso no se necesitan determinadas condiciones materiales para ser libre? No. La sociedad no es el gobierno y el gobierno no es, en definitiva, la sociedad.
2.
El horizonte de posibilidades debiera venir dado por la línea que define las actitudes racionales, aunque los hombres se comporten de manera irracional. La razón dice: “Quien quiera atravesar las vías del tren no elegirá precisamente el momento en que este pasa”. Sin embargo, a la altura de Victoria un tipo se tira abajo de la formación en movimiento y el tren se atranca. Entonces los pasajeros son evacuados por una puerta lateral. Algunos se acercan a la ventanilla y, por supuesto, intentan ver los restos de masa informe, ya sin vida, de quien desafió los basamentos lógicos que rigen el ordenamiento en comunidad.
Después todo continúa. Algunos vuelven para el lado de la avenida para tomar un colectivo que los lleve hasta capital y pasados unos minutos están viajando a través de la aglomeración de edificios que se continúa no invariablemente, sobre un túnel, al costado de un descampado y de otras estaciones de tren de la misma línea ferroviaria. Todo continúa con normalidad generando una ilusión, una fantasía rectora, de paz perpetua.
3.
Un cosplayer disfrazado de universitario sale de su pieza alquilada en Monserrat, va a la facultad y vuelve, otra vez a la pieza llena de papeles, de fotocopias mal sacadas, a un costado la pantalla donde revisa el rendimiento de los criptoactivos sobre una ventana paralela donde transcribe: “Instituciones como el dinero, la moral y el derecho son fruto de la acción humana y no producto del humano diseño”.
Unas horas más tarde, cuando la noche empieza a comerse el río, salen de sus oficinas en dependencias universitarias no cosplayers sino neuróticos del autoengaño que se perciben como intelectuales, ideólogos en el pantano de las ideas obsesivas que derivan en socialismo y a las que luego todo se conforma. Engrosan su pluma con procedimientos barrocos, se vuelven opacos, atravesados, al pedo, hay que decirlo, y en sus ratos libres escriben poesía mínima, fundada en los objetos de los que toman distancia, pero vuelven al firulete retórico para decir lo que hay que hacer con el Estado. Que no haya nada, sería mejor que dijesen, como insinúan en sus pobres poemarios, solamente técnica. Al fin de cuentas, la administración del Estado no debiera ser una realidad tan sublime.
4.
La concejala se bautiza en una pileta pelopincho abajo de un reflector de luz blanca en una iglesia evangélica en un corazón de manzana rodeado por calles de tierra en una ciudad militar del sur profundo de la provincia, y sabe, sin embargo, que no hay que mezclar a Dios con las cosas terrenas. Sale de la pileta y se seca, sonríe con la cara llena de gracia, mira al auditorio que está sentado en sillas de plástico. Bienestar exterior, material: el cuadrilátero blanco que conforma el edificio, el techo a dos aguas, las camionetas estacionadas sobre la gramilla seca del invierno. Un programa de gobierno, mientras se seca: nada de exigencias espirituales y metafísicas. Ferrocarriles, autos, aviones, locomotoras, energía motriz y eléctrica, la gran industria química, parques eólicos, explotación del litio, privatización de los recursos naturales. Rentabilidad.
5.
El viejo anarquista desconoce la verdadera naturaleza del hombre y no sabe, por lo tanto, que necesita un brazo armado, amenaza de la violencia, resguardo de la estructura social, defensa de la propiedad, de la libertad y de la paz, en suma, un «Estado vigilante nocturno». Tampoco lo sabe el nuevo anarcocapitalista que escribe mensajes antisistema en las transacciones de la moneda Ethereum.
6.
No el palo agarrotado del policía que tiene un parche serpentino sino el de masas metropolitanas convocadas para combatir al habitante nocturno del “hinterland”. ¿No saben acaso quienes forman fila, y sobre todo quienes convocan, que la guerra civil es mala para los negocios? La guerra civil, se lee en los libros de sus propias bibliotecas, atenta contra la división del trabajo. Y a la violencia se le responde con violencia, eso va de suyo: a las armas, con armas. Se dibujan entonces los contornos de una sociedad futura donde la única opción es el yunque o el martillo (esto es: ser yunque o ser martillo). Lejos queda el perfecto mecanismo de relojería que separa los poderes (plurales, como los demonios). Sin embargo se escucha, en la antesala del Salón de los Pasos Perdidos, donde la voz resuena en ecos sordos, a un hombre de Estado (el único, ahí mismo, que conoce el reglamento): «No se puede hacer felices a los hombres contra su voluntad». Y también: “Solo existen dos partidos: el que gobierna y el que quiere gobernar”. Porque no se trata de ir a menos, de resignar la idea de aniquilar al adversario, «como el patólogo con el bacilo de la peste», sino de canalizar la energía por otros medios. “Hay que conquistar los ánimos”. Entonces no el último cordón del conurbano sino las butacas afelpadas de ambas cámaras, porque son las formas mentales las que transforman tecnológicamente a la sociedad y no al revés; es la mente capitalista la que construyó el molino de vapor y no el molino la mente capitalista; son las bases espirituales las que organizan la vida material y no al revés. “No hay nada más poderoso que las ideologías y que los ideólogos”, dice el hombre de Estado. Y las ideas se combaten solo con ideas.
7.
Un pasillo tubular por el cual se accede a otro en donde sube un caño a la manera de un ducto, por la pared hasta un entrepiso. Oficinas de vidrio, una dependencia, cualquiera, en un margen inferior izquierdo de esa revelación del absoluto, del alma del mundo, que subsiste en virtud de sí mismo ya que su actividad se orienta a la conservación de su sustancia. «El más glacial de todos los monstruos», que atrae a sus propios, incurables, místicos adoradores, la “sustancia ética autoconsciente”, “el universo por sí y en sí”. También el país de Jauja, o mejor, de la Kukaña: todos reventados de glotonería alrededor de una mesa algo inclinada que tarde o temprano terminará de caer.
8.
Suben las escalinatas de la Casa de Gobierno, funcionarios grises, auditores, movidos por una ciencia triste y declaman el cálculo de rentabilidad, el Alfa y el Omega de la contabilidad comercial. Después hacen tiempo en una recepción de Carrara a la espera de su vuelo privado. En el otro extremo de la plaza, en la parte de atrás de una cúpula centenaria, un tal Bruno pasa con la vista la construcción rosada y la fija en el horizonte plateado del río. Pero a la vez recuerda a Goethe, para quien la contabilidad es «uno de los más bellos inventos del espíritu humano». Entonces hace foco en el edificio y desestima, ahora, contra la razón populista que destruye capital (que destruye futuro en favor del presente inmediato), el ideal socialista, “la estrella polar para la acción”. El socialismo es irrealizable, se dice a sí mismo queriéndose convencer, porque en una sociedad socialista –animoso Goethe– el cálculo económico (el lenguaje por excelencia, el lenguaje de la abstracción) es imposible.
9.
Llega a la casa de campo hace rato abandonada por la familia y desensilla, metafóricamente, porque llega en auto, con la barba todavía no tan crecida como para considerarse un lugareño: buscar troncos para la salamandra, juntarlos en el galponcito del fondo, tener un acopio, de diversas cosas, para pasar los vientos helados del invierno, despertarse y acostarse temprano para aprovechar la luz del sol, no ver gente. Y sin embargo saber lo que dice el régimen de especialización de tareas: que no puede haber hombre ajeno al mundo. Incluso el escritor que se retrae en un sótano, encerrado en su parcela privada, en su mundo de palabras autosuficientes, del tipo “Él miraba por la ventana”, a la vez despojado de los bienes exteriores, en un aparente aniquilamiento de sí mismo, de cara a una pared ciega busca una voz interior que tiene importancia para el resto. Y puede ser pensado, ya que no suprime verdaderamente toda praxis, como parte del sistema: el de alta productividad del trabajo.
10.
Temprano a la mañana levanta las persianas del local, saca un pizarrón a la vereda, revisa el stock y se comunica con los proveedores, acomoda unas cajas en el depósito, prende una hornalla y escribe en el pizarrón la promoción semanal, pone agua a calentar para pasar las horas sin sol (las horas muertas), apila unos perfiles de aluminio galvanizado y corre un panel para cielorraso de pvc, anota en el cuaderno, hace una cuenta, revisa unos papeles, pasa las hojas para atrás, sale a la vereda, barre con un escobillón el cordón cuneta, se sienta en una banqueta alta de cara al mostrador, espera, no se impacienta, proyecta, imagina una vida en familia aún cuando sabe que el destino típico del hombre es el fracaso.