Los muertos no pagan

A mi tío, que ya no paga boletas

Por efecto de la erosión del suelo de tanto ir
de un banco al otro se desmoronó tu peñasco.

Con lo que llevás muerto ya son menos
deudas acumuladas en el desorden
del aparador de discreta madera, castigás
menos el auto, el pasto
estará crecido -nada que no
se pueda arreglar. Menos deudas son
más billetes que tu mujer y tu hijo 
podrán gastar en poner
en condiciones
el auto a futuro, la casa
hacer un viaje a la costa a donde
ya tus recibos impagos no vayan porque seguro
estarán en paz con vos lejos de tu compulsiva
frenética manera de acopiarlos, no hacerle
nada
        al auto, a la casa, y pasar el día 
en internet –linkeando y linkeando los años
se van como las oportunidades de estar
al día con la AFIP, de ampliar el capital
a no ser que la verdad no importen
los aportes, las cajas y las colas, y que las cuentas
las pague Dios, el mismo
que abandonó al Santo, a Lazzaro, después
de habérsele revelado al modo de música
sacra –indigente en las calles
de una ciudad industrial del norte
de Italia- el que te dejó 
solo en el momento más propicio 
para salir de garante. Ese
limitado. Ese
incobrable.

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