Carta de un padre a su hijo

Caigo de la cuna pensando en el lecho del niño y sopeso tu ternura no dejando escapar las sonrisas abijonadas, que pinchan a las flores tanto como a tus padres que se derriten en vulnerabilidad ante el gen pequeño que yace en la madera de colchón.

Despejo la idea del hijo e intento recordar lo invasivo del mundo veloz que se traslada a los ojos de la infancia, y veo autos coloridos y otros tantos en ruinas que no representan esplendor o pobreza sino un juego de sorpresa que hipnotiza a la mente creciente.

Salto hacia el momento donde las abejas comienzan a volar y reflejo el temor que proviene de la pubertad, ya no mira panales, huele la miel y la papilla de manzanilla le resulta extraña pero denle chocolate para animar y frutas para los huesos madurar.

Denle amor para el alma acrecentar y enséñenle lo indispensable de llorar, porque hijo el océano es tan grande que las oportunidades nunca han de acabar y si vislumbras el fondo del mar solo sigue nadando a pesar del temblar, porque hijo el océano es tan grande como tu mirar.

Yo te daré tierra fértil para que puedas anidar tu estima y en los brazos de mamá haz de encontrar calor. Ya como una vez has sido acurrucado sabrás abrazar sin lastimar y a las heridas las observaras sin juzgar.

Y el desafío del entender será la palabra que irá tomando color con cada instancia que vayas a atravesar, y si temes perdido perder a los demás mira para adentro y regresa a tu hogar, pues verás que el mundo gira sin parar como el carrusel que de niño solías amar.

Y hoy pasas por plazas pasadas y fatigado estas, me relatas que la existencia te resulta fatal, que no sabes besar que el desnudo te paraliza porque las revistas, el video y la gente hablan de lo que no llegas a hallar.

Te asustas porque la oscuridad se te halla somnolienta al andar y recaes en lugares donde tal vez no quieras estar pero sigues navegando hasta poderte sentar.

Conoces el suelo y en él piensas descansar y allí encuentras mucho a pensar y la reflexión ocupa tu lugar y me cuentas que una vez una abeja viste reposar y tan linda como era te quisiste allegar, porque como alguien tan pequeña te podría lastimar.

Que le has cogido miedo y el amor te hace repensar, que si la amas o lo amas que más da, deseas soltar, quieres soltar, escuchas hablar del soltar pero el deseo te confunde y buscas en diccionarios su significar y caes en cuenta que no sabes soltar, porque las primeras veces nadie sabe hacerlo.

Y te escucho hablar con los abuelos, les preguntas cuantos años vivirán y me pregunto a mis adentros cuando la muerte comenzó a calar en tu semblar.

Me apresuro a compartirte unos mates y esta vez incio una de esas charlas donde el mate se termina por lavar, porque el primer sorbo comienza amargo y no lo tomo por vos, te incito a probarlo y te digo que ahora es tu turno de cebar para la mama, para el papa, para el gato y todos los amados.

Y no pretendo recalcarte e implantarte lo que yo he pasado en mi cordura e incordura hasta que vos llegaste al mundo y te escondiste en mis brazos y de repente censuraste mis miedos y diste paso a otros tantos.

Juro querer esconderte cada que te duele la vivez hijo mío.

Pero que clase de compañero sería si no te dejara descubrir porque las hojas caen y después renacen, que clase de compañero sería si no te muestro como lo más pequeño perdura si tan solo lo cuidas, y como las montañas fueron rocas antes y las rocas después montañas tu corazón también lo será.

Y resulta inevitable no mencionar que «un día» es el hoy cuando te escribo esta carta,  y que «los días» serán tan solo el rejunte de los mismos, con la diferencia imbatible que uno de estos yo te llamare niño y al otro tu me llamaras viejo.

Y te marcharas hacia otros espacios con el temor de dejarnos solos y nosotros viajaremos a otros espacios con el temor de dejarte solo

Y descubriremos juntos que la distancia no existe para quienes nunca se olvidan y como pensar en aquello cuando mamá te llama siempre para decirte buenos días y buenas noches, como llegar a pensar en la soledad del vacío cuando aquello no existe para la soledad del amor.

ahora viajas mucho y mandas fotos del lugar y me contas en llamadas tu amado gusto por moverte de aquí para allá, inquieto niño serás.

 Y que la tierra te llama mucho y cuando solo te encontras recordas que las abejas tienden a picar si mucho las soles molestar, dices que ahora solo la disfrutas al volar, colgas y prometes regresar.

Tal vez yo hable mucho pero como explicar todo aquello que no alcanza al rimar, amado niño que gusto me da verte vivir tu vida, nada más.

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