Había una vez en un pequeño departamento en los suburbios una princesa que renegaba serlo. 

La princesa había crecido en una familia rota, dónde el rey había dejado para siempre a la reina, y la reina se dedicó a odiarlo hasta los últimos días de su vida. 

Aquella princesa había naturalizado el odio y el desamor, no le cantaba a los pajaritos, ni esperaba ansiosa un hada madrina.

La hermosa princesa lidiaba todos los días frente al espejo mágico el llevar sobre sus hombros, retazos de corazones rotos que la obligaban, sin que ella pudiera percibir, a creer que el maltrato no era sinónimo de amor.

Un día, la princesa decidió consultar con una bruja, ya que esta, no quería ser enemiga de las mujeres, por un hombre al que ella amaba en secreto.

Aquel hombre, lejos de ser un príncipe era un maltratador emocional, que la tenía encantada a sus pies basándose en caricias falsas y promesas sin cumplir. 

Pero aquella bruja…le dijo a la princesa que con un hechizo el podría quedar a sus pies y cambiar. Podría ser el hombre que ella tanto había soñado y vivirían felices hasta…que ella aprendiera sobre amor propio y lo abandone para siempre.

La princesa, desesperada, y adicta a un amor tóxico, aceptó realizar el hechizo sin tener en cuenta todo lo que aquella bruja le había dicho. 

Solo una semana después de haber prendido la bruja aquellas velas, el hombre con pretensiones de príncipe, empezó a mostrar buenas señales.

La llenaba de mimos, brotaban de su alma los más hermosos cuentos y promesas de vida juntos, endulzaba su alma con ramos de chocolates y era capaz de aliviar el alma ansiosa de la princesa con solo un mensaje.

Pero cada vez que el hechizo terminaba, el volvía a ser el de antes. 

La heria con palabras crueles, la dejaba sola….muy sola, cuando ella más lo necesitaba.

Producía en ella todo lo contrario al amor. Dolor, angustia, ansiedad. 

Enojada la princesa fue a ver a la bruja y le dijo

-«¡Tu brujería no sirve para nada! Solo se porta bien conmigo cuando está bajo el hechizo, pero no puedo cambiarlo!.

A lo que la sabía bruja le responde. 

-» Es que yo no puedo ir en contra de su voluntad, puedo atraerlo a vos, puedo hacerlo más cariñoso, pero el verdadero cambio, solo lo puede hacer el y solo es posible…si se dà de corazón».

Confundida y enojada la princesa decide no seguir con aquel hechizo y empezar a ver las cosas desde la realidad misma. 

El hombre, no era más que un sapo, mentiroso, oportunista, inmaduro, que cada tanto encontraba alguna posion en el bosque que lo convertía en caballero unas horas, para luego volver a ser lo que era. 

Ese hombre jamás quiso cambiar y la princesa se sintió muy triste por haber vivido de una ilusión.

Un día, la princesa sintió que era momento de cambiar realmente su vida.

Es por eso que llamo a sus amigas, otras princesas que supieron romper hechizos y salir al mundo sin miedo a nada, sin miedo a recibir y dar el amor que se merecían. Aquellas amigas, le brindaron sus hombros para llorar y sus abrazos para sanar.

Compartieron horas hablando, intentando que la princesa, sola, se diera cuenta de lo que en verdad estaba pasando.

Fue así, como un día la princesa tomo valor, salió de su departamento encantado y decidió terminar para siempre aquella relación.

El, confundido y con su ego herido, se alejó para siempre convertido en sapo  luego del increíble adiós de la princesa.

Y ella, comprendió luego de Mucho lamentar aquel amor que no fué, que ya había sufrido lo suficiente, que ya había aprendido sobre abandono, odio y dolor con sus padres, los reyes, como para envenar su aún buen corazón con amores tóxicos.

La princesa, llenó de luz su departamento y lo convirtió en mágico, cortó su cabello y lo dejo libre al viento, se reconcilió con ella misma y aceptó ser una PRINCESA como todas las mujeres del mundo, merecedora de amor del bueno, sano y real.

La princesa al final, vivio feliz por siempre aprendiendo como era sin ataduras del pasado, lo que era amar.